Sábado, 21 de diciembre de 2024

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La autoconciencia: lo singular del ser humano.

por Benigno Blanco

La autoconciencia: lo singular del ser humano.

Juan Araña, experto en filosofía de la naturaleza del que ya he recensionado alguna obra en este blog, afronta en ¿Qué es la conciencia? (Ed. Senderos, 2021, 184 págs.) la cuestión quizá más relevante de la filosofía: ¿hay algo específicamente humano que nos distinga del resto de las realidades que conocemos en la naturaleza? Y concluye que sí: “la autoconciencia, que consigue captar al propio sujeto que la detenta, pero no objetivándolo, sino respetando su índole subjetiva. Adelanto la tesis de que, hoy por hoy, no es razonable atribuirla más que a los miembros de la especie humana (y las especies de homínidos que la antecedieron). Defiendo asimismo que no es naturalizable”  (pág 31).

Por no naturalizable, Araña, entiende que la autoconciencia humana no se explica conforme a los criterios evolutivos habituales ni es fruto de procesos previos conocidos, sino que esta característica “apareció, como quien dice, de la noche a la mañana y, por lo menos a nivel colectivo, maduró tan tempranamente que apenas hubo lugar para que actuara sobre ella el calmoso filtro de la selección natural” (pág 34). El autor analiza con detalle lo que las neurociencias nos dicen hoy sobre el cerebro y concluye que la ciencia es impotente para explicar el fenómeno de la autoconciencia humana, que presenta rasgos incompatibles con los presupuestos del naturalismo y que en el caso de los humanos operan conciencias no naturalizables, es decir no reducibles al soporte biológico conocido, pero –a la vez- perfectamente compatibles con las leyes naturales conocidas (cfr. Pág 64-65).

Juan Araña identifica la característica singular de la conciencia humana no reducible a las leyes naturales conocidas en “la circunstancia de que, cuando hay pleno ejercicio de la conciencia, por un solo acto quien ve se ve y se conoce, no de modo exhaustivo, pero sí con suficiente lucidez como para tomar posesión de sí o, en otras palabras, hacerse cargo de sí mismo “ ( págs 76-77). De ahí que la autoconciencia introduzca en la naturaleza una memoria no solo de los hechos objetivos sino de la propia subjetividad (alegrías, tristezas, miedos, etc) que no tiene parangón ni en otras especies ni en la inteligencia artificial. “El yo lo es porque es sujeto de un conocimiento referido a sí mismo” (pág 125).

Nuestro autor se detiene en analizar con detalle la diferencia entre la conciencia meramente intencional que el hombre comparte con otros muchos animales y que se refiere a lo externo, a lo otro, por un lado; y la autoconciencia específica de los humanos, por otro lado. Y a diferenciar la autoconciencia humana de los productos o manifestaciones de la inteligencia artificial. Y también en poner de manifiesto cómo la autoconciencia humana está imbricada y soportada por procesos absolutamente naturales y comunes con otras especies aunque presente características singulares y únicas: “siendo la conciencia inexplicable en sí misma, su surgimiento, mantenimiento y cese sí que están sometidos a una porción considerable de leyes naturales -empezando por las de la fisiología cerebral-, sin las cuales no se da (aunque con solo las cuales, tampoco). Lo fascinante del tema es el enorme entreveramiento de aspectos naturales y no naturales que hay en todo lo relativo a la conciencia “ (pág 147). 

En la parte final del libro, Arana profundiza en el papel de la conciencia en la configuración biográfica del ser humano. Resalta cómo “cualquier ser persevera no solo en su ser original, sino en las modificaciones existenciales básicas que se han producido a lo largo de su biografía (…) la conciencia (…) posee una memoria de sí que recapitula -sin que ello suponga un añadido orgánico-funcional- los hitos de la historia de su libertad” (pág 170). Y concluye con estas palabras (pág 178): “la tesis principal de este libro es que cada conciencia humana constituye una instancia nomogónica independiente (o sea, que tiene sus leyes propias distintas a las generales de la naturaleza de las que se ocupan las ciencias). Si se dan por buenas las razones que he alegado, no es descabellado pensar que cada sujeto consciente aporta una nueva ley al universo: la de su propia construcción (o destrucción) ética.”

Dicho en otras palabras, gracias a esa autoconciencia y a la consiguiente libertad, que no responden a las leyes de la biología y la física, el ser humano se construye a sí mismo aportando algo único al universo. Interesante reflexión filosófica de alguien muy al tanto de la ciencia contemporánea y que muestra una vez más que el avance de las ciencias hace cada vez más compatibles la visión del mundo y el hombre que ofrecen las ciencias contemporáneas y la cosmovisión cristiana.

A pesar de tratar temas complejos,  el libro de Arana es de fácil lectura para un lector de cultura media (como caracteriza a la colección de textos que está publicando sobre estas materias la editorial sevillana Senderos). Juan Arana usa con gracia sevillana la ironía socrática, lo que hace más amena la lectura de su libro.

Benigno Blanco

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