Lunes, 23 de diciembre de 2024

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El domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio del día

por Dentro, muy dentro de ti

Es domingo: Contemplar y Vivir el Evangelio
       del día
 
Inicio: Detén tu quehacer y recógete para orar… Aun cuando estés sin ganas, o turbado, o con alguna experiencia de infidelidad al amor de Dios, no lo dudes: el Señor te está esperando con un amor inmenso… Él nunca deja de amarte… Con este convencimiento entra en la oración…
 
Leer despacio el Evangelio: Lc 17,1119
 
Yendo Jesús camino de Jerusalén, pasaba entre Samaría y Galilea. Cuando iba a entrar en un pueblo, vinieron a su encuentro diez leprosos, que se pararon a lo lejos y a gritos le decían: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Al verlos, les dijo: «Id a presentaros a los sacerdotes.»
Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra dándole gracias. Este era un samaritano. Jesús tomó la palabra y dijo: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que un extranjero?» Y le dijo: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado.»
 
Contemplar…, y Vivir…
 
<>Esta vez, en el camino hacia Jerusalén acontece un hecho hermoso que nos atrapa el corazón: cuando el grupo de Jesús va a entrar en un pueblo, justo antes aparecen diez leprosos que gritan de lejos: «Jesús, maestro, ten compasión de nosotros.» Petición muy clara: ten compasión de nosotros. Es éste el grito doloroso y profundo que sale de aquellas gargantas y de tantos corazones humanos de entonces, de hoy y de siempre. Los leprosos no podían haber hecho cosa mejor: ten compasión de nosotros. Han tocado así las fibras más hondas y sensibles de amor del Corazón del Señor. El Corazón de Cristo es muy sensible a esa petición, y más viniendo de gente necesitada, marginada y dejada en la cuneta de la vida por su tremenda enfermedad. Jesús ha venido precisamente para dar vida, sanar y salvar; por eso está cerca de quien lo necesita, lleno de ternura y amor misericordioso. ¿Intuían algo de esto aquellos leprosos? Alguno pareciera que sí, pues le llaman por su nombre, como a un amigo conocido, y también maestro, reconociéndole autoridad y poder. Además, hacen lo que Jesús les pide.
Sitúate junto a Jesús, mira despacio las personas, lo que acontece allí en ese momento: mira bien a los leprosos, oye su grito y deja que penetre también en tu corazón. ¿Se conmueve? ¿Cómo resuena en ti ese grito de tantos y tantos marginados y enfermos de hoy en torno a ti? Deja penetrar ese grito dentro de ti. ¿Qué eco y resonancia tiene en ti? Y también grítale tú a Jesús, tu Señor y Maestro: ten compasión de mí. ¿No necesitas ese desahogo, esa súplica? Repítesela con confianza… Mira que el Corazón de Cristo es muy sensible a tus enfermedades y necesidades… ¿No lo ves ahí en la escena? ¿No oyes su respuesta inmediata? Mira… Contempla… Oye… Déjate sanar por el Señor…
<>La respuesta de Jesús parece decirles, dejadme tranquilos, “Id a presentaros a los sacerdotes”; para eso están ellos. En efecto, Jesús hace lo que tenía que hacer y ellos, como judíos, también; por eso se fueron a ver a los sacerdotes. Cumplían la ley santa (Levítico 14,1-9) que pedía que tales enfermos,  una vez sanados, fueran a presentarse a los sacerdotes con el fin de obtener la certificación, digamos así, o la sanción oficial de su sanación. Jesús no les cura en el acto. Quiere que cumplan con la Ley, y eso suponía que iban a curar de la lepra durante el camino, antes de llegar al sacerdote. De este modo, Jesús pone a prueba su verdadera fe: ¿Creían en él y lo que él suponía como verdadero Mesías enviado de Dios, y por eso le gritan que tenga compasión de ellos, y le obedecen después? ¿O miran simplemente por su salud sin salir de ellos mismos y de su creencia judía?
El primer elemento de la fe de estos leprosos es importante: obedecen a Jesús, sin que éste tenga que insistir: se ponen en camino al instante con la seguridad de que iban a curar. Y así fue: Y sucedió que, mientras iban de camino, quedaron limpios. Esto significa que su obediencia fue auténtica. Ya ves: ninguna palabra o gesto de Jesús es inútil, está demás, se puede escuchar o no, da igual. No. No es así. Toda palabra y gesto de Jesús es Sanador y Salvador. Obedecido, cambia el cuerpo, el corazón y la vida. Seguro. Obedecer a Jesús lo cambia todo. Va cambiando del todo. Esta obediencia es el primer paso de la auténtica fe en Dios, en Jesús. ¿Qué hago yo con la Palabra de Dios cuando la leo, la medito, la contemplo?... ¿La hago mía? ¿La obedezco? O sea ¿la acepto como dicha para mí? Porque si no es así, nada tiene de extraño que mi vida no cambie, no sane, no sea nueva y viva como lo es Jesús…
<>Uno de ellos, viendo que estaba curado, se volvió alabando a Dios a grandes gritos, y se postró a los pies de Jesús, rostro en tierra, dándole gracias. De pronto, uno de ellos se vio limpio, curado de la lepra. ¿Los otros nueve no? ¡Quién sabe! Tal vez no. ¿Qué le ha pasado a este hombre?
Al parecer, por todo lo que realiza a continuación, éste tenía una fe más auténtica, una confianza verdadera en Jesús. La mirada y la voz de Jesús no han tocado solo su piel, sino su corazón. La persona y la palabra de Jesús, le han traspasado hasta dentro, se han adentrado hasta lo profundo de su ser; el leproso ha consentido en ello, y así ha quedado sano totalmente: su piel quedó limpia de lepra y su corazón se liberó de aquellas defensas o corazas que impedían que se encontrara con el Señor, con el Salvador, con el verdadero enviado de Dios. Se ha dejado encontrar por Jesús. Entonces se detiene en el camino como diciéndose: éste es el Mesías esperado, ya está aquí, no hay duda, es Él…, vuelve sobre sus pasos…, alaba a Dios gritando de alegría…, llega a Jesús, se postra ante Él y le da gracias… Elementos todos de una fe genuina y de verdadera conversión, advenida por dejarse encontrar por Él y consentir en ese encuentro. Ese encuentro le ha cambiado del todo. Se ha convertido a Dios, a Jesús.
Me meto dentro de esa escena de la vuelta del leproso a Jesús, contemplo sus gestos y acciones, las expresiones de su fe: ¿Qué me dicen? ¿Qué siento yo ante todo eso? Mi encuentro con Jesús, ¿me lleva a escuchar su Palabra, obedecerle, a vivir en alabanza y alegría que se note, a adorarle y darle constantemente gracias? Si no es así, tu fe no es aún viva… Tu en encuentro con Él, no es aún consentido y pleno…
<>Este leproso ha experimentado más que los otros nueve, mucho más que la sanación de la enfermedad. Esas acciones que le distinguen de los demás, demuestran su confianza en Jesús, como el agente de Dios para la sanción y la salvación. Por eso, Jesús termina diciéndole personal y directamente: «Levántate, vete: tu fe te ha salvado.» Le ordena que se levante, es decir, quiere Jesús que viva como un creyente en Él, que ha resucitado: alguien que tiene una nueva vida, ha encontrado la verdad, la libertad, la alegría de vivir, la sanación y la salvación, la integración social y religiosa; en definitiva, es una persona comprometida con Dios y con los demás. Eso por un lado. Por otro, Jesús añade un segundo imperativo: vete, o sea, vete a vivir en cristiano entre los tuyos y entre los demás; no eres llamado a seguirme de cerca como los apóstoles, tú trata de ser discípulo-misionero allí donde vives y con quien estás. Esta es tu vocación, diferente pero verdadera. Lo que has recibido crecerá aún mucho más para gloria de Dios y servicio de los demás. En fin, tu fe te ha salvado: vale decir que su fe le ha cambiado, que es la fe que le tiene la que ha obrado ese prodigio, que no prescinda jamás de esa fe, que siga viviéndola e irá creciendo en él y a través de él en los otros. La fe en Jesús tiene el poder de Jesús. ¿Cómo se habrá marchado este leproso? Tú, contémplale mientras escuchas a Jesús decirte a ti esas mismas palabras: Levántate, vete: tu fe te ha salvado… ¿Qué sientes? ¿Qué puedes decir a Jesús? Comparte amicalmente con Él esos sentimientos, o lo que sea…
<>«¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve, ¿dónde están? ¿No ha habido quien volviera a dar gloria a Dios más que un extranjero?». No sabemos lo que ha pasado con los otros nueve leprosos. ¿Se habrán curado? En todo caso no han vuelto. La extrañeza de Jesús daría a entender que han sanado. Sin embargo su corazón sufre, no porque no  hayan vuelto a darle gracias por lo que hecho con ellos, sino porque no han vuelto a dar gloria a Dios. Somos muy olvidadizos. Y también muy desagradecidos. ¡Qué fácilmente nos olvidamos de Dios! ¿Es verdad o no? Todo cuanto acontece al ser humano, y más si es positivo, con humildad pero de verdad, ha de ser manifestado para gloria de Dios: para que quede claro que Dios nos ama siempre y está siempre presente cuidando de nosotros, ocupado de nosotros: sufriendo, llorando o riendo y gozando con nosotros. Estoy con vosotros todos los días, sin faltar ni uno solo. ¿Cuándo te vas a dar cuenta?
<>Y para más admiración, el que ha vuelto a dar gracias es un samaritano, un extranjero, alguien no considerado del pueblo del Dios y por eso indigno y hereje La salvación de Dios no excluye a nadie; Jesús, que es esa Salvación, tampoco. Ahora, para el samaritano, el centro de su vida ha comenzado a ser Jesucristo. Por eso le envía a los suyos con la misión de ser entre ellos discípulo-misionero del verdadero Mesías: Jesús. El Salvador  y la Salvación.  
Me considere yo como me considere, Jesús siempre me está esperando, me acoge, me sana, me perdona y me da una misión. Es el Amigo y el Maestro fiel.
 
Termina: Comparte con Él los sentimientos y demás, que la contemplación de haya provocado o sugerido… ¿Te sientes sanado de algo por la relación obediente que tienes con Jesús? ¿O te cuesta dar cabida en la voluntad del Señor contigo?... Sea cual sea la situación en que te encuentres ahora (agobio, preocupación, sufrimiento, soledad, desesperanza…, necesitas sanar de eso, no sea que se vaya a concretar en tu lepra personal)… Pues bien, es posible ahora mismo tratar con un Dios-Amor, cercano e íntimo, amigo, que está contigo, dentro de ti… Adóralo con sumisa gratitud…
 
Durante la semana, repite con frecuencia: Jesús, ten compasión de mí… El Señor te irá dando la respuesta que tú necesites en cada momento.
 
 
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