Hay esperanza: del lamento a la acción
Vivimos tiempos muy complejos. Tal vez todos los hombres de todas las épocas lo han pensado igual. Pero no por eso dejo de tener esta certeza en la que se conjugan los aromas y sabores de dos asuntos bien distintos.
Por un lado, el presente y el futuro se presentan cargados de nubarrones, anunciando tormenta, huracán, terremoto y erupción volcánica, en una “conjunción interplanetaria” que diría la Pajín. El desastre económico, el caos administrativo, la rendición ante el terror, la desazón existencial, el relativismo moral, la apuesta legislativa por la muerte, la juventud de los ni-ni que ya es llamada la generación zombie… Se trata de un cúmulo de circunstancias que secan la garganta y humedecen los ojos a cualquiera que tenga un pedazo de carne a la izquierda del esternón.
Y en medio de esta tormenta, existe un despertar ciudadano que aún es apenas un rayo de sol que se abre paso entre los nubarrones, pero que cuando te toca y estás calado hasta los huesos es una promesa. Promesa viva que no fallará. El mismo volver a empezar de la Rebelión Cívica contra el terrorismo (acallada desde 2006), la movilización de miles de ciudadanos contra el exterminio prenatal y por el derecho a vivir, la revitalización de las asociaciones de familias, los sindicatos independientes o las agrupaciones de trabajadores autónomos… Son síntomas de que algo está cambiando, de que el hartazgo de algunos de la podredumbre fraguada a lo largo de años en la vida política española ha pasado del lamento a la acción.
Se trata de una sensación agridulce, sin duda. Y pese a las previsiones económicas, las estadísticas sobre nuestro nivel educativo o el desarrollo tecnológico y algunas otras cosas que no merece la pena reseñar porque uno se topa de bruces todos los días con ellas en la prensa, tengo esperanza.
Esperanza en que, gracias al empuje de unos pocos valientes, la sociedad se despierte del letargo en el que aún hoy está sumida. Esperanza en que, con el esfuerzo de las minorías creativas, la mayoría reacciones y defienda lo que le corresponde. Esperanza en que un día el poder volverá a mirar al ciudadano para ir de la mano hacia el mayor bien posible de todos.
Porque sin la esperanza, acallarán nuestra voz, taparán nuestra mirada, sellarán nuestros oídos… y moriremos sin haber luchado.
Ese es un lujo que no nos podemos permitir.
Por un lado, el presente y el futuro se presentan cargados de nubarrones, anunciando tormenta, huracán, terremoto y erupción volcánica, en una “conjunción interplanetaria” que diría la Pajín. El desastre económico, el caos administrativo, la rendición ante el terror, la desazón existencial, el relativismo moral, la apuesta legislativa por la muerte, la juventud de los ni-ni que ya es llamada la generación zombie… Se trata de un cúmulo de circunstancias que secan la garganta y humedecen los ojos a cualquiera que tenga un pedazo de carne a la izquierda del esternón.
Y en medio de esta tormenta, existe un despertar ciudadano que aún es apenas un rayo de sol que se abre paso entre los nubarrones, pero que cuando te toca y estás calado hasta los huesos es una promesa. Promesa viva que no fallará. El mismo volver a empezar de la Rebelión Cívica contra el terrorismo (acallada desde 2006), la movilización de miles de ciudadanos contra el exterminio prenatal y por el derecho a vivir, la revitalización de las asociaciones de familias, los sindicatos independientes o las agrupaciones de trabajadores autónomos… Son síntomas de que algo está cambiando, de que el hartazgo de algunos de la podredumbre fraguada a lo largo de años en la vida política española ha pasado del lamento a la acción.
Se trata de una sensación agridulce, sin duda. Y pese a las previsiones económicas, las estadísticas sobre nuestro nivel educativo o el desarrollo tecnológico y algunas otras cosas que no merece la pena reseñar porque uno se topa de bruces todos los días con ellas en la prensa, tengo esperanza.
Esperanza en que, gracias al empuje de unos pocos valientes, la sociedad se despierte del letargo en el que aún hoy está sumida. Esperanza en que, con el esfuerzo de las minorías creativas, la mayoría reacciones y defienda lo que le corresponde. Esperanza en que un día el poder volverá a mirar al ciudadano para ir de la mano hacia el mayor bien posible de todos.
Porque sin la esperanza, acallarán nuestra voz, taparán nuestra mirada, sellarán nuestros oídos… y moriremos sin haber luchado.
Ese es un lujo que no nos podemos permitir.
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