De generación en generación
Creo que muy pocas veces somos conscientes de un hecho prodigioso que ha sucedido de generación en generación en quienes hoy tenemos la gracia de llamarnos hijos de Dios. Durante siglos, nuestras familias han sido portadoras de un tesoro, el mayor que se puede poseer.
De generación en generación -con altibajos, seguro-, nos transmitieron los mejores mimbres con los que tejer una vida plena: amor, verdad, belleza, perdón, libertad, responsabilidad, esfuerzo, sacrificio, alegría, sinceridad, valentía, humildad... Estas y otras muchas son las traviesas que aseguran que la propia vida no descarrila en su transitar.
De generación en generación, nos han llegado las verdades de la vida verdadera. Antaño con la sencillez de la palabra medida y certera de nuestros mayores al calor del hogar. Hoy también a través de internet en formato multimedia.
De generación en generación, se nos ha legado un destino y se nos ha advertido de los peligros de nuestro peregrinar. Se nos han dado también las herramientas para continuar tras cada caída: oración, confesión, reparación.
De generación en generación, hemos sido impulsados al apostolado ferviente con la narración tan real como embriagadora de los que alcanzaron el amor perfecto en esta vida, entregándola hasta la última gota por los demás, en nombre de Dios.
De generación en generación, hemos aprendido a descubrir
los múltiples carismas desde los que ser cristiano es posible, bajo la autoridad del Papa, y a amarlos y quererlos a pesar de las incomprensiones.
De generación en generación, hemos ido madurando cómo transformar el escándalo de la división de los que creemos en Cristo en caminos hacia la unidad y la reconciliación. Y empezamos a ver los frutos.
Y sólo de generación en generación, los que estamos en edad de fundar nuevas familias auténticamente cristianas, seremos capaces de perpetuar el tesoro que recibimos de nuestros antepasados. Se lo debemos y es nuestra responsabilidad.
De generación en generación -con altibajos, seguro-, nos transmitieron los mejores mimbres con los que tejer una vida plena: amor, verdad, belleza, perdón, libertad, responsabilidad, esfuerzo, sacrificio, alegría, sinceridad, valentía, humildad... Estas y otras muchas son las traviesas que aseguran que la propia vida no descarrila en su transitar.
De generación en generación, nos han llegado las verdades de la vida verdadera. Antaño con la sencillez de la palabra medida y certera de nuestros mayores al calor del hogar. Hoy también a través de internet en formato multimedia.
De generación en generación, se nos ha legado un destino y se nos ha advertido de los peligros de nuestro peregrinar. Se nos han dado también las herramientas para continuar tras cada caída: oración, confesión, reparación.
De generación en generación, hemos sido impulsados al apostolado ferviente con la narración tan real como embriagadora de los que alcanzaron el amor perfecto en esta vida, entregándola hasta la última gota por los demás, en nombre de Dios.
De generación en generación, hemos aprendido a descubrir
los múltiples carismas desde los que ser cristiano es posible, bajo la autoridad del Papa, y a amarlos y quererlos a pesar de las incomprensiones.
De generación en generación, hemos ido madurando cómo transformar el escándalo de la división de los que creemos en Cristo en caminos hacia la unidad y la reconciliación. Y empezamos a ver los frutos.
Y sólo de generación en generación, los que estamos en edad de fundar nuevas familias auténticamente cristianas, seremos capaces de perpetuar el tesoro que recibimos de nuestros antepasados. Se lo debemos y es nuestra responsabilidad.
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