Sobre el viaje del Papa a Tierra Santa
por Tomás Alfaro
El pasado fin de semana leí todos los discursos y homilías que hizo en Tierra Santa (al menos los que he encontrado en Zenit) y me han causado una gran impresión que no puedo por menos que poner por escrito. Han sido once alocuciones en total. Las recapitulo para que sirvan para seguir el itinerario de su viaje. El día 11de mayo, nada más llegar, tras una visita a la residencia del Presidente de Israel, Simón Peres, se desplazó al Memorial del Holocausto en Yad Vashem para rendir homenaje a las víctimas de la Soah. Allí gritó desgarradoramente: “¡Que los nombres de estas víctimas no perezcan nunca! ¡Que sus sufrimientos nunca sean negados, disminuidos u olvidados! ¡Y que toda persona de buena voluntad vigile para desarraigar del corazón del hombre todo lo que sea capaz de llevar a tragedias semejantes!” El día 12 en el valle de Josafat celebró una misa al aire libre para unos 6000 fieles y predicó su primera homilía. Al día siguiente, 13, fue a Belén y allí, al llegar, pronunció un discurso ante el Presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen y otros dirigentes palestinos. También predicó una homilía en la misa que celebró en la plaza del Pesebre, junto a la basílica de la Natividad. Por la tarde, visitó el campo de refugiados de Aida. Al día siguiente, 14, fue a Nazaret y celebró misa al aire libre en el monte del Precipicio y, por la tarde, pronunció un discurso ante los principales dirigentes religiosos cristianos, drusos, judíos y musulmanes. Esa misma noche, todavía en Nazaret, rezó las vísperas con obispos, sacerdotes, religiosas, religiosos, miembros de movimientos eclesiales y agentes de pastoral en Galilea y también les dirigió unas palabras. El 15 visitó el santo Sepulcro, donde pronunció un discurso. Después, ya en Tel Aviv, en el aeropuerto Ben Gurión, pronunció un discurso de despedida ante el Presidente y el Primer Ministro de Israel, Simón Peres y Benjamín Netanyahu, respectivamente. Allí también tuvo palabras para recordar el horror del holocausto perpetrado por los nazis: “Esos encuentros –se refiere a encuentros que tuvo el primer día del viaje con supervivientes de Soah– me recordaron mi visita de hace tres años al campo de la muerte de Auschwitz, donde muchos judíos –madres, padres, maridos, esposas, hijos e hijas, hermanos y hermanas, amigos– fueron brutalmente exterminados bajo un régimen sin Dios que proclamaba una ideología de antisemitismo y odio. Este espantoso capítulo de la historia nunca debe ser olvidado o negado”. Pero todavía, durante el viaje de vuelta a Roma hizo, para los periodistas, un balance del viaje. Para terminar con la serie de documentos, el 17, ya en Roma, publicó una breve meditación titulada: “Tierra Santa, el quinto Evangelio”. Sirva esto para ilustrar la densidad de su viaje, aún sin contar, ya que no tuve acceso a ellos, los discursos y/o homilías que pronunciase en Jordania, primera etapa de su viaje, el día 11. ¡Todo esto con 82 años! ¡Sólo de repasar estas líneas con su actividad yo ya me siento cansado! Desde luego, no pienso hacer un resumen de cada una de esas intervenciones, sería agotador. Sólo quiero resaltar tres corrientes básicas que se van entrelazando a lo largo de sus intervenciones y que forman como una trenza fuerte y robusta que las recorre. Las ilustraré con citas seleccionadas de sus distintas alocuciones. La primera corriente sería una exhortación a los palestinos cristianos a que no abandonen Tierra Santa, sino a que se conviertan en ella en fuente de pacificación. La segunda es una llamada a la esperanza en la paz a través del amor. La tercera es una llamada a la justicia y al respeto a los justos derechos como única fuente de paz. Efectivamente, la minoría cristiana entre los palestinos, siempre entre dos fuegos, generalmente con un nivel de formación mayor que los palestinos musulmanes y, por tanto, con más oportunidades, ha ido emigrando de Tierra Santa hasta hacer de los que se han quedado un resto aislado y muy desamparado. Ya en Josafat les dice: “Deseo que mi presencia aquí sea un signo de que no sois olvidados, de que vuestra perseverante presencia y testimonio son preciosos a los ojos de Dios y un elemento de futuro para estas tierras. A causa de vuestras profundas raíces en estos lugares, de vuestra antigua y fuerte cultura cristiana y de vuestra perdurable confianza en las promesas de Dios, vosotros, cristianos de Tierra Santa, estáis llamados a ser no sólo un faro de fe para la iglesia universal, sino también levadura de armonía, sabiduría y equilibrio en la vida de una sociedad que tradicionalmente ha sido, y sigue siendo, pluralista, multiétnica y multirreligiosa”. Al día siguiente, en la homilía de Belén, a donde habían ido también palestinos cristianos de Gaza, les decía: “Sed testigos del poder de la vida, la nueva vida que nos ha dado Cristo resucitado, la vida que puede iluminar y transformar incluso las más oscuras y desesperadas situaciones humanas. Esta tierra necesita, no sólo nuevas estructuras económicas y comunitarias, sino algo que es más importante, una nueva infraestructura ‘espiritual’ capaz de galvanizar las energías de todos los hombres y mujeres de buena voluntad en el servicio de la educación, del desarrollo y de la promoción del bien común. Vosotros tenéis los recursos humanos para edificar la cultura de la paz y del respeto recíproco que garantizarán un futuro mejor para sus hijos. Esta es la noble empresa que os espera. ¡No tengáis miedo!”. Y aún al día siguiente, en Nazaret, en la homilía les pedía: “Por desgracia, como sabe el mundo, Nazaret ha experimentado tensiones en los años recientes que han dañado las relaciones entre las comunidades cristiana y musulmana. Invito a las personas de buena voluntad de ambas comunidades a reparar el daño cometido y, en fidelidad al credo común en un único Dios, Padre de la familia humana, a trabajar para construir puentes y encontrar formas de convivir pacíficamente. ¡Que cada uno rechace el poder destructivo del odio y del prejuicio, que matan al alma humana antes que al cuerpo!”. Y en el discurso en la basílica: “En el Estado de Israel y en los territorios Palestinos los cristianos son una minoría de la población. Tal vez os parezca que vuestra voz cuenta poco. Muchos de vuestros hermanos cristianos han emigrado, con la esperanza de encontrar en otros lugares mayor seguridad y mejores perspectivas. Vuestra situación nos recuerda a la de María, que llevó una vida escondida en Nazaret. [...] ¡Tened el valor de ser fieles a Cristo y permaneced aquí, en la tierra que Él santificó con su presencia! Como María, tenéis un papel que desempeñar en el plan divino de la salvación”. Segunda corriente, la esperanza. ¡Qué difícil es pronunciar la palabra esperanza en Tierra Santa! Pero el Papa ha tenido el valor de proclamarla, de decir que la esperanza no sólo es necesaria, sino que es posible si se basa en el amor en vez de en el odio y el rencor. Aunque ello conlleve grandes sacrificios. “San Pablo, el gran heraldo de la esperanza cristiana, experimentó el precio de esta esperanza, su costo en sufrimiento y persecución por amor al Evangelio, y nunca vaciló en su convicción de que la resurrección de Cristo era el comienzo de una nueva creación” –decía el Papa en Josafat. Pero su llamada a esa nueva creación tenía ecos muy concretos. En la ceremonia de bienvenida a los Territorios Palestinos, ante Abu Mazen y otras autoridades palestinas no tan moderadas, en la cercada Belén, clamaba: “Hago este llamamiento a los muchos jóvenes presentes hoy en los Territorios Palestinos: no permitáis que la pérdida de vidas humanas y la destrucción de que habéis sido testigos despierten resentimiento y amargura en vuestros corazones. Tened el coraje de resistir cualquier tentación que sintáis de recurrir a los actos de violencia o terrorismo. Por el contrario, dejad que lo que habéis experimentado renueve vuestra determinación de construir la paz. [...] Dejaos inspirar por sentimientos de compasión hacia todos los que sufren, por el celo por la reconciliación y por una firme confianza en la posibilidad de un futuro más luminoso. Señor Presidente [...] rezo fervientemente para que se cumpla el canto que los ángeles cantaron en este lugar: ‘paz en la tierra a los hombres de buena voluntad’. Gracias, Y que Dios esté con vosotros”. Y ese mismo día, en la homilía de la misa decía: “¡Qué lejos parece de la realidad esta magnífica promesa! ¡Qué distante parece ese Reino de amplio dominio y de paz, seguridad, justicia e integridad [...] Cristo ha traído un Reino que no es de este mundo, sino que es un Reino capaz de cambiar este mundo, pues tiene el poder de cambiar los corazones, de iluminar las mentes y de reforzar la voluntad”. En la homilía de Nazaret, al hablar de la Sagrada Familia, habló del “deber de reconocer y respetar la dignidad y misión concedidas por Dios a las mujeres, como también sus carismas y talentos particulares [...] en la creación de esa ‘ecología humana’ de la que nuestro mundo, y también esta tierra tienen una necesidad urgente: un ambiente en el que los niños aprendan a amar y querer a los demás, a ser honestos y respetuosos con todos, a practicar las virtudes de la misericordia y el perdón”. Y recordaba también cómo “en el carpintero de Nazaret vemos cómo la autoridad puesta al servicio del amor es infinitamente más fecunda que el poder que busca el dominio” y cómo “los niños tienen un papel esencial para hacer crecer a sus padres en santidad”. Y terminaba: “‘Hágase en mí según tu palabra’. ¡Que la virgen de la Anunciación, que con valentía abrió el corazón al misterioso plan de Dios y se convirtió en Madre de todos los creyentes, nos guíe y nos apoye con su oración! ¡Qué obtenga para nosotros y nuestras familias la gracia de abrir los oídos a esta palabra del señor que tiene el poder de construir, que nos inspire decisiones valerosas y que guíe nuestros pasos por el camino de la paz!” Luego, en el encuentro con representantes de otras religiones, todavía en Nazaret, les decía: “Nuestras diferentes tradiciones religiosas tienen en sí un potencial notable para promover una cultura de la paz, especialmente a través de la enseñanza y la predicación de los valores más profundos de nuestra común humanidad. Moldeando los corazones de los jóvenes moldeamos el futuro de la humanidad [...] con el deseo de salvaguardar a los niños del fanatismo y de la violencia, mientras los preparamos para ser los constructores de un mundo mejor”. Y para a acabar ese largo día, en la basílica de la Anunciación decía: “En la creación original, obviamente, no era cuestión que Dios pidiera el consentimiento de sus criaturas, pero en esta nueva Creación, Él lo pide. María está en el puesto de toda la humanidad. [...] Reflexionar sobre este alegre misterio nos da esperanza, la segura esperanza de que Dios continuará conduciendo nuestra historia, actuando con poder creativo para realizar los objetivos que serían imposibles para el cálculo humano”. En el Santo Sepulcro profetizaba que ahí “el juicio de Dios fue pronunciado sobre este mundo y la gracia del Espíritu santo fue derramada sobre toda la humanidad. Aquí, Cristo, el nuevo Adán, nos ha enseñado que el mal nunca tiene la última palabra, que el amor es más fuerte que la muerte, que nuestro futuro y el de la humanidad está en las manos de un Dios providente y fiel. La tumba vacía nos habla de esperanza, la misma que no defrauda, porque es don del Espíritu Santo, que nos da la vida. Este es el mensaje que hoy deseo dejaros al concluir mi peregrinación a Tierra Santa. ¡Que la esperanza se eleve nuevamente, por la gracia de Dios, en el corazón de cada persona que vive en estas tierras! Que pueda arraigarse en vuestros corazones, permanecer en vuestras familias y comunidades e inspirar a cada uno de vosotros un testimonio cada vez más fiel del Príncipe de la Paz. [...] Como cristianos sabemos que la paz que anhela esta tierra lacerada por los conflictos tiene un nombre: Jesucristo”. Ya en el aeropuerto gritaba este llamamiento a todas las personas de Tierra Santa: “¡Nunca más derramamiento de sangre! ¡Nunca más enfrentamientos! ¡Nunca más terrorismo! ¡Nunca más guerra!” Tercera corriente, la justicia. “La justicia y la paz se besan, la fidelidad surge de la tierra, la justicia se asoma desde el cielo”. Así reza el salmo 85. No creo haberlo leído en los discursos y homilías de Benedicto XVI, pero no me cabe duda de que lo ha tenido en la cabeza durante todo su viaje. Sobre todo cuando hablaba de la necesidad de la justicia para el logro de la paz. Cuando a su llegada a Belén le decía al Presidente de la Autoridad Palestina, Abu Mazen: “Señor Presidente, la Santa Sede apoya los derechos de su población a una soberana patria palestina en la tierra de vuestros antepasados, segura y en paz con sus vecinos, en el interior de unas fronteras reconocidas internacionalmente”. Al Presidente de Israel, Simón Peres y al Primer Ministro, Benjamín Netanyahu, les dijo en el aeropuerto de Tel Aviv durante la despedida: “Deseo que quede constancia del hecho de que he venido a visitar este país como amigo de los Israelíes, así como soy amigo del pueblo palestino. A los amigos les gusta pasar el tiempo en recíproca compañía y se afligen profundamente al ver que el otro sufre. Ningún amigo de los israelíes y de los palestinos puede dejar de entristecerse por la tensión continua entre vuestros dos pueblos. Ningún amigo puede dejar de llorar por el sufrimiento y la pérdida de vidas humanas que ambos pueblos han sufrido en las últimas seis décadas. [...] Que sea universalmente reconocido que el Estado de Israel tiene derecho de existir y de paz y seguridad en el interior de sus fronteras internacionalmente reconocidas. Que sea igualmente reconocido que el pueblo palestino tiene el derecho a una patria independiente, soberana, a vivir con dignidad y a viajar libremente. Que la solución de los dos Estados se convierta en realidad y que no se quede en un sueño. Y que la paz pueda difundirse desde estas tierras; que puedan ser ‘luz para las naciones’, llevando esperanza a muchas otras regiones golpeadas por conflictos. Una de las imágenes más tristes para mí durante mi visita a estas tierras ha sido el muro (de Belén). Al pasar por su lado recé por un futuro en el que los pueblos de Tierra Santa puedan vivir juntos, en paz y armonía, sin necesidad de semejantes instrumentos de seguridad y de separación, sino más bien respetándose y confiando mutuamente, renunciando a toda forma de violencia y agresión”. Tal vez este mensaje tenga algo que ver con que Benjamín Netanyahu, uno de los duros halcones israelíes, haya hablado el 24 de Mayo, menos de diez días después de estas palabras y por primera vez en su vida, aunque sea con reticencia, de un Estado Palestino. Pero la justicia de la que habla el Papa, que es dar a cada uno lo suyo, se basa, también, en dar a Dios lo que es de Dios y, así, Benedicto XVI hacía un acto de justicia hacia Dios diciendo en el encuentro con representantes religiosos cristianos, musulmanes, judíos y drusos: “La convicción de que el mundo es un don de Dios y de que Dios ha entrado en las vicisitudes y en los acontecimientos de la historia humana, es la perspectiva desde la que los cristianos ven que la creación tiene una razón y un fin. En vez de ser el resultado de un hecho casual, el mundo ha sido querido por Dios y revela su glorioso esplendor. En el corazón de toda tradición religiosa se encuentra la convicción de que la paz misma es un don de Dios, aunque no se pueda alcanzar sin el esfuerzo humano. Una paz duradera proviene del reconocimiento de que el mundo no es nuestra propiedad, sino más bien el horizonte en el que estamos invitados a participar del amor de Dios y a cooperar para guiar el mundo y la historia bajo su inspiración. No podemos hacer con el mundo todo lo que nos place; por el contrario, estamos llamados a conformar nuestras decisiones con las complejas y perceptibles leyes escritas por el Creador en el universo y a modelar nuestras acciones según la bondad divina que penetra el reino de lo creado”. Estas tres corrientes del mensaje del Papa en Tierra Santa, entrelazándose, forman, decía al principio, como una trenza fuerte y robusta. Se me antoja que es la trenza en la que se recoge la melena nuestra madre, la Iglesia, la esposa de Cristo, que enjuaga sus lágrimas sobre esa tierra. Siento que, con la visita del Papa a Tierra Santa, es como si el mismo Cristo hubiese vuelto a caminar por ella. Y en varias ocasiones Benedicto XVI pidió a la Iglesia universal que rezase por la paz en esta tierra. No quiero terminar estas impresiones sin resaltar un magnífico gesto simbólico realizado por el Papa y Simón Peres el día de la llegada de Benedicto XVI a Israel. Ese día, en la residencia del Presidente, ambos plantaron un olivo. Ciertamente el olivo es el símbolo de la paz y de la sabiduría. Probablemente con ese espíritu lo plantaron. Pero en su discurso de despedida, el Papa desveló al Presidente de Israel otro símbolo que él había querido significar al plantar ese olivo unos días antes. Le apuntó una cita de san Pablo en su epístola a los romanos. Seguro que Peres buscaría esa cita al llegar a su residencia tras despedir al Papa. Si lo hizo, habrá leído lo siguiente: “Y pregunto todavía: ¿Habrán tropezado los israelitas de manera que sucumban definitivamente? ¡De ninguna manera! Por el contrario, con su caída ha llegado la salvación a los paganos, quienes a su vez han provocado la emulación de Israel. Y si su caída y su fracaso se han convertido en riqueza para el mundo y para los paganos, ¿qué no sucederá cuando alcancen la plenitud? [...] Porque si su fracaso ha servido para reconciliar al mundo, ¿no será su readmisión como un volver de los muertos a la vida? Y es que si las primicias están consagradas a Dios, lo está toda la masa; si está consagrada la raíz, lo están también las ramas. Cierto que algunas ramas han sido desgajadas y que tú, olivo silvestre, has sido injertado entre las restantes y compartes con ella la raíz y la savia del olivo. Pero no presumas a costa de aquellas ramas; y por si presumes, recuerda que no eres tú quien sostiene la raíz, sino la raíz la que te sostiene a ti. [...] En cuanto a ellos, los israelitas, si no persisten en la incredulidad volverán a ser injertados. Y Dios puede muy bien injertarlos de nuevo. Porque si tú has sido cortado de un olivo silvestre, al que por naturaleza pertenecías y has sido injertado contra tu naturaleza en el olivo fértil, ¡con cuánta mayor facilidad podrán ser injertadas las ramas originales en el propio olivo! No quiero, hermanos, que ignoréis este misterio para que no andéis presumiendo por ahí. El endurecimiento de una parte de Israel no es definitivo; durará hasta que se convierta el conjunto de los paganos. Entonces todo Israel se salvará, como dice la escritura: ‘Vendrá de Sión el libertador, alejará de Jacob la impiedad y mi alianza con ellos será restablecida cuando yo les perdone sus pecados’[1]. En lo que respecta a la acogida del Evangelio, los israelitas aparecen como enemigos de Dios para provecho nuestro; sin embargo, si atendemos a la elección, siguen siendo muy amados por Dios a causa de sus antepasados, pues los dones y la llamada de Dios son irrevocables. También vosotros erais en otro tiempo rebeldes a Dios, pero ahora, por la desobediencia de los israelitas, habéis alcanzado la misericordia. De igual modo, ellos son ahora rebeldes debido a la misericordia que Dios os ha concedido, para que también ellos alcancen misericordia. Porque Dios ha permitido que todos seamos rebeldes para tener misericordia de todos”.[2] Me parece que esto es auténtico diálogo interreligioso. Quiero terminar transcribiendo el salmo 85 al que me he referido antes. Pido disculpas por añadir esto de mi cosecha, pero hace unos días leí este salmo por “casualidad” y es el viaje del Papa lo que me ha hecho recordarlo: “Señor, has sido compasivo con tu tierra, has cambiado la suerte de Jacob; has perdonado la culpa de tu pueblo, has enterrado todos sus pecados, has reprimido tu furor, has apagado el ardor de tu ira. Restáuranos, Dios, salvador nuestro, calma tu indignación contra nosotros. ¿Vas a estar siempre airado contra nosotros? ¿Va a durar tu ira de generación en generación? ¿No vas a devolvernos la vida para que tu pueblo se alegre contigo? Muéstranos, Señor, tu amor, y danos tu salvación. Voy a escuchar lo que dice Dios: el Señor anuncia la paz a su pueblo y a sus fieles, para que no vuelvan a cometer locuras. Sí, la salvación está cerca de los que le honran, la gloria habitará en nuestra tierra; el amor y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad surge de la tierra y la justicia se asoma desde el cielo. El Señor nos dará también la lluvia y nuestra tierra dará su cosecha; la justicia marchará delante de él y la rectitud seguirá sus pasos”. Sea ésta mi oración por esa paz, por la Paz. Todos somos tu pueblo, Señor. Judíos, cristianos, musulmanes, budistas, ateos, etc. Restáuranos. Que en este Pentecostés el Espíritu Santo nos conceda la gracia de honrarte como mereces para que, como dice el salmo, nos llegue tu salvación. Así sea. [1] Isaías, cap. 59, vers.20 y 21 de donde san Pablo saca esta cita, dice textualmente: “Pero a Sión vendrá el libertador/ y rescatará en medio de Jacob/ a los que se conviertan de su rebeldía./ Oráculo del Señor./ Esta es la alianza que yo haré con ellos, dice el Señor: El Espíritu que te he infundido y las palabras que te he confiado, estarán siempre en tus labios y en los de tus descendientes, desde ahora y por siempre – dice el Señor. [2] Carta de san Pablo a los Romanos cap. 11, vers. 11 - 32.
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