Orar es posible
La oración, entre la gana y la desgana
La oración, entre la gana y la desgana
Los maestros de la vida espiritual, antiguos y nuevos, han dejado muy claro en su experiencia y en sus escritos, que la auténtica oración, nada tiene ni de perezoso ni de cómodo. Es más, quienes en su vida son tales, ni oran de verdad ni viven espiritualmente; es decir, no están habitualmente animados por el Espíritu Santo, sino por un espíritu indolente que les induce a vegetar. En la oración, se aburren, bostezan y se duermen. Estos tales, ni entregan nada ni mucho menos se entregan a sí mismos. Por tanto, son incapaces de orar, que es donarse con gratitud y gratuidad al Señor. ¡Y sin esperar nada a cambio! El viento que les mueve es su gana y su desgana.
La oración es encuentro interpersonal de amor en el que se recibe todo y uno da lo que puede. No hay instalación posible, eso serías egoísmo; ni pereza ni comodidad, eso sería egocentrismo. Todo, menos oración. “Si tengo gana, oro (¡), si desgana, no hago oración (¡!).
Desde la situación personal, he aquí a grandes rasgos, una descripción de la experiencia ordinaria de oración.
Hay días que la oración es una fiesta. Es una gozada sentir alegría interior, consolación en el espíritu, facilidad para estar con Dios: escuchar, hablarle…, callar. Cualquier cosa dice mucho. Y el tiempo se pasa volando. ¡Así es fácil! Hay ganas, decimos.
Otras veces: días, semanas y tiempos…, “es como un desierto nevado mi oración”, que canta un himno. Es monotonía gélida y sin relieves; simplemente insoportable. ¿Hacia dónde tirar? Se hace presente un aburrimiento patético y desgastante. Hay que armarse de la fuerza paciente e interior de un guerrero. Nos lo explicamos como desgana, desolación espiritual. ¿Será solamente eso? ¡Para mí, que no!
No faltan ocasiones, y son frecuentes, en que la lucha es dura, feroz incluso. Tanto más que la lucha se verifica y arrecia a tres bandas; éstas aparecen a veces de modo singular, y por momentos puede dar conjuntamente.
Un frente de batalla, siempre interior y no se puede huir de él, es uno mismo: tensiones interiores y exteriores, cansancios, distracciones, preocupaciones…; y lo que es peor: apegos del corazón que tienes sus propios “tesoros”, los acaricia y los mantiene: lo que hace estar llenos de otras cosas que no son Dios, ¡y no hay espacio para Dios! Esto hace daño, hiere y divide la voluntad y el corazón. En tales y frecuentes casos, encontrarse a sola con dios, cara a cara, como en la oración, resulta insoportable. Cruje todo el interior. “Hay que hacer algo más gratificante”, ¡Y se deja la oración!
Otro emplazamiento exigente es el mismo Dios-Amor. Y es así: Él está conmigo y para mí con un Amor total y gratuito, porque siempre me quiere y desea lo mejor para mí: Él mismo, su voluntad-amor, su proyecto de felicidad… Pero ocurre, a veces, que ni mi amor coincide con el suyo, ni mi voluntad con la suya, ni mi proyecto con el suyo. Y temo hacer mío lo que Él quiere. “Es demasiado”, me digo. Y se deja la oración.
En fin, el otro campo de batalla es el mismo Tentador. Me sugiere que la oración no es para mí; que eso es cosa de santos; que se puede orar en la vida siendo generoso con los demás; que hoy las exigencias son otras; que la urgencia es la evangelización; que la relación con Dios siempre es posible y en cualquier momento y lugar… Y mil etcéteras más que son verdades a medias. Y me convenzo a mí mismo: “Oye, pues es verdad”… Y se deja la oración.
Para no olvidar: la oración cristiana no está a merced de la gana y la desgana, sino de la fe y el amor vividos.
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Ahora…, practica personalmente la oración
1/ Vete al lugar acostumbrado para hacer este buen rato de oración. Allí: la Biblia, la imagen, el cirio encendido, la luz matizada y suave. Y ojalá también, la paz u quietud exterior e interior. Allí, tú, todo tú: sereno, no dispersado. Importa solo una cosa: El Señor está aquí y me ama. Créelo y que nada te turbe… Créelo… Mi Señor está aquí amándome… llenándome Él mismo, de sí mismo, todo Amor… Envolviéndome Él mismo, todo Amor… Créelo con fe segura, o sea, que no duda ni quiere dudar. ¡Todo ello es más cierto que tu misma existencia!
2/ Este momento es importante, no tengas prisa… Déjate…, déjate llenar de Dios-Amor…, sí, déjate… No te empeñes, tú. No te tenses, no te crispes. Ni te preocupes de lo que sientes o no sientes. Así no es. Cree con fe segura y espéralo todo de Él, Presencia viva en ti… Eso es todo…
3/ Y ahora, otro pasito. Haz una súplica ardiente: ardiente porque hecha sin duda y con toda confianza (esas que ahora tiene y puedes ejercitar): Padre, en el nombre de Jesús, dame tu Santo Espíritu… Dame, Padre, tu Santo Espíritu… En el nombre de Jesús, dame…, dame…, tu Santo Espíritu… Repítelo convencido cuanto sea necesario. Tienes necesidad del Espíritu para orar, -¿sabes?-; no así de la gana o desgana. Eso no importa.
4/ Tal vez es el momento de tomar la Biblia en mano. Con toda reverencia bésala: es Palabra de Dios, es su mismo Verbo: el Señor Jesús en persona, hablándote como Palabra personal del Padre. No importa lo que sientas o la situación interior en que te encuentres. No importa. Tómala. Bésala. Y lee: Lucas 10,38-42.
5/ Andas inquieto y preocupado por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria. Lee y relee despacio. Párate en cada pequeña frase del texto. Sobre todo, párate en aquella frase que te dice algo: ¿qué te dice? O en aquella otra que encuentras lo que buscas, ¡o te parece! Y gusta interiormente aquello que has encontrado…
6/ Para terminar este rato de oración, da gracias y sé generoso. De un modo espontáneo y como te venga. Reza lentamente: Gloria al Padre… al Hijo… y al Espíritu Santo. O bien día y repite en AMÉN CONSENTIDO.
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