San Buenaventura
Las cinco festividades del Niño Jesús
I. Jesús, Hijo de Dios, concebido espiritualmente por el alma devota
Purificado el entendimiento con el agua de la contrición y encendido y levantado el afecto con el juego del amor, consideremos, casta y devotamente, la manera como este bendito Hijo de Dios, Cristo Jesús, es concebido espiritualmente del alma pía.
Cuando el alma devota, movida y estimulada o por la esperanza del galardón del cielo, o por el temor del eterno suplicio, o por el hastío de morar por más tiempo en este valle de lágrimas, comienza a ser visitada con nuevas inspiraciones, santos afectos la inflaman y altos pensamientos y consideraciones del cielo la congojan. Entonces, finalmente, despedidos de sí los antiguos defectos y desestimados los vanos deseos de otro tiempo, es fecundada espiritualmente con el propósito de una nueva vida en espíritu de gracia por el Padre de las lumbres, de quien procede toda dádiva buena y todo don perfecto. Y entonces, por la virtud el Altísimo y la sombra refrigerante del cielo, que mitiga los ardores de las concupiscencias carnales y conforta y esclarece los ojos de la mente para ver lo que antes no veía, es cuando el Padre celestial fecunda al alma con una como divina semilla. Después de esta concepción sacratísima, el alma se torna pálida por la verdadera humildad en la conversación; siente náuseas de las cosas mundanales; sus apetitos y deseos varían por la diversidad de los buenos propósitos e intenciones, y a las veces, en el aniquilamiento de la propia voluntad, comienza a enfermar y a padecer incomodidades y dolencias de espíritu. Ya anda triste y turbada por las culpas cometidas, por el tiempo inútilmente perdido, por verse todavía en este mundo en compañía de los malos. Ya poco a poco comienza a serle pesado y molesto cuanto ve de fuera, advirtiendo que desagrada a aquel que percibe y siente dentro de sí.
¡Oh concepción dichosa, a la cual se sigue tan grande menosprecio del mundo, tal apetito de obras de cielo y de ocupaciones divinas! Ya, habiendo gustado el alma un poco la suavidad del espíritu toda carne le es desabrida, y siente ganas de llorar. Ya comienza a subir con María a la montaña; porque después de aquella concepción, las cosas terrenas engendran fastidio, amor las celestiales y eternas. Ya empiezan a huir de la compañía de los que sólo hallan sabor en lo vil y caduco de esta vida, y a apetecer la familiaridad de los que anhelan por lo del cielo. Ya comienza a servir a Isabel, esto es, a los iluminados de la divina sabiduría, a los más abrasados en amor. Este punto es muy de notar, por lo mucho que les importa a los tales; cuanto más se aleja del mundo, tanto más se hacen más amigos y familiares de los buenos, y tanto menos gusto reciben de la compañía de los malos, cuanto más los aficiona y enciende la honesta conversación de los buenos. Porque, según sentencia de san Gregorio, “quien trata con un santo, de verlo con frecuencia, de oír sus palabras y admirar sus ejemplos de virtud, viene a encenderse en el amor de la verdad, a huir de las tinieblas de los pecados y a crecer más y más en el amor de la divina luz”. De donde San Isidoro: “Procura la compañía de los buenos, porque, de ley ordinaria, siéndoles familiar la convivencia, vendrás a ser imitador de su virtud”. Considere aquí el alma fiel cuán castos, cuán edificantes, cuán devotos serían los coloquios de aquellos santos que vivieron juntos, cuán divinos y saludables los consejos, cuán maravillosas las obras de santidad de todos, cuando mutuamente, con la palabra y el ejemplo, se alentaban a la perfección.
Eso mismo has de hacer tú, alma devota, si sientes haber concebido del Espíritu nuevos deseos de vida celestial. Huye del trato y compañía de los malos, asciende con María, busca los consejos de las personas espirituales, trabaja por seguir las huellas de los perfectos, y contempla en los buenos palabras, obras y ejemplos. Huye de los venenosos consejos de los perversos, atentos siempre a depravar, ávidos de impedir, obstinados en lacerar los nuevos deseos del Santo Espíritu. Tienen celo de Dios. Muchas veces, so color de piedad, inoculan éstos el veneno de la maldita tibieza diciendo: cosa grande en demasía es la que comienzas, muy arduo lo que propones, intolerable lo que haces, no tienes fuerzas para tanto. Mira que las fuerzas naturales se agotan; perderás la cabeza y los ojos, y te prepararás mil enfermedades: tisis, parálisis, cálculos, vértigos de cabeza, cataratas en los ojos; perderás el vigor de los sentidos, se te ofuscará la inteligencia y, en suma, vendrás a destruir la salud. Todos estos males acarrearás sobre ti, si no desistes de lo comenzado, si no atiendes más al bienestar del cuerpo. Hay cosas que no dicen bien con tu estado, con ello perderás autoridad y reputación. De esta suerte se hacen maestros de espíritu y médicos del cuerpo los que nunca supieron componer sus costumbres ni curar la propia enfermedad mental. Oh, y a cuántos y cuántos hicieron desmayar estos malditos consejos de los mundanos, y mataron el Hijo de Dios concebido en ellos por obra del Espíritu Santo! Este es el veneno mortífero, la persuasión diabólica, que impide e muchas almas la concepción espiritual, y en las más extingue y ahoga el concepto bueno, ya formado o en los propósitos o en los votos.
Otros hay que parecen, y quizá lo son, buenos y religiosos, mas, con su venia, son harto cobardes. No echan de ver que no está abreviada la mano salvadora del Señor, ni disminuida la piedad del Altísimo, que gusta de favorecer con su poderosa ayuda; tienen celo de Dios, pero indiscreto, hijo de la ignorancia, puesto que por compasión de los sufrimientos físicos o, tal vez, por temor de que vuelvan atrás de lo comenzado –viendo a otros efectuar valerosamente propósitos que ellos mismos estimaban buenos y santos, pero sin osar emprenderlos-, retraen las almas de las obras de perfección. Disuaden de lo que excede las normas de la vida común, destruye los santos consejos de la inspiración divina; y los consejos de los tales, atenta su vida, tanto son más peligrosos, cuanto más autorizados.
A veces dicen éstos, objetando astutamente por el arte sofístico del antiguo adversario: haciendo esas cosas, te juzgarán por santo, por buen religioso, por devoto. Y como aun estás muy lejos de serlo, a los ojos del supremo Juez, que ve tus grandes y graves y horrendos pecados, serás delincuente, perderás el mérito de la obra y serás condenado como hipócrita y fingido. Ciertos ejercicios sólo convienen a los que nunca cometieron culpa, que llevaron una vida santa e inocente, y dejaron todas las cosas por Dios, y todo el tiempo de su vida permanecieron unidos a El.
Más tú, ¡oh carísima alma consagrada a Dios!, guárdate de ellos; y sube con María a la montaña. San Pablo no había vivido sin pecado, no había servido al Señor mucho tiempo, cuando fue arrebatado al tercer cielo y vio y contempló a Dios cara a cara. María Magdalena, ayer toda soberbia, toda ambición, toda entregada a las vanidades del mundo y a las codicias de la carne, hoy se asienta, entre los apóstoles, a los pies de Cristo, puesto el atento oído a la doctrina devota de la perfección. Y en brevísimo tiempo se halló merecedora de ver a Dios, antes que todos, y constantemente anunció a los otros las palabras de la Verdad. Que no es Dios aceptador de personas. No mira la nobleza de linaje, ni el número de los días gastados en su servicio, ni la cantidad de las obras, sino el mayor fervor y caridad más ardiente del alma devota. No piensa en lo que un tiempo fuiste, sino en lo que comienzas a ser ahora. En suma, los dictámenes de ciertos consejeros serían harto reprensibles, a no excusarlos la simplicidad, más no deben ser aprobados.
Si no puedes salvarte por la inocencia, procura salvarte por la penitencia. Si no puedes ser Catalina o Cecilia, no tengas en poco el ser María de Magdalena o de Egipto. Así que, si sientes haber concebido al dulcísimo Hijo de Dios con el propósito de una vida santa, despide estos venenos mortíferos, y corre, date prisa y suspira, como mujer en su último mes, por llegar felizmente al parto.
II. Nacimiento espiritual
En segundo lugar, atiende y considera cómo el bendito Hijo de Dios, ya espiritualmente concebido, espiritualmente nace en el alma. Nace, pues, cuando después de un sano consejo, después de maduro examen, y después de haber invocado el patrocinio de la divina gracia, viene el hombre a poner por obra el santo propósito. Nace cuando el alma empieza a ejecutar ya los buenos deseos mucho tiempo ideados, a los cuales, con todo, no se acababa de determinar, temerosa del éxito. En este beatísimo nacimiento los ángeles cantan, glorifican a Dios y pregonan paz a los hombres; porque en efectuándose el buen deseo, concebido y meditado, luego al punto brota la paz del hombre interior. Que, cierto, en el reino del alma no reposa fácilmente la divina paz, cuando lucha la carne, cuando el espíritu busca la soledad y la carne el bullicio; cuando Cristo atrae y alegra al espíritu, y el mundo a la carne; cuando el espíritu codicia el reposo de la contemplación con Dios, y la carne apetece las honras y cargos del siglo. Y al contrario, cuando la carne se sujeta al espíritu y, vencidos los obstáculos, se lleva a efecto la buena obra, luego la paz y alegría brotan en el corazón . ¡Oh dichoso nacimiento, de que tanto gozo redunda a los ángeles y a los hombres! “¡Oh, cuán dulce y deleitable sería obrar según naturaleza, si nuestra locura lo permitiese, sanada la cual, la naturaleza sonreiría a los hombres” Entonces comprobaría la verdad de aquello que dice el Salvador: Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas; porque suave es mi yugo y mi carga ligera.
Mas aquí has de notar, ¡oh alma devota!, si esta jocunda natividad te delita, has de ser espiritualmente María. Su nombre significa: océano amargo, iluminadora y señora. Has de ser, pues, tú mar amargo, por el llanto de la contrición, doliéndote amargamente de los pecados que cometiste, gimiendo inconsolable por los bienes que omitiste, afligiéndote sin descanso por los días que inútilmente perdiste. Has de ser iluminadora por honesta convivencia, obras virtuosas y el cuidado de informar a los otros en el bien. Has de ser, finalmente, señora de tus sentidos, de las concupiscencias carnales, de todas tus obras, sujetándolas al juicio de la razón, buscando en todas ellas tu propia salud, la edificación del prójimo, la alabanza y gloria de Dios.
Esta es la feliz María que se lamenta y duele de los pecados cometidos, resplandece y brilla de virtudes y señorea los apetitos sensuales. De esta espiritual María no se desdeña Jesucristo de nacer espiritualmente con alegría, sin dolor y sin trabajo. El alma, después de este dichoso nacimiento, conoce y gusta cuán suave es el Señor Jesús. Suave, en su verdad, si nutrido con santas meditaciones, si lavado en la fuente de calientes y devotas lágrimas. Suave, si envuelto en los pañales de castos y limpios deseos y traído en los brazos del santo amor. Suave, cuando se le colma de besos por continuos afectos de devoción y se le abriga dentro en el seno del corazón. De esta suerte, pues, nace en el alma el Niño Jesús.
III. Santísimo nombre de Jesús
Lo tercero que debemos considerar de qué manera este benditísimo Infantillo ha de ser nombrado espiritualmente. Yo pienso que no le cuadra otro nombre sino el de Jesús; porque escrito está: Su nombre fue llamado Jesús. Este es el nombre sacratísimo, vaticinado de los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los apóstoles, deseado de todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso, gaudioso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque desbarata a los enemigos, restaura las fuerzas, recrea los ánimos. Gracioso, porque tenemos en El el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia. Gaudioso, porque “es júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en la boca”, esplendor en la mente. Delicioso, porque rumiándole nutre, pronunciándolo deleita, invocándolo unge, escribiéndolo recrea, leyéndolo instruye. Nombre verdaderamente glorioso, pues dio vista a los ciegos, andar a los cojos, oído a los sordos, palabra a los mudos, vida a los muertos. ¡Oh bendito nombre, que tales efectos de su virtud ostenta! ¡Alma!, ya escribas, ya leas, ya enseñes, ya ejecutes cualquiera otra labor, nada te agrade, nada te deleite, sino Jesús. Llama, pues, Jesús al niño espiritualmente nacido en ti, Jesús, esto es Salvador en el destierro y miseria de esta vida. Sálvete Jesús de la vanidad del mundo que te combate, de los engaños del enemigo que te molesta, de la fragilidad de la carne que te atormenta.
«Clama, alma devota, rodeada de miserias y de peligros; clama insistentemente a Jesús y dile: ¡Oh Jesús, Salvador del mundo!, sálvanos, pues con tu cruz y con tu sangre nos redimiste! ¡Ayúdanos, ¡oh Señor Dios nuestro! Sálvanos, digo, ¡oh dulcísimo Jesús, oh Salvador!, esforzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes.
Oh, cuánta dulcedumbre sintió muchas veces, después de la imposición del bendito nombre, la Virgen María, feliz Madre natural y verdadera madre espiritual, cuando entendió que, en virtud de este nombre, eran lanzados los demonios, multiplicados los milagros, iluminados los ciegos, curados los enfermos, resucitados los muertos! Pues de la misma manera tú, alma, madre espiritual, te has de alegrar y gozar, cuando en ti y en los otros echas de ver que tu bendito Hijo Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa. ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre que mereció contener tan grande virtud y eficacia!
IV. Adoración de los Reyes Magos
Hemos llegado a la cuarta solemnidad, que consiste en la adoración de los Magos. Después que el alma concibió, dio a luz e impuso nombre, espiritualmente por la gracia, a este Niño dulcísimo, los tres Reyes, a saber, las tres potencias del alma, con razón llamadas reyes, pues que sujetan la carne, señorean los sentidos y, como es justo, se ocupan únicamente en las cosas divinas, juzgan necesario buscar en la regia ciudad, esto es, en el mundo universo, al Infante, que ya por muchedumbre de signos se les había revelado. Se informan de El con santas meditaciones, lo buscan con encendidos afectos, e interrogan con devotos pensamientos. ¿Dónde está el que ha nacido? Hemos visto su estrella en Oriente. Hemos visto su claridad reverberando en la mente devota; hemos visto su esplendor radiando en el fondo del alma; hemos oído su voz, que es dulcísima; hemos gustado su dulzura, que es suavísima; hemos percibido su olor fragantísimo; hemos experimentado sus abrazos deliciosísimos. Ea, pues, Herodes, respóndenos, muéstranos al Amado, indícanos dónde está el Infantillo suspirado. A El deseamos y buscamos.
¡Oh dulcísimo y amantísimo Niño eterno, Niño y antiguo!, ¿cuándo te veremos, cuándo te hallaremos, cuándo compareceremos delante de tu rostro? Tedio es gozar sin Ti, deleitoso gozar contigo, llorar contigo, Todo lo que a Ti es contrario, a nosotros penoso; tu beneplácito, nuestro insaciable deseo. ¡Oh, si tan dulce es llorar por Ti, cuán dulce será gozar contigo! ¿Dónde estás, oh deseado en todas las cosas y sobre todas las cosas? ¡Oh nacido rey de Israel, ley de los devotos, luz de los ciegos, guía de los miserables, vida de los que mueren, salud eterna de los que eternamente viven!, ¿dónde estás?
Ved aquí la oportuna respuesta: En Belén de Judá. Belén significa casa del pan, Judá quiere decir confesor. Allí, pues, se encuentra Jesús, donde, confesados los pecados, se escucha, se rumia y se asimila la doctrina evangélica, que es pan de vida, para ejecutarla y proponerla a los demás como dechado con la palabra y el ejemplo. Allí se encuentra el Niño Jesús con su Madre maría, donde, después de llorosa contrición y fructuosa confesión, entre la abundante copia de lágrimas se gusta la dulcedumbre de la contemplación celeste; donde puesto el hombre en oración casi desesperado de su salud, salido de ella, se encuentra lleno de alegría con la esperanza del perdón. ¡Oh feliz María, en la cual se concibe Jesús, de la cual nace y con la cual permanece con tanta dulzura y alegría!
Pues también vosotros, ¡oh reyes! –esto es, vosotras, fuerzas naturales del alma devota-, buscadlo para adorarlo y ofrendarle vuestros dones. Adoradlo con reverencia como a Creador, Redentor y Glorificador: como Creador dio la vida natural, como Redentor restauró la vida espiritual, como Glorificador distribuye la vida eterna. ¡Oh reyes!, adoradlo con reverencia, porque es Rey poderosísimo; adoradlo con alegría, porque es Príncipe liberalísimo. Ni os deis por satisfechos con sola la adoración; acompañadla con ofrendas. Ofrecedle oro de caridad ardientísima; ofrecedle incienso de contemplación devotísima y mirra de contrición amarguísima: el oro del amor por los bienes recibidos, el incienso de la devoción por los goces que os tiene preparados, la mirra del dolor por los pecados cometidos. El oro ofreced a la eterna divinidad, el incienso a la santidad del alma de Cristo, la mirra a su cuerpo pasible. ¡Oh almas!, buscadlo de esta manera, adoradlo y presentadle vuestros dones.
V. Presentación en el templo
En quinto y último lugar considere el alma devota y fiel de qué manera el Niño Jesús, nacido por la ejecución de obras divinas, llamado con su nombre y por el sabor y gusto de la celestial dulzura de los dones espirituales buscado y hallado, adorado y honrado, ha de ser ahora presentado en el templo y ofrecido al Señor con humilde y devoto hacimiento de gracias.
Después que la feliz María, madre espiritual de Jesús fue purificada por la penitencia en la concepción de este hijo bendito, confortada por la gracia en su nacimiento, recreada con íntimas suavidades en la imposición del bendito nombre, y finalmente instruida en las cosas divinas en la adoración de los Magos, ¿qué le falta sino llevar a la Jerusalén celeste y presentar como Dios en el templo de la Divinidad al Hijo de Dios y de la Virgen?
Sube, pues, ¡oh espiritual María!, no ya a la montaña, sino a las moradas de la Jerusalén celeste, a los palacios de la soberana ciudad. Aquí dobla con humildad las rodillas de la mente delante del trono de la beatísima Trinidad; aquí presenta a Dios Padre tu hijo, alabando, glorificando y bendiciendo al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya inspiración concebiste el buen propósito. Glorifica alabando a Dios Hijo por cuya información llevaste a cabo el propósito concebido. Bendice y glorifica a Dios Espíritu Santo, por cuya consolación perseveraste hasta ahora en los buenos ejercicios.
¡Oh alma!, glorifica a Dios Padre de todos los dones suyos y bienes tuyos, porque El es quien con secretas inspiraciones te sacó del siglo diciendo: vuélvete, vuélvete, Sunamitis. –El comentario de estas palabras búscalo en otro tratado, meditación primera- Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos; pues El es quien con secretas instrucciones te libró de la esclavitud del demonio, diciendo: Toma mi yugo sobre ti, y sacude el yugo del demonio. Su yugo, cuando trae alegría, es verdadera y sabrosa alegría. El, a veces, levanta un poco a sus servidores, para confundirlos eternamente; mas quien a mí honra, si por un momento se humilla, reinará después para siempre coronado de gloria. Esta es la doctrina con que el Hijo de Dios, ya por sí mismo, ya por sus doctores y amigos, te amaestró y libró de las falsas sugestiones diabólicas y de los blandos halagos de la carne y del mundo. Bendice, ¡oh alma!, también y glorifica a Dios Espíritu Santo, que con la dulzura de sus consolaciones te confortó en el bien, diciendo: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os aliviaré. ¿Cómo, en efecto, ¡oh alma tierna y delicada, frágil y enferma, acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con el vino de los placeres de este siglo!, cómo pudieras perseverar en el bien entre tales y tantas redes del antiguo adversario, entre tantos malos consejos, entre tantos obstáculos, entre la muchedumbre de dardos que vibraban contra ti amigos, parientes y conocidos con el fin de apartarte del camino del amor; cómo atada con las cuerdas de tantos pecados pudieras dar un paso adelante, si no fueras misericordiosamente ayudada y muchas veces dulcemente consolada, y sostenida con la gracia del Espíritu Santo? A El, pues, has de referir todas tus obras, ninguna te apropies a ti misma.
Di con pura y devota intención: Todas mis obras, Tú las hiciste, Señor. En tu presencia nada soy, nada puedo. Si vivo, es don tuyo, nada puedo hacer sin Ti. A Ti, pues, clementísimo Padre de las misericordias, ofrezco lo que es tuyo; a Ti gloria, a Ti hacimiento de gracias, ¡oh beatísimo Padre, majestad eterna!, pues con tu infinito poder me criaste de la nada. A Ti alabo, a Ti glorifico, a Ti doy gracias, ¡oh beatísimo Hijo, claridad del Padre, pues me libraste de la muerte con tu eterna sabiduría. A ti bendigo, a Ti glorifico, a Ti adoro, ¡oh beatísimo Espíritu Santo!, pues con tu bendita piedad y clemencia me llamaste del pecada a la gracia, del siglo a la vida religiosa, del destierro a la patria, del trabajo al descanso, de la tristeza al contento, a la dulzura, a los deleites de la bienaventuranza. La cual nos conceda Jesucristo, Hijo de María Virgen, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.
I. Jesús, Hijo de Dios, concebido espiritualmente por el alma devota
Purificado el entendimiento con el agua de la contrición y encendido y levantado el afecto con el juego del amor, consideremos, casta y devotamente, la manera como este bendito Hijo de Dios, Cristo Jesús, es concebido espiritualmente del alma pía.
Cuando el alma devota, movida y estimulada o por la esperanza del galardón del cielo, o por el temor del eterno suplicio, o por el hastío de morar por más tiempo en este valle de lágrimas, comienza a ser visitada con nuevas inspiraciones, santos afectos la inflaman y altos pensamientos y consideraciones del cielo la congojan. Entonces, finalmente, despedidos de sí los antiguos defectos y desestimados los vanos deseos de otro tiempo, es fecundada espiritualmente con el propósito de una nueva vida en espíritu de gracia por el Padre de las lumbres, de quien procede toda dádiva buena y todo don perfecto. Y entonces, por la virtud el Altísimo y la sombra refrigerante del cielo, que mitiga los ardores de las concupiscencias carnales y conforta y esclarece los ojos de la mente para ver lo que antes no veía, es cuando el Padre celestial fecunda al alma con una como divina semilla. Después de esta concepción sacratísima, el alma se torna pálida por la verdadera humildad en la conversación; siente náuseas de las cosas mundanales; sus apetitos y deseos varían por la diversidad de los buenos propósitos e intenciones, y a las veces, en el aniquilamiento de la propia voluntad, comienza a enfermar y a padecer incomodidades y dolencias de espíritu. Ya anda triste y turbada por las culpas cometidas, por el tiempo inútilmente perdido, por verse todavía en este mundo en compañía de los malos. Ya poco a poco comienza a serle pesado y molesto cuanto ve de fuera, advirtiendo que desagrada a aquel que percibe y siente dentro de sí.
¡Oh concepción dichosa, a la cual se sigue tan grande menosprecio del mundo, tal apetito de obras de cielo y de ocupaciones divinas! Ya, habiendo gustado el alma un poco la suavidad del espíritu toda carne le es desabrida, y siente ganas de llorar. Ya comienza a subir con María a la montaña; porque después de aquella concepción, las cosas terrenas engendran fastidio, amor las celestiales y eternas. Ya empiezan a huir de la compañía de los que sólo hallan sabor en lo vil y caduco de esta vida, y a apetecer la familiaridad de los que anhelan por lo del cielo. Ya comienza a servir a Isabel, esto es, a los iluminados de la divina sabiduría, a los más abrasados en amor. Este punto es muy de notar, por lo mucho que les importa a los tales; cuanto más se aleja del mundo, tanto más se hacen más amigos y familiares de los buenos, y tanto menos gusto reciben de la compañía de los malos, cuanto más los aficiona y enciende la honesta conversación de los buenos. Porque, según sentencia de san Gregorio, “quien trata con un santo, de verlo con frecuencia, de oír sus palabras y admirar sus ejemplos de virtud, viene a encenderse en el amor de la verdad, a huir de las tinieblas de los pecados y a crecer más y más en el amor de la divina luz”. De donde San Isidoro: “Procura la compañía de los buenos, porque, de ley ordinaria, siéndoles familiar la convivencia, vendrás a ser imitador de su virtud”. Considere aquí el alma fiel cuán castos, cuán edificantes, cuán devotos serían los coloquios de aquellos santos que vivieron juntos, cuán divinos y saludables los consejos, cuán maravillosas las obras de santidad de todos, cuando mutuamente, con la palabra y el ejemplo, se alentaban a la perfección.
Eso mismo has de hacer tú, alma devota, si sientes haber concebido del Espíritu nuevos deseos de vida celestial. Huye del trato y compañía de los malos, asciende con María, busca los consejos de las personas espirituales, trabaja por seguir las huellas de los perfectos, y contempla en los buenos palabras, obras y ejemplos. Huye de los venenosos consejos de los perversos, atentos siempre a depravar, ávidos de impedir, obstinados en lacerar los nuevos deseos del Santo Espíritu. Tienen celo de Dios. Muchas veces, so color de piedad, inoculan éstos el veneno de la maldita tibieza diciendo: cosa grande en demasía es la que comienzas, muy arduo lo que propones, intolerable lo que haces, no tienes fuerzas para tanto. Mira que las fuerzas naturales se agotan; perderás la cabeza y los ojos, y te prepararás mil enfermedades: tisis, parálisis, cálculos, vértigos de cabeza, cataratas en los ojos; perderás el vigor de los sentidos, se te ofuscará la inteligencia y, en suma, vendrás a destruir la salud. Todos estos males acarrearás sobre ti, si no desistes de lo comenzado, si no atiendes más al bienestar del cuerpo. Hay cosas que no dicen bien con tu estado, con ello perderás autoridad y reputación. De esta suerte se hacen maestros de espíritu y médicos del cuerpo los que nunca supieron componer sus costumbres ni curar la propia enfermedad mental. Oh, y a cuántos y cuántos hicieron desmayar estos malditos consejos de los mundanos, y mataron el Hijo de Dios concebido en ellos por obra del Espíritu Santo! Este es el veneno mortífero, la persuasión diabólica, que impide e muchas almas la concepción espiritual, y en las más extingue y ahoga el concepto bueno, ya formado o en los propósitos o en los votos.
Otros hay que parecen, y quizá lo son, buenos y religiosos, mas, con su venia, son harto cobardes. No echan de ver que no está abreviada la mano salvadora del Señor, ni disminuida la piedad del Altísimo, que gusta de favorecer con su poderosa ayuda; tienen celo de Dios, pero indiscreto, hijo de la ignorancia, puesto que por compasión de los sufrimientos físicos o, tal vez, por temor de que vuelvan atrás de lo comenzado –viendo a otros efectuar valerosamente propósitos que ellos mismos estimaban buenos y santos, pero sin osar emprenderlos-, retraen las almas de las obras de perfección. Disuaden de lo que excede las normas de la vida común, destruye los santos consejos de la inspiración divina; y los consejos de los tales, atenta su vida, tanto son más peligrosos, cuanto más autorizados.
A veces dicen éstos, objetando astutamente por el arte sofístico del antiguo adversario: haciendo esas cosas, te juzgarán por santo, por buen religioso, por devoto. Y como aun estás muy lejos de serlo, a los ojos del supremo Juez, que ve tus grandes y graves y horrendos pecados, serás delincuente, perderás el mérito de la obra y serás condenado como hipócrita y fingido. Ciertos ejercicios sólo convienen a los que nunca cometieron culpa, que llevaron una vida santa e inocente, y dejaron todas las cosas por Dios, y todo el tiempo de su vida permanecieron unidos a El.
Más tú, ¡oh carísima alma consagrada a Dios!, guárdate de ellos; y sube con María a la montaña. San Pablo no había vivido sin pecado, no había servido al Señor mucho tiempo, cuando fue arrebatado al tercer cielo y vio y contempló a Dios cara a cara. María Magdalena, ayer toda soberbia, toda ambición, toda entregada a las vanidades del mundo y a las codicias de la carne, hoy se asienta, entre los apóstoles, a los pies de Cristo, puesto el atento oído a la doctrina devota de la perfección. Y en brevísimo tiempo se halló merecedora de ver a Dios, antes que todos, y constantemente anunció a los otros las palabras de la Verdad. Que no es Dios aceptador de personas. No mira la nobleza de linaje, ni el número de los días gastados en su servicio, ni la cantidad de las obras, sino el mayor fervor y caridad más ardiente del alma devota. No piensa en lo que un tiempo fuiste, sino en lo que comienzas a ser ahora. En suma, los dictámenes de ciertos consejeros serían harto reprensibles, a no excusarlos la simplicidad, más no deben ser aprobados.
Si no puedes salvarte por la inocencia, procura salvarte por la penitencia. Si no puedes ser Catalina o Cecilia, no tengas en poco el ser María de Magdalena o de Egipto. Así que, si sientes haber concebido al dulcísimo Hijo de Dios con el propósito de una vida santa, despide estos venenos mortíferos, y corre, date prisa y suspira, como mujer en su último mes, por llegar felizmente al parto.
II. Nacimiento espiritual
En segundo lugar, atiende y considera cómo el bendito Hijo de Dios, ya espiritualmente concebido, espiritualmente nace en el alma. Nace, pues, cuando después de un sano consejo, después de maduro examen, y después de haber invocado el patrocinio de la divina gracia, viene el hombre a poner por obra el santo propósito. Nace cuando el alma empieza a ejecutar ya los buenos deseos mucho tiempo ideados, a los cuales, con todo, no se acababa de determinar, temerosa del éxito. En este beatísimo nacimiento los ángeles cantan, glorifican a Dios y pregonan paz a los hombres; porque en efectuándose el buen deseo, concebido y meditado, luego al punto brota la paz del hombre interior. Que, cierto, en el reino del alma no reposa fácilmente la divina paz, cuando lucha la carne, cuando el espíritu busca la soledad y la carne el bullicio; cuando Cristo atrae y alegra al espíritu, y el mundo a la carne; cuando el espíritu codicia el reposo de la contemplación con Dios, y la carne apetece las honras y cargos del siglo. Y al contrario, cuando la carne se sujeta al espíritu y, vencidos los obstáculos, se lleva a efecto la buena obra, luego la paz y alegría brotan en el corazón . ¡Oh dichoso nacimiento, de que tanto gozo redunda a los ángeles y a los hombres! “¡Oh, cuán dulce y deleitable sería obrar según naturaleza, si nuestra locura lo permitiese, sanada la cual, la naturaleza sonreiría a los hombres” Entonces comprobaría la verdad de aquello que dice el Salvador: Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón y hallaréis descanso para vuestras almas; porque suave es mi yugo y mi carga ligera.
Mas aquí has de notar, ¡oh alma devota!, si esta jocunda natividad te delita, has de ser espiritualmente María. Su nombre significa: océano amargo, iluminadora y señora. Has de ser, pues, tú mar amargo, por el llanto de la contrición, doliéndote amargamente de los pecados que cometiste, gimiendo inconsolable por los bienes que omitiste, afligiéndote sin descanso por los días que inútilmente perdiste. Has de ser iluminadora por honesta convivencia, obras virtuosas y el cuidado de informar a los otros en el bien. Has de ser, finalmente, señora de tus sentidos, de las concupiscencias carnales, de todas tus obras, sujetándolas al juicio de la razón, buscando en todas ellas tu propia salud, la edificación del prójimo, la alabanza y gloria de Dios.
Esta es la feliz María que se lamenta y duele de los pecados cometidos, resplandece y brilla de virtudes y señorea los apetitos sensuales. De esta espiritual María no se desdeña Jesucristo de nacer espiritualmente con alegría, sin dolor y sin trabajo. El alma, después de este dichoso nacimiento, conoce y gusta cuán suave es el Señor Jesús. Suave, en su verdad, si nutrido con santas meditaciones, si lavado en la fuente de calientes y devotas lágrimas. Suave, si envuelto en los pañales de castos y limpios deseos y traído en los brazos del santo amor. Suave, cuando se le colma de besos por continuos afectos de devoción y se le abriga dentro en el seno del corazón. De esta suerte, pues, nace en el alma el Niño Jesús.
III. Santísimo nombre de Jesús
Lo tercero que debemos considerar de qué manera este benditísimo Infantillo ha de ser nombrado espiritualmente. Yo pienso que no le cuadra otro nombre sino el de Jesús; porque escrito está: Su nombre fue llamado Jesús. Este es el nombre sacratísimo, vaticinado de los profetas, anunciado por el ángel, predicado por los apóstoles, deseado de todos los santos. ¡Oh nombre virtuoso, gracioso, gaudioso, delicioso, glorioso! Virtuoso, porque desbarata a los enemigos, restaura las fuerzas, recrea los ánimos. Gracioso, porque tenemos en El el fundamento de la fe, la firmeza de la esperanza, el aumento de la caridad, el complemento de la justicia. Gaudioso, porque “es júbilo en el corazón, melodía en el oído, miel en la boca”, esplendor en la mente. Delicioso, porque rumiándole nutre, pronunciándolo deleita, invocándolo unge, escribiéndolo recrea, leyéndolo instruye. Nombre verdaderamente glorioso, pues dio vista a los ciegos, andar a los cojos, oído a los sordos, palabra a los mudos, vida a los muertos. ¡Oh bendito nombre, que tales efectos de su virtud ostenta! ¡Alma!, ya escribas, ya leas, ya enseñes, ya ejecutes cualquiera otra labor, nada te agrade, nada te deleite, sino Jesús. Llama, pues, Jesús al niño espiritualmente nacido en ti, Jesús, esto es Salvador en el destierro y miseria de esta vida. Sálvete Jesús de la vanidad del mundo que te combate, de los engaños del enemigo que te molesta, de la fragilidad de la carne que te atormenta.
«Clama, alma devota, rodeada de miserias y de peligros; clama insistentemente a Jesús y dile: ¡Oh Jesús, Salvador del mundo!, sálvanos, pues con tu cruz y con tu sangre nos redimiste! ¡Ayúdanos, ¡oh Señor Dios nuestro! Sálvanos, digo, ¡oh dulcísimo Jesús, oh Salvador!, esforzando a los débiles, consolando a los afligidos, socorriendo a los frágiles, consolidando a los vacilantes.
Oh, cuánta dulcedumbre sintió muchas veces, después de la imposición del bendito nombre, la Virgen María, feliz Madre natural y verdadera madre espiritual, cuando entendió que, en virtud de este nombre, eran lanzados los demonios, multiplicados los milagros, iluminados los ciegos, curados los enfermos, resucitados los muertos! Pues de la misma manera tú, alma, madre espiritual, te has de alegrar y gozar, cuando en ti y en los otros echas de ver que tu bendito Hijo Jesús ahuyenta los demonios en la remisión del pecado, alumbra a los ciegos infundiendo el verdadero conocimiento, resucita los muertos al conferir la gracia, cura los enfermos, sana los cojos, endereza los paralíticos y contraídos, robusteciendo su espíritu, a fin de que sean fuertes y varoniles por la gracia los que antes eran flacos y cobardes por la culpa. ¡Oh dichoso y bienaventurado nombre que mereció contener tan grande virtud y eficacia!
IV. Adoración de los Reyes Magos
Hemos llegado a la cuarta solemnidad, que consiste en la adoración de los Magos. Después que el alma concibió, dio a luz e impuso nombre, espiritualmente por la gracia, a este Niño dulcísimo, los tres Reyes, a saber, las tres potencias del alma, con razón llamadas reyes, pues que sujetan la carne, señorean los sentidos y, como es justo, se ocupan únicamente en las cosas divinas, juzgan necesario buscar en la regia ciudad, esto es, en el mundo universo, al Infante, que ya por muchedumbre de signos se les había revelado. Se informan de El con santas meditaciones, lo buscan con encendidos afectos, e interrogan con devotos pensamientos. ¿Dónde está el que ha nacido? Hemos visto su estrella en Oriente. Hemos visto su claridad reverberando en la mente devota; hemos visto su esplendor radiando en el fondo del alma; hemos oído su voz, que es dulcísima; hemos gustado su dulzura, que es suavísima; hemos percibido su olor fragantísimo; hemos experimentado sus abrazos deliciosísimos. Ea, pues, Herodes, respóndenos, muéstranos al Amado, indícanos dónde está el Infantillo suspirado. A El deseamos y buscamos.
¡Oh dulcísimo y amantísimo Niño eterno, Niño y antiguo!, ¿cuándo te veremos, cuándo te hallaremos, cuándo compareceremos delante de tu rostro? Tedio es gozar sin Ti, deleitoso gozar contigo, llorar contigo, Todo lo que a Ti es contrario, a nosotros penoso; tu beneplácito, nuestro insaciable deseo. ¡Oh, si tan dulce es llorar por Ti, cuán dulce será gozar contigo! ¿Dónde estás, oh deseado en todas las cosas y sobre todas las cosas? ¡Oh nacido rey de Israel, ley de los devotos, luz de los ciegos, guía de los miserables, vida de los que mueren, salud eterna de los que eternamente viven!, ¿dónde estás?
Ved aquí la oportuna respuesta: En Belén de Judá. Belén significa casa del pan, Judá quiere decir confesor. Allí, pues, se encuentra Jesús, donde, confesados los pecados, se escucha, se rumia y se asimila la doctrina evangélica, que es pan de vida, para ejecutarla y proponerla a los demás como dechado con la palabra y el ejemplo. Allí se encuentra el Niño Jesús con su Madre maría, donde, después de llorosa contrición y fructuosa confesión, entre la abundante copia de lágrimas se gusta la dulcedumbre de la contemplación celeste; donde puesto el hombre en oración casi desesperado de su salud, salido de ella, se encuentra lleno de alegría con la esperanza del perdón. ¡Oh feliz María, en la cual se concibe Jesús, de la cual nace y con la cual permanece con tanta dulzura y alegría!
Pues también vosotros, ¡oh reyes! –esto es, vosotras, fuerzas naturales del alma devota-, buscadlo para adorarlo y ofrendarle vuestros dones. Adoradlo con reverencia como a Creador, Redentor y Glorificador: como Creador dio la vida natural, como Redentor restauró la vida espiritual, como Glorificador distribuye la vida eterna. ¡Oh reyes!, adoradlo con reverencia, porque es Rey poderosísimo; adoradlo con alegría, porque es Príncipe liberalísimo. Ni os deis por satisfechos con sola la adoración; acompañadla con ofrendas. Ofrecedle oro de caridad ardientísima; ofrecedle incienso de contemplación devotísima y mirra de contrición amarguísima: el oro del amor por los bienes recibidos, el incienso de la devoción por los goces que os tiene preparados, la mirra del dolor por los pecados cometidos. El oro ofreced a la eterna divinidad, el incienso a la santidad del alma de Cristo, la mirra a su cuerpo pasible. ¡Oh almas!, buscadlo de esta manera, adoradlo y presentadle vuestros dones.
V. Presentación en el templo
En quinto y último lugar considere el alma devota y fiel de qué manera el Niño Jesús, nacido por la ejecución de obras divinas, llamado con su nombre y por el sabor y gusto de la celestial dulzura de los dones espirituales buscado y hallado, adorado y honrado, ha de ser ahora presentado en el templo y ofrecido al Señor con humilde y devoto hacimiento de gracias.
Después que la feliz María, madre espiritual de Jesús fue purificada por la penitencia en la concepción de este hijo bendito, confortada por la gracia en su nacimiento, recreada con íntimas suavidades en la imposición del bendito nombre, y finalmente instruida en las cosas divinas en la adoración de los Magos, ¿qué le falta sino llevar a la Jerusalén celeste y presentar como Dios en el templo de la Divinidad al Hijo de Dios y de la Virgen?
Sube, pues, ¡oh espiritual María!, no ya a la montaña, sino a las moradas de la Jerusalén celeste, a los palacios de la soberana ciudad. Aquí dobla con humildad las rodillas de la mente delante del trono de la beatísima Trinidad; aquí presenta a Dios Padre tu hijo, alabando, glorificando y bendiciendo al Padre y al Hijo con el Espíritu Santo. Alaba con júbilo a Dios Padre, por cuya inspiración concebiste el buen propósito. Glorifica alabando a Dios Hijo por cuya información llevaste a cabo el propósito concebido. Bendice y glorifica a Dios Espíritu Santo, por cuya consolación perseveraste hasta ahora en los buenos ejercicios.
¡Oh alma!, glorifica a Dios Padre de todos los dones suyos y bienes tuyos, porque El es quien con secretas inspiraciones te sacó del siglo diciendo: vuélvete, vuélvete, Sunamitis. –El comentario de estas palabras búscalo en otro tratado, meditación primera- Engrandece a Dios Hijo en todos sus santos; pues El es quien con secretas instrucciones te libró de la esclavitud del demonio, diciendo: Toma mi yugo sobre ti, y sacude el yugo del demonio. Su yugo, cuando trae alegría, es verdadera y sabrosa alegría. El, a veces, levanta un poco a sus servidores, para confundirlos eternamente; mas quien a mí honra, si por un momento se humilla, reinará después para siempre coronado de gloria. Esta es la doctrina con que el Hijo de Dios, ya por sí mismo, ya por sus doctores y amigos, te amaestró y libró de las falsas sugestiones diabólicas y de los blandos halagos de la carne y del mundo. Bendice, ¡oh alma!, también y glorifica a Dios Espíritu Santo, que con la dulzura de sus consolaciones te confortó en el bien, diciendo: Venid a mí todos los que trabajáis y estáis cargados, y yo os aliviaré. ¿Cómo, en efecto, ¡oh alma tierna y delicada, frágil y enferma, acostumbrada a las delicias del mundo, embriagada con el vino de los placeres de este siglo!, cómo pudieras perseverar en el bien entre tales y tantas redes del antiguo adversario, entre tantos malos consejos, entre tantos obstáculos, entre la muchedumbre de dardos que vibraban contra ti amigos, parientes y conocidos con el fin de apartarte del camino del amor; cómo atada con las cuerdas de tantos pecados pudieras dar un paso adelante, si no fueras misericordiosamente ayudada y muchas veces dulcemente consolada, y sostenida con la gracia del Espíritu Santo? A El, pues, has de referir todas tus obras, ninguna te apropies a ti misma.
Di con pura y devota intención: Todas mis obras, Tú las hiciste, Señor. En tu presencia nada soy, nada puedo. Si vivo, es don tuyo, nada puedo hacer sin Ti. A Ti, pues, clementísimo Padre de las misericordias, ofrezco lo que es tuyo; a Ti gloria, a Ti hacimiento de gracias, ¡oh beatísimo Padre, majestad eterna!, pues con tu infinito poder me criaste de la nada. A Ti alabo, a Ti glorifico, a Ti doy gracias, ¡oh beatísimo Hijo, claridad del Padre, pues me libraste de la muerte con tu eterna sabiduría. A ti bendigo, a Ti glorifico, a Ti adoro, ¡oh beatísimo Espíritu Santo!, pues con tu bendita piedad y clemencia me llamaste del pecada a la gracia, del siglo a la vida religiosa, del destierro a la patria, del trabajo al descanso, de la tristeza al contento, a la dulzura, a los deleites de la bienaventuranza. La cual nos conceda Jesucristo, Hijo de María Virgen, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.
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