Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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¿Cómo juzgará la historia a esta generación?

por Tomás Alfaro

Esta semana, a raíz de la nueva ley del aborto se han oído cosas que podrían calificarse de sandeces si no fuesen perversidades. La primera la de la inefable “miembra” del gobierno, ministra de igualdad, con cartera y sin sentido. Si un feto de 13 semanas es un ser vivo pero no es un ser humano, ya me contará qué es. Todo ser vivo pertenece a una especie y un feto o un embrión humanos pertenecen a la especie humana. No pueden ser otra cosa que seres humanos. El silogismo es tan sencillo como incontrovertible. Y lo que ha hecho la ministra, con su increíble habilidad mediática, es enunciar una premisa de ese silogismo que lleva ineludiblemente, a cualquier persona sensata, a la única conclusión válida: el feto humano es un ser humano. Y negando la conclusión evidente se ha puesto en ridículo. Una vez más. Pero por si fuera insuficiente y alguien tuviese alguna duda razonable de esa conclusión lógica, me permito argumentar desde otro punto de vista. Hay dos características que diferencian la civilización de la barbarie. Una es la presunción de inocencia y otra la protección del débil. La presunción de inocencia se basa en la lógica sencilla de que es preferible que un culpable quede libre que que un inocente sea condenado injustamente. Si aplicamos este criterio civilizador de orden de preferencia al caso de un feto o embrión humano, vendría a decir lo siguiente: Sería preferible admitir que el feto o el embrión humano son seres humanos –suena tan obvio que, ¿puede no admitirse?–, aunque no lo fuesen, y dejarles vivir, que no concederles la humanidad y correr el riesgo, si lo son –como caben pocas dudas–, de estar perpetrando el mayor genocidio de la historia. El principio civilizador de la protección del débil, si es aplicable a alguien, lo es al más indefenso de todos los seres, el feto el embrión humano. ¿Debe nuestra civilización excluirles? Qué elegimos ¿la civilización o la barbarie? Pero que una indocumentada como la Aído diga sandeces es algo esperable. Y hasta sería cómico si esas sandeces no se refiriesen a un tema tan grave que la comicidad se trueca en tragedia. Sin embargo que un ministro de educación, catedrático universitario, como nuestro Ángel Gabilondo, diga con ironía que le llevaría un buen rato decidir qué es un ser humano y que la ministra de sanidad le coree afirmando que “abrir un debate moral y científico en terrenos en los que no hay acuerdo no tiene sentido” (sic), es ya el colmo del sinsentido. Seguramente para Trinidad Jiménez, los debates hay que abrirlos en terrenos en los que se está de acuerdo. En los que no se está de acuerdo, hay que imponer la sinrazón. Porque la razón de esta ley está en que “los países de nuestro entorno se han puesto de acuerdo en considerar a partir de cuándo un feto es viable”. Dígame señora ministra, ¿es viable un niño recién nacido sin la atención de alguien? ¿Somos viables usted o yo solos en el mundo? ¿Nos ponemos a dudar si somos seres humanos? Si este debate ético, en el que está en juego, como he dicho antes, determinar si estamos cometiendo el mayor genocidio de la historia no tiene sentido, ¿qué tiene entonces sentido? San Agustín decía en su “Ciudad de Dios” que un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones. ¿No es importante saber si nuestros Estados del siglo XXI están degenerando en bandas de asesinos? Tal vez para el señor Gabilondo y Trinidad Jiménez no, pero para mí –y creo que para cualquier ciudadano responsable–, sí es importante saberlo. No me cabe duda de que dentro de siglos, cuando la Historia juzgue al siglo XX y, si no lo remediamos, al siglo XXI, se quedarán espantados de ver cómo, en el nombre de no se sabe bien que especie de necia progresía, se ha cometido, contra todo sentido de la justicia y de la vergüenza, un genocidio que hace palidecer al holocausto devastador del nazismo. Tal vez se estudien las causas por las que una civilización como la occidental se derrumbó. Si es así, seguro que entre ellas está la barbarie del aborto. Hay, para terminar, una cuestión que me importa aclarar. En ese genocidio, sólo una mínima parte de la barbarie recaerá sobre las propias mujeres que abortan. No soy yo quién para juzgar a las personas –sí a los hechos. Pienso que la mayoría de las mujeres que abortan lo hacen con un alto grado de ignorancia y de presión social de la que, en muchos casos, ellas son ajenas y que, también en muchos casos, provienen de los hombres de su entorno. Esos que no deben “interferir”, según el presidente Zapatero, para convencer a sus hijas, novias o mujeres de no abortar, pero sí las presionan para que lo hagan. El aborto no suele ser feminista, sino machista. Las mujeres son también víctimas del aborto, porque son ellas las que sufren las terribles consecuencias psicológicas de abortar. Estoy seguro de que sin esas presiones sociales y mediáticas de todo tipo, el número de abortos disminuiría drásticamente. Porque, al fin y al cabo y les guste o no les guste a los progres, las mujeres tienen instinto de maternidad. La gran responsabilidad de ese holocausto recae sobre los gobiernos que facilitan el aborto y parecen tener un enorme interés en que no se abran y en no apoyar vías alternativas para evitar que un embarazo no deseado acabe en muerte, mientras apoyan toda presión mediática abortista. Hay miles de parejas que darían su vida por adoptar a esos niños que sus madres, por circunstancias que mi religión no me permite juzgar, no quieren. Miles de mujeres que se plantean abortar, si se les abriesen alternativas, elegirían tener a su hijo. Pero parece como si una perversa vesania, disfrazada de libertad y de comprensión, quisiese cerrar y silenciar toda alternativa que no acabe, de forma inmediata, en el quirófano y en la muerte. ¿Qué presupuesto hay para hacer llegar a las mujeres con embarazos no deseados el mensaje de que hay otras salidas? ¿En cuantos centros de “planificación familiar” en las que se recomienda el aborto con una facilidad pasmosa, se dan folletos de organizaciones que promueven la adopción o el apoyo a las madres? ¿En cuantas farmacias en las que se va a obligar a vender la píldora del día después a niñas bajo penas de multas terribles, se deja que en vez de vender esta barbarie se informe de las consecuencias del aborto? ¿Cuántas ayudas hay para incitar a las embarazadas a que lleven a término su embarazo y acepten su maternidad? ¿A qué mujer que quiere abortar se le informa de las terribles consecuencias psíquicas que eso le va a acarrear? Nada. Todo eso son gazmoñerías estúpidas. Lo progre, lo verdaderamente progre, es ir inmediatamente al quirófano para abortar como quién se quita un grano. ¿Será esto lo que se ha venido a llamar la cultura de la muerte? Que Dios nos perdone, porque estoy seguro de que la Historia no lo hará. Seremos para ella tan abominables como los nazis y tal vez sirvamos de lección de por qué una civilización, en apariencia floreciente, puede derrumbarse. La respuesta estará en una crisis moral. Y en esta crisis moral, el aborto tendrá un papel preponderante. Pero también dirá, tanto si la civilización occidental se salva como si sucumbe ante esta crisis moral, que hubo una minoría creativa que luchó por evitar este genocidio.
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