Sábado, 23 de noviembre de 2024

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Orar es posible

El cuarto de hora de oración

por Dentro, muy dentro de ti

El cuarto de hora de oración

 Orar, hemos de orar siempre: en todo tiempo y lugar. Entiendo, sin embargo, que el planteo de tiempo en la oración o de cuánto se ha de orar cada día, es un planteo inútil. Como éste: “Cuánto tiempo he de amar o dedicar a amar; o cuánto tiempo debo vivir…”

O amo y vivo siempre y en  todo tiempo o ni amo ni vivo. Se entiende, con todo, que hemos de dedicar tiempos especiales, muy particulares a amar a alguien de una manera muy particular: única, intensa, gratuita. ¡A Dios, por supuesto! ¡A la persona amada…! ¡Al ser querido!

 Santa Teresa -muy atrevida ella, siempre- se atreve incluso a plantear este tema de una manera clara y tajante. Viene a decir: Respondo de la salvación de aquél que haga un cuarto de hora de oración al día. ¡Pues ahí está! Parece como si se diera una garantía comercial: si hace esto, tendrás automáticamente la salvación. Pues bien, no se trata de un seguro de Vida. Se trata sencillamente, y eso quiere la santa, de convencernos que si hacemos oración de verdad y cada día -el tiempo cuenta poco- nos van a acontecer “ciertas cosas” poco comprensibles: el amor de Dios nos inundará y espoleará en todo, y la gloria del Señor resucitado nos va a invadir progresivamente de tal manera que, a la larga, el hombre viejo que somos y tantas veces vivimos, quedará sofocado y como sin fuerzas, por la novedad de Vida que es Dios en Jesucristo, que en nosotros crece y crece casi sin darnos cuenta. Éste es uno de los “secretos” del cuarto de hora de oración.

 Para esto hay  que empezar  con un tiempo corto, pues a menudo es más fácil orar diez o quince minutos que una hora. Sobre todo si no estamos acostumbrados. Poco a poco te aficionarás y hasta te apasionarás por la oración y presentirás con deseo y temor, que la oración puede llegar a ser, o está empezando a ser, una vida íntima o interior a tu propia vida, y que como savia nueva la hace reverdecer, florecer y dar nuevos frutos que a uno mismo le llegan a sorprender. Sucede que cuantos más bienes materiales o espirituales sensibles posee uno, menos los desea pues los tiene; mientras que la oración, que es un bien espiritual inigualable y delicado, cuanto más se posee más se desea. Y te ocurrirá que sin darte cuenta aumentarás el tiempo de oración. ¿Sabes por qué? Porque el Espíritu Santo te dará a gustar el agua viva y nueva que, a diferencia de otras, no te saciará nunca y siempre querrás más. Buena señal: el Espíritu te ha “pescado” y tú no podrás sino intentar más y más la oración. Éste es otro de los “secretos” del cuarto hora de oración.

 Aquí sucede algo que se ha de conocer muy bien para no exponerse a engaño. Me explico.

 Cuando uno se propone hacer un cuarto de hora de oración al día, puede ya prever no pocas dificultades en orden a la infidelidad a ese sencillo proyecto: no hacerla, acortarla, no encontrar el tiempo, pereza para hacerla después, etc.; o lo que es más peligroso, hacer como si se hiciese a los propios ojos o ante los de Dios. Que de todo ocurre. En las cosas del espíritu somos muy ingeniosos para engañar o engañarnos. ¿O no?

 Nos solemos dar muchas escusas: trabajo, cansancio, distracciones, el aburrimiento de la oración, la fuerte impresión de que se pierde el tiempo, etc., etc. ¿Y hasta puede ser verdad! Pero si la decisión de hacer oración diaria es verdadera, -aunque fuere un cuarto de hora-, hay una regla fundamental que hemos de tener en cuenta, y que podemos enunciar así: las dificultades e incluso las infidelidades no tienen mayor importancia, con tal de que las reconozcamos como tales, y sobre todo que no nos instalemos en ella. Sencillamente: la oración va más allá y más al fondo que todo eso.

Y no olvides: cuando se te invita al cuarto de hora de oración diaria, se te propone permitir que la presencia Trinitaria, que llena e impregna el fondo de tu ser, suba y aflore a tu conciencia de fe y te dinamice por el Amor.

                                              *  *  *

¿Quieres y puedes ahora intentar orar. He aquí la propuesta concreta con sus respectivos pasos. Puede hacer todos o tan sólo alguno. Todo depende de ti. No de Dios.

 1.-Ponte en ese clima orante que necesitas: en ese lugar habitual donde todo te ayuda a recogerte: la Palabra de Dios abierta, la vela encendida, la imagen acogedora, la luz suave, los ruidos inexistentes, la postura flexible y sin tensiones. Todo ello te invita a la Presencia: saber estar ahí solo para quien vive ahí para ti, dentro, muy dentro de ti. En el silencio, ten alerta el corazón, morada de Dios-Trinidad en ti, para captar en fe viva su Presencia Amorosa… Créelo. Tenlo por cierto y seguro. Agradece y adora, sin más. Gratuitamente.

2.- Dirígete a los Tres… Tal vez así (es sólo una manera): Padre, Padre amado, en el nombre de Jesús, dame tu Santo Espíritu, Persona-amor tuyo y del Hijo… y mío… Padre, dame el Santo Espíritu… Sin Él, cómo voy a hacer para estar con vosotros en mí…, aquí, dentro de mí. Todo esto sin prisas. Repetido una y otra vez. Esperando sin límites, para que tu apertura interior sea mayor y acoja el don.

3.- Y ahora alaba y da gloria a la Santísima Trinidad, dentro de ti: Gloria… Alabanza…Gloria al Padre por los siglos de los siglos. Amén. Gloria… Alabanza… Gloria al Hijo por los siglos de los siglos. Amén. Gloria…Alabanza… Gloria al Espíritu Santo por los siglos de los siglos. Amén. Queda en silencio y deja que sea tu espíritu, tu yo profundo, y no tus palabras, quien glorifique a la Trinidad de una manera del todo personal y espontánea. No te preocupes. Tu ocupación es querer estar amando. Y sin prisas.

4.- Es el momento del abandono, o tal vez de la súplica, no impaciente, ni ansiosa ni rebuscada: la que brote de lo hondo como grito suave de fe amorosa y confiada. Quizá sea el tiempo del reposo de fe siempre amorosa y confiada… ¡Qué sé yo! Tiempo de sola gratuidad, ¿por qué no?

5.- Ya es tiempo también de despedida. Da gracias al Padre, al Hijo y al Espíritu por lo que has vivido con ellos. ¿O no has vivido nada? Por las maravillas que han obrado en ti. ¿O no percibes nada de eso? Porque ahora eres distinto en ellos y desde ellos. ¿O no lo crees? De rodillas, besa la tierra que pisas y… parte. Deja el tiempo de oración y pasa al tiempo del obrar concreto en el trabajo, en la relación, en la  ayuda en el servicio, en el compromiso variado. Digamos que es el tiempo de verificar la autenticidad de tu oración.

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