Lunes, 25 de noviembre de 2024

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Cuatro millones de almas

por Nicolás de Cárdenas

Robert Geoffrey Edwards es el nombre del supuesto científico que ha sido galardonado con el Nobel de Medicina. Se trata de un tratante de seres humanos que hace 32 años inventó un sistema por el cual matas a un buen número de seres humanos para lograr que uno o dos embarazos lleguen a término.
 
Puedo imaginar, por casos cercanos, esa cierta angustia vital que puede acompañar a unos recién casados al comprobar las dificultades para concebir a un hijo. Supongo común que, en el caso de que lo que falle sea la calidad del esperma, el orgullo herido en el hombre puede hasta crear un serio problema entre marido y mujer. Si es la mujer la que no puede concebir o tiene problemas de cualquier tipo en su aparato reproductor, no es difícil adivinar cuando menos, un cierto sentimiento de frustración.
 
Quienes se enfrentan a esta cuestión, pueden caer en la tentación egoísta (y por cierto, muy cara) de recurrir a las técnicas de inseminación artificial, sin caer en la cuenta de que, para que hayan nacido con estas técnicas 4 millones de niños en los últimos 30 años, muchos más millones de seres humanos, con igual dignidad, han sido manipulados, seleccionados por criterios cuasi nazis, directamente despreciados por sus defectos, matados…
 
Está claro que la manipulación embrionaria es rentable para el que la realiza. No hay más que ver el interés real del negocio abortero, cada vez más sangriento y salvaje (no se pierdan Blood Money y vayan con sus hijos a partir de 12 años).

Esas cuatro millones de almas nacidas por un procedimiento inmoral no pueden ser vilipendiadas por ese hecho. Como no puede hacerse con aquellos concebidos fruto de una violación, o simplemente, de un rato de pasión mal encauzada en el noviazgo.

Pero no podemos olvidar a los millones de seres humanos que, o fueron destruidos por sobrantes, débiles y potencialmente enfermos, o duermen congelados sin saber qué futuro les espera.

Ojalá Robert Geoffrey Edwards, más pronto que tarde, nos sorprenda como lo hizo Nathanson cuando se confesó arrepentido de haber sido el rey del aborto. No pogamos límites a la Providencia.
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