San Vicente Ferrer
En este tratado pondré solamente documentos saludables, sacados de las sentencias de los doctores… intento la brevedad, ya porque dirijo mi palabra exclusivamente a quien desea cumplir con gran afecto lo que entiende debe cumplirse según Dios… intento instruir al humilde, no discutir con arrogantes ni servir a las controversias. Quienquiera, pues, que desee ser útil a las almas de sus prójimos y edificarlos con palabras, procure primero tener en sí mismo lo que ha de enseñar a los demás.
De la pobreza conviene, primeramente, que desprecie todo lo terreno y lo repute como estiércol, sirviéndose de ello estrictamente para la necesidad. Esta necesidad ha de reducirla a pocas cosas, aun sufriendo alguna incomodidad por amor de la pobreza, como alguien dijo: Sé que no es laudable ser pobre, sino en la pobreza amar la pobreza, y aguantar con gozo y alegría la escasez de la misma, por Cristo.
Pero, ¡qué pena!, muchos se glorían solo del nombre de la pobreza. Se llaman amigos de la señora pobreza, pero huyen, en cuanto pueden, de los amigos y compañeros de la pobreza, esto es, del hambre, el frío, la sed, el desprecio y la abyección.
… a los humildes Cristo, Maestro de humildad, les manifiesta la verdad, que permanece oculta a los soberbios.
Echado, pues, el fundamento estable de la pobreza por el arquitecto Cristo, que, estando en la cumbre del monte, dijo: Bienaventurados los pobres de espíritu, etc., prepárese virilmente a refrenar la lengua, para que la lengua, que debe hablar cosas útiles, se abstenga por completo de cosas ociosas e inútiles. Y para mejor restringirla, apenas hable si no es interrogado. Digo, interrogado sobre cosa necesaria y útil. Pues una pregunta inútil debe contestarse con el silencio…
No obstante, podrá hablar alguna vez, si se presenta una necesidad o por caridad hacia el prójimo, o urgido por la obediencia. Pero entonces hágalo muy premeditadamente y con pocas palabras, con voz humilde y baja. Lo mismo debe hacer también cuando tiene que responder a alguien sobre cualquier cosa. Calle algún tiempo para edificación del prójimo, para que, callando, aprenda cómo tiene que hablar útilmente cuando llegue el momento. Pero rogando a Dios que supla por él mismo, inspirando interiormente en el corazón de sus prójimos aquello sobre lo que de momento ha callado, mientras domaba la lengua por el silencio.
Extirpadas, pues, por la pobreza voluntaria y el silencio, muchas preocupaciones que sofocan las semillas de las virtudes, sembradas con mucha frecuencia en el campo del corazón por inspiración divina, y que impiden su desarrollo, te queda por trabajar algo más en el cuidado de aquellas virtudes que te llevarán a una pureza de corazón por la cual los ojos interiores, según la palabra del Salvador, se abren a la contemplación divina, por la que tendrás descanso y paz para que Aquel que tiene su morada en la paz, se digne habitar también en ti…
Hablo, más bien, de aquella limpieza y pureza de corazón que aleja del hombre, en la medida de lo posible en esta vida, todos los pensamientos inútiles, de forma que al hombre no le guste pensar otra cosa sino de Dios o para Dios.
Para alcanzar esta pureza celestial… son necesarias estas cosas: Antes que nada, trabaja con todas tus fuerzas en negarte a ti mismo, según el precepto del Salvador. Y esto entiéndelo así: que mortifiques y conculques en todo tu voluntad y la contradigas en todo, abrazando con benignidad la voluntad de los demás, siempre que sea lícita y honesta. Por norma general, en cualquier cosa temporal por la que se sirve a las necesidades corporales, no sigas nunca tu propia voluntad, cuando vieras que es contraria a la de otro, aunque parezca desorbitada según el juicio de la razón. Debes, pues, sufrir con gusto cualquier incomodidad para conservar la tranquilidad interior, que se altera por semejantes contradicciones, cuando el hombre, por aferrarse a su juicio y queriendo cumplir su voluntad, disputa con los demás con palabras o pensamientos. Y no solo en las cosas temporales, sino también en las espirituales u ordenadas a lo espiritual, cumple más bien la voluntad de otro que la tuya mientras sea buena, aunque la tuya parezca más perfecta, porque, altercando con los demás, tendrás mayor detrimento en la disminución de la humildad, de la tranquilidad y de la paz, ante el provecho que puede provenirte en cualquier ejercicio de la virtud, si sigues tu voluntad en contradicción con la del otro.
Pero esto has de entenderlo acerca… no de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien y que procuran juzgar y escudriñar las palabras y obra de los demás, antes que corregir sus defectos. No digo, pues, que debes aceptar el juicio de esos en cosas espirituales. Pero en las temporales debes cumplir y poner en práctica siempre la voluntad de los demás, sean los que fueren, antes que la tuya.
…Si en aquello que, según Dios, deseas hacer, ya sea para tu provecho, ya para el honor de Dios o utilidad del prójimo, ves resistencia en algunos, o que lo impiden totalmente, sean superiores, iguales o inferiores, no te entretengas en discusiones, sino retírate dentro de ti y, recogido en tu Dios, dile: Señor, padezco violencia, responde por mí. No te entristezcas por ello, porque nada pueden que no sea finalmente para tu bien y más conveniente para los demás.
Te digo más, que aunque no lo veas al presente, verás al fin que aquello que pensabas que era algo con lo que te ponían impedimento, ha sido para ti una ayuda para alcanzar tu propósito. También, si en lo que deseas hacer según Dios te ves impedido por permisión divina, sea por enfermedad o por cualquier otra contingencia, no te entristezcas por ello en absoluto, sino sopórtalo todo con ecuanimidad de espíritu, encomendándote por entero a Aquel que sabe mejor que tú lo que te conviene y que te eleva continuamente hacia sí, con tal que te entregues a El sin reservas, aunque tal vez tú no lo veas. A esto, pues, sea encaminado todo tu esfuerzo, a ser dueño de ti mediante la paz y tranquilidad del corazón, y que ningún suceso te aflija, a no ser solo el pecado propio o ajeno, o aquello que induce al pecado. Por tanto, no te contriste cualquier acontecimiento fortuito, ni te irrite el estímulo de indignación contra el defecto de otro, sino ten afecto de misericordia y compasión para con todos, pensando siempre que tú obrarías peor si Cristo Jesús no te conservara con sola su gracia.
Prepárate, además, para sufrir, por el nombre de Cristo, todos los oprobios, todas las cosas ásperas y adversidades. Todo deseo o pensamiento que te sugiera cualquier apetito de grandeza, bajo cualquier pretexto, mortifícalo en su mismo principio y nacimiento, como a cabeza del dragón infernal, con el cauterio que es el báculo de la Cruz, trayendo a tu memoria la humildad y la durísima pasión de Cristo, el cual, huyendo de quienes le querían hacer rey, abrazó voluntariamente la Cruz, menospreciando toda ignominia. Huye con horror de toda humana alabanza, como de un mortífero veneno y gózate en tu desprecio, considérate de veras y de corazón como quien merece ser despreciado por todos.
…Los defectos de los demás, échalos a la espalda, como si no los vieras y, si los ves, procura disminuirlos y excusarlos, compadeciéndote y ayudando a quienes los tienen, en lo que puedas. Aparta los ojos de tu mente y los de tu cuerpo de la conducta de los demás, a fin de que puedas verte a ti mismo a la luz del rostro de Dios. Examínate continuamente a ti mismo y júzgate siempre sin disimulo. En todas tus obras, en todas tus palabras, en todos tus pensamientos, en toda lectura, repréndete a ti mismo y busca encontrar siempre en ti materia de compunción, pensando que el bien que haces no está perfectamente hecho, ni con el fervor que debería hacerse…
Repréndete, pues, continuamente a ti mismo. Y no permitas pasar por alto en ti, sin severa corrección, no solo las negligencias en palabras y obras, sino también en los mismos pensamientos, y no digo solo los malos sino también los inútiles, reprendiéndote gravemente a toda hora en presencia de tu Dios, clamando por los pecados cometidos y considerándote delante de Dios más vil y miserable por tus pecados que cualquier otro pecador por cualquier otro pecado, y digno de ser castigado y excluido de los gozos celestiales, si Dios obrara contigo según su justicia y no según su misericordia, habiéndote regalado con tantas gracias, sobre muchos otros, a las que tú has correspondido con ingratitud.
Sin embargo no te digo que por esto has de pensar que estás fuera de la gracia de Dios, ni que estés en pecado mortal, aunque otros pecadores tengan innumerables pecados mortales… Pero si notas que el diablo te quiere inducir por tales reprensiones a la desesperación, entonces deja tales reprensiones y ábrete a la esperanza, considerando la bondad y clemencia de tu Dios, que con tantos beneficios te ha prevenido, sin dudar de que quiere perfeccionar en ti su obra ya comenzada. El alma, purificada, se une a Dios por la contemplación. …Y así, mientras vuelve sobre sí mismo, se ensancha el ojo de la contemplación y monta en sí mismo la escalera por la cual sube a contemplar el espíritu angélico y el divino. Desde esta contemplación el ánimo se enciende con los bienes celestiales y percibe como de lejos y como nada todo lo temporal. Por aquí empieza a arder en el alma aquella perfecta caridad que, como fuego, consume toda la escoria de los vicios. Así la caridad ocupa toda el alma, porque ya no hay lugar por donde entre la vanidad.
Por tanto, no habrá que temer para el tal la vanagloria, cuando la verdadera gloria de Dios y el celo de las almas ocupan totalmente el corazón.
Del director espiritual: Hay que saber que el hombre que tenga un instructor por cuyo consejo se rija y cuya obediencia siga en todos sus actos, pequeños y grandes, podrá llegar más fácilmente y en tiempo más breve a la perfección, que si quiere perfeccionarse a sí mismo. Este camino de la obediencia es camino regio que lleva a los hombres sin tropezar a la cumbre de la escalera en la que el Señor está apoyado. Es el camino que siguieron todos los santos padres del desierto y, en general, todos cuantos alcanzaron la perfección en poco tiempo procedieron siempre por este camino, a no ser que Dios instruyera a algunos por sí mismo, por un privilegio de gracia singular, cuando les faltaba o no encontraban quien los instruyera desde fuera. Porque entonces la piedad divina suple por sí misma lo que no se puede encontrar fuera, cuando se acude a Dios con corazón humilde y fervoroso. Más, en efecto, en este tiempo -¡miserables de nosotros!- no se encuentra casi nadie que instruya a los demás en la vida de perfección. Es más, si alguien quiere entregarse a Dios, encontrará a muchos que lo aparten, y casi a nadie que le ayude. Por lo que es conveniente que el hombre recurra a Dios de todo corazón y le pida con insistencia de oraciones y con humildad de corazón ser instruido por El, para que le reciba benignamente como a un huérfano sin padre.
Si tu corazón es movido a realizar alguna obra notable que no solías hacer, sobre la que no tienes certeza de que agradará a Dios, es más, dudas razonablemente, difiere el ponerla en ejecución, hasta que hayas considerado bien todas las circunstancias, especialmente las del fin, y sepas que agrada a Dios. Sin embargo, no juzgues por tu criterio, sino, si es posible, por algún testimonio de la Sagrada Escritura, o por algún ejemplo imitable de los santos padres. Y digo ejemplo imitable, porque, según san Gregorio, algunos santos hicieron ciertas obras que no debemos imitar, por más que en ellos fueran buenas, sino admirarlas y reverenciarlas. Si por ti mismo no puedes llegar a esclarecer si lo tuyo agrada a Dios, pide consejo a personas probadas en virtud y ciencia, que pueden aconsejarte sobre la verdad.
De la pobreza conviene, primeramente, que desprecie todo lo terreno y lo repute como estiércol, sirviéndose de ello estrictamente para la necesidad. Esta necesidad ha de reducirla a pocas cosas, aun sufriendo alguna incomodidad por amor de la pobreza, como alguien dijo: Sé que no es laudable ser pobre, sino en la pobreza amar la pobreza, y aguantar con gozo y alegría la escasez de la misma, por Cristo.
Pero, ¡qué pena!, muchos se glorían solo del nombre de la pobreza. Se llaman amigos de la señora pobreza, pero huyen, en cuanto pueden, de los amigos y compañeros de la pobreza, esto es, del hambre, el frío, la sed, el desprecio y la abyección.
… a los humildes Cristo, Maestro de humildad, les manifiesta la verdad, que permanece oculta a los soberbios.
Echado, pues, el fundamento estable de la pobreza por el arquitecto Cristo, que, estando en la cumbre del monte, dijo: Bienaventurados los pobres de espíritu, etc., prepárese virilmente a refrenar la lengua, para que la lengua, que debe hablar cosas útiles, se abstenga por completo de cosas ociosas e inútiles. Y para mejor restringirla, apenas hable si no es interrogado. Digo, interrogado sobre cosa necesaria y útil. Pues una pregunta inútil debe contestarse con el silencio…
No obstante, podrá hablar alguna vez, si se presenta una necesidad o por caridad hacia el prójimo, o urgido por la obediencia. Pero entonces hágalo muy premeditadamente y con pocas palabras, con voz humilde y baja. Lo mismo debe hacer también cuando tiene que responder a alguien sobre cualquier cosa. Calle algún tiempo para edificación del prójimo, para que, callando, aprenda cómo tiene que hablar útilmente cuando llegue el momento. Pero rogando a Dios que supla por él mismo, inspirando interiormente en el corazón de sus prójimos aquello sobre lo que de momento ha callado, mientras domaba la lengua por el silencio.
Extirpadas, pues, por la pobreza voluntaria y el silencio, muchas preocupaciones que sofocan las semillas de las virtudes, sembradas con mucha frecuencia en el campo del corazón por inspiración divina, y que impiden su desarrollo, te queda por trabajar algo más en el cuidado de aquellas virtudes que te llevarán a una pureza de corazón por la cual los ojos interiores, según la palabra del Salvador, se abren a la contemplación divina, por la que tendrás descanso y paz para que Aquel que tiene su morada en la paz, se digne habitar también en ti…
Hablo, más bien, de aquella limpieza y pureza de corazón que aleja del hombre, en la medida de lo posible en esta vida, todos los pensamientos inútiles, de forma que al hombre no le guste pensar otra cosa sino de Dios o para Dios.
Para alcanzar esta pureza celestial… son necesarias estas cosas: Antes que nada, trabaja con todas tus fuerzas en negarte a ti mismo, según el precepto del Salvador. Y esto entiéndelo así: que mortifiques y conculques en todo tu voluntad y la contradigas en todo, abrazando con benignidad la voluntad de los demás, siempre que sea lícita y honesta. Por norma general, en cualquier cosa temporal por la que se sirve a las necesidades corporales, no sigas nunca tu propia voluntad, cuando vieras que es contraria a la de otro, aunque parezca desorbitada según el juicio de la razón. Debes, pues, sufrir con gusto cualquier incomodidad para conservar la tranquilidad interior, que se altera por semejantes contradicciones, cuando el hombre, por aferrarse a su juicio y queriendo cumplir su voluntad, disputa con los demás con palabras o pensamientos. Y no solo en las cosas temporales, sino también en las espirituales u ordenadas a lo espiritual, cumple más bien la voluntad de otro que la tuya mientras sea buena, aunque la tuya parezca más perfecta, porque, altercando con los demás, tendrás mayor detrimento en la disminución de la humildad, de la tranquilidad y de la paz, ante el provecho que puede provenirte en cualquier ejercicio de la virtud, si sigues tu voluntad en contradicción con la del otro.
Pero esto has de entenderlo acerca… no de aquellos que llaman bien al mal y mal al bien y que procuran juzgar y escudriñar las palabras y obra de los demás, antes que corregir sus defectos. No digo, pues, que debes aceptar el juicio de esos en cosas espirituales. Pero en las temporales debes cumplir y poner en práctica siempre la voluntad de los demás, sean los que fueren, antes que la tuya.
…Si en aquello que, según Dios, deseas hacer, ya sea para tu provecho, ya para el honor de Dios o utilidad del prójimo, ves resistencia en algunos, o que lo impiden totalmente, sean superiores, iguales o inferiores, no te entretengas en discusiones, sino retírate dentro de ti y, recogido en tu Dios, dile: Señor, padezco violencia, responde por mí. No te entristezcas por ello, porque nada pueden que no sea finalmente para tu bien y más conveniente para los demás.
Te digo más, que aunque no lo veas al presente, verás al fin que aquello que pensabas que era algo con lo que te ponían impedimento, ha sido para ti una ayuda para alcanzar tu propósito. También, si en lo que deseas hacer según Dios te ves impedido por permisión divina, sea por enfermedad o por cualquier otra contingencia, no te entristezcas por ello en absoluto, sino sopórtalo todo con ecuanimidad de espíritu, encomendándote por entero a Aquel que sabe mejor que tú lo que te conviene y que te eleva continuamente hacia sí, con tal que te entregues a El sin reservas, aunque tal vez tú no lo veas. A esto, pues, sea encaminado todo tu esfuerzo, a ser dueño de ti mediante la paz y tranquilidad del corazón, y que ningún suceso te aflija, a no ser solo el pecado propio o ajeno, o aquello que induce al pecado. Por tanto, no te contriste cualquier acontecimiento fortuito, ni te irrite el estímulo de indignación contra el defecto de otro, sino ten afecto de misericordia y compasión para con todos, pensando siempre que tú obrarías peor si Cristo Jesús no te conservara con sola su gracia.
Prepárate, además, para sufrir, por el nombre de Cristo, todos los oprobios, todas las cosas ásperas y adversidades. Todo deseo o pensamiento que te sugiera cualquier apetito de grandeza, bajo cualquier pretexto, mortifícalo en su mismo principio y nacimiento, como a cabeza del dragón infernal, con el cauterio que es el báculo de la Cruz, trayendo a tu memoria la humildad y la durísima pasión de Cristo, el cual, huyendo de quienes le querían hacer rey, abrazó voluntariamente la Cruz, menospreciando toda ignominia. Huye con horror de toda humana alabanza, como de un mortífero veneno y gózate en tu desprecio, considérate de veras y de corazón como quien merece ser despreciado por todos.
…Los defectos de los demás, échalos a la espalda, como si no los vieras y, si los ves, procura disminuirlos y excusarlos, compadeciéndote y ayudando a quienes los tienen, en lo que puedas. Aparta los ojos de tu mente y los de tu cuerpo de la conducta de los demás, a fin de que puedas verte a ti mismo a la luz del rostro de Dios. Examínate continuamente a ti mismo y júzgate siempre sin disimulo. En todas tus obras, en todas tus palabras, en todos tus pensamientos, en toda lectura, repréndete a ti mismo y busca encontrar siempre en ti materia de compunción, pensando que el bien que haces no está perfectamente hecho, ni con el fervor que debería hacerse…
Repréndete, pues, continuamente a ti mismo. Y no permitas pasar por alto en ti, sin severa corrección, no solo las negligencias en palabras y obras, sino también en los mismos pensamientos, y no digo solo los malos sino también los inútiles, reprendiéndote gravemente a toda hora en presencia de tu Dios, clamando por los pecados cometidos y considerándote delante de Dios más vil y miserable por tus pecados que cualquier otro pecador por cualquier otro pecado, y digno de ser castigado y excluido de los gozos celestiales, si Dios obrara contigo según su justicia y no según su misericordia, habiéndote regalado con tantas gracias, sobre muchos otros, a las que tú has correspondido con ingratitud.
Sin embargo no te digo que por esto has de pensar que estás fuera de la gracia de Dios, ni que estés en pecado mortal, aunque otros pecadores tengan innumerables pecados mortales… Pero si notas que el diablo te quiere inducir por tales reprensiones a la desesperación, entonces deja tales reprensiones y ábrete a la esperanza, considerando la bondad y clemencia de tu Dios, que con tantos beneficios te ha prevenido, sin dudar de que quiere perfeccionar en ti su obra ya comenzada. El alma, purificada, se une a Dios por la contemplación. …Y así, mientras vuelve sobre sí mismo, se ensancha el ojo de la contemplación y monta en sí mismo la escalera por la cual sube a contemplar el espíritu angélico y el divino. Desde esta contemplación el ánimo se enciende con los bienes celestiales y percibe como de lejos y como nada todo lo temporal. Por aquí empieza a arder en el alma aquella perfecta caridad que, como fuego, consume toda la escoria de los vicios. Así la caridad ocupa toda el alma, porque ya no hay lugar por donde entre la vanidad.
Por tanto, no habrá que temer para el tal la vanagloria, cuando la verdadera gloria de Dios y el celo de las almas ocupan totalmente el corazón.
Del director espiritual: Hay que saber que el hombre que tenga un instructor por cuyo consejo se rija y cuya obediencia siga en todos sus actos, pequeños y grandes, podrá llegar más fácilmente y en tiempo más breve a la perfección, que si quiere perfeccionarse a sí mismo. Este camino de la obediencia es camino regio que lleva a los hombres sin tropezar a la cumbre de la escalera en la que el Señor está apoyado. Es el camino que siguieron todos los santos padres del desierto y, en general, todos cuantos alcanzaron la perfección en poco tiempo procedieron siempre por este camino, a no ser que Dios instruyera a algunos por sí mismo, por un privilegio de gracia singular, cuando les faltaba o no encontraban quien los instruyera desde fuera. Porque entonces la piedad divina suple por sí misma lo que no se puede encontrar fuera, cuando se acude a Dios con corazón humilde y fervoroso. Más, en efecto, en este tiempo -¡miserables de nosotros!- no se encuentra casi nadie que instruya a los demás en la vida de perfección. Es más, si alguien quiere entregarse a Dios, encontrará a muchos que lo aparten, y casi a nadie que le ayude. Por lo que es conveniente que el hombre recurra a Dios de todo corazón y le pida con insistencia de oraciones y con humildad de corazón ser instruido por El, para que le reciba benignamente como a un huérfano sin padre.
Si tu corazón es movido a realizar alguna obra notable que no solías hacer, sobre la que no tienes certeza de que agradará a Dios, es más, dudas razonablemente, difiere el ponerla en ejecución, hasta que hayas considerado bien todas las circunstancias, especialmente las del fin, y sepas que agrada a Dios. Sin embargo, no juzgues por tu criterio, sino, si es posible, por algún testimonio de la Sagrada Escritura, o por algún ejemplo imitable de los santos padres. Y digo ejemplo imitable, porque, según san Gregorio, algunos santos hicieron ciertas obras que no debemos imitar, por más que en ellos fueran buenas, sino admirarlas y reverenciarlas. Si por ti mismo no puedes llegar a esclarecer si lo tuyo agrada a Dios, pide consejo a personas probadas en virtud y ciencia, que pueden aconsejarte sobre la verdad.
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