Domingo, 22 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

San Francisco de Sales

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San Francisco de Sales
San Francisco de Sales
+ Esas nieblas no son tan densas que no las pueda disipar el sol. Y Dios, que os ha conducido hasta ahora, os tendrá de su santa mano; pero tenéis que arrojaros con total abandono en los brazos de su Providencia, pues éste es el momento oportuno para ello. Confiarse a Dios en medio de la paz y la dulzura de la prosperidad, casi todos saben hacerlo, pero entregarse a Él en las borrascas y tempestades es lo propio de sus hijos; quiero decir, entregarse a Él con total abandono.

+ Ejercitaos en la humildad, en la debilidad; dejad que digan y hagan. Si Dios no edifica la casa, en vano trabajarán los que la construyen; y si Dios la edifica, en vano trabajarán los que quieran derruirla.

+ Dilatad vuestro corazón, hacedle descansar a menudo en los brazos de la divina Providencia. Todo lo que nos sucede, menos el pecado, nos viene, sin duda, de la voluntad de Dios. Pero esta misma voluntad, que nos envía las enfermedades espirituales o corporales, quiere que también nos sirvamos de los remedios que ella nos da y que estemos dispuestos a recibir la curación o la continuación del mal, como a Él mejor le plazca. Debéis adorar con frecuencia a la Providencia divina y en toda ocasión poneros en sus manos.

+ Yo digo que no hay que pedir nada ni rehusar nada, sino abandonarse en los brazos de la divina Providencia, sin distraerse en otros deseos sino en el de querer lo que Dios quiere para nosotros... Toda la perfección consiste en la práctica de este punto.

+ ¿Me preguntáis lo que yo deseo dejaros grabado en el corazón, para así ponerlo en práctica? ¿Qué os diré, mis queridísimas hijas? Os repito esas dos queridas palabras, que tantas veces os he recomendado: Nada pedir, nada rehusar. En esas dos palabras está dicho todo, pues es un consejo que encierra en sí la práctica de la perfecta indiferencia.

+ De entre todas las virtudes, os recomiendo las dos más queridas de nuestro Señor, las que tanto desea que aprendamos de Él: la humildad y la dulzura de corazón; pero poned atención en que sean virtudes del corazón, recordando lo que ya os he dicho: que es una de las grandes astucias del diablo el conseguir que muchos se entretengan en decir palabras y dar muestras externas de las virtudes; pero, como no examinan los afectos de su corazón, creen que son mansos y humildes sin serlo en absoluto.

+ Hay que mantenerse firmes en estas dos queridas virtudes: la dulzura para con el prójimo y la amabilísima humildad para con Dios... Hay que arrancar de cuajo el afán de preferencias y privilegios, pues nunca se tienen tantos honores como cuando se los desprecia; y además nos turban el corazón y nos hacen caer en faltas de dulzura y de humildad. En suma, hay que tener el corazón dulce para con el prójimo y humilde para con Dios.

+ La humildad hace nuestro corazón dulce… es la primera y el fundamento de las demás. Nunca llegaremos a la altura de la perfección del amor de Dios sin habernos rebajado profundamente por la humildad. Nuestro Señor estima tanto la humildad que no tiene dificultad en permitir que caigamos en pecado con tal de sacar de esto una mayor humildad. Nuestro Señor ama tanto la humildad que prefiere correr el riesgo de que perdamos todas las demás virtudes con tal de que la conservemos.

+ Cuanto más trabajo os cueste la santa humildad, más gracia os proporcionará…Quien desee muchas gracias ha de sentir humildemente de sí y no envanecerse. El gran secreto para mantener mucha devoción es tener mucha humildad.
 
+ El sagrado don de la oración está preparado en la mano derecha del Salvador, que lo derramará en vuestro corazón tan pronto como éste se vacíe de sí mismo, es decir, del amor de vuestro cuerpo y de vuestra propia voluntad. O sea, cuando seáis humildes.
 
+ La humildad hace que no nos turbemos por nuestras imperfecciones, recordando las de los demás; pues, ¿por qué íbamos a ser nosotros más perfectos que los otros? Y hace también que no nos turbemos por las imperfecciones de los demás al acordarnos de las nuestras; pues, ¿por qué nos va a parecer raro que los demás tengan imperfecciones, teniendo nosotros tantas?

+ La humildad nos suaviza el corazón respecto a los perfectos e imperfectos: con aquéllos, por reverencia; con éstos, por compasión. La humildad nos hace recibir las penas con resignación, sabiendo que las merecemos; y los bienes con reverencia, sabiendo que no los merecemos.

+ No hay que juzgar las cosas según nuestro gusto, sino según el de Dios. Eso es lo importante: si queremos ser santos siguiendo nuestra voluntad, no lo seremos jamás; tenemos que serlo según la voluntad de Dios.

+ La voluntad de Dios es que, por amor a Él, obréis libremente así: que améis francamente las obligaciones de vuestro estado. Digo que las améis realmente, las queráis, no por lo exterior y que puede estar relacionado con la sensualidad en sí, sino por lo interior, porque Dios lo ha mandado, porque bajo esa pobre corteza se cumple la santa voluntad de Dios. Y ¡cuántas veces nos equivocamos en esto!
 
+ Os digo una vez más que no hay que fijarse en la condición exterior de las acciones, sino en la interior, es decir: si Dios lo quiere o no.

+ No os fijéis nunca en la naturaleza de las cosas que hagáis, sino fijaos en lo que valen, a pesar de lo mezquinas que son, pues son queridas por la voluntad de Dios, ordenadas por su Providencia, dispuestas por su sabiduría. En resumen, si a Dios le son agradables y así lo vemos, ¿cómo pueden desagradarnos a nosotros?
 
+ Cuidad de ser cada día más pura de corazón. Esta pureza consiste en valorar todas las cosas y pesarlas en el peso del santuario, que no es otro que la voluntad de Dios. Os suplico que tengáis ánimo; acostumbrad poco a poco a vuestra voluntad a que siga la de Dios dondequiera que os conduzca; que se sienta firme cuando vuestra conciencia le diga: Dios lo quiere; y poco a poco, esas repugnancias tan fuertes que sentís se irán debilitando y pronto acabarán por desaparecer.

+ Hay que amar lo que Dios ama: Él ama nuestra vocación, amémosla nosotros también sin entretenernos en pensar en la de los demás; cumplamos con nuestro deber; llevar cada uno su cruz no es demasiado.

+ Servid a Dios con mucho ánimo y lo más que podáis, en los ejercicios de vuestra vocación... rebajaos con gusto a aquello cuya corteza parece menos brillante, si veis que Dios lo quiere; pues de cualquier manera que se haga la voluntad de Dios, no importa que sea por acciones elevadas o bajas. Suspirad con frecuencia para que vuestra voluntad esté unida a la de Dios.

+ No deben asombraros vuestras debilidades y miserias: Dios ha visto muchas, y su misericordia no rechaza a los miserables, sino que les hace el bien; y levanta el trono de su gloria sobre su miseria
 
+ Tened paciencia con todos, pero sobre todo con vos misma. Quiero decir que no os turbéis por vuestras imperfecciones y que siempre tengáis el valor de levantaros de ellas: me alegro de que cada día empecéis de nuevo; no hay nada mejor para avanzar en la vida espiritual que volver a empezar, sin creer nunca que ya se ha hecho bastante.
 
+ Es imposible que hayáis dominado tan pronto vuestra alma y que ya de entrada la tengáis en vuestras manos. Contentaos con lograr de vez en cuando alguna victoria sobre vuestra pasión dominante. Hay que soportar a los demás, pero lo primero, soportarse a sí mismo y tener paciencia por ser imperfecto.

+ Voy a deciros una cosa y la debéis retener bien: muchas veces nos entretenemos en ser ángeles buenos, y, mientras tanto, dejamos de ser buenos hombres y buenas mujeres. Nuestras imperfecciones nos acompañarán hasta el sepulcro. No nos es posible caminar sin pisar tierra; no hay que echarse en ella ni revolcarse, pero tampoco debemos soñar con volar porque todavía somos pollitos que aún no tienen alas. Vamos muriendo poco a poco, y lo mismo deben ir muriendo nuestras imperfecciones de día en, día.

+ Hay que someter la naturaleza a la gracia y no asombrarse por las dificultades que van saliendo al paso; porque siempre es preciso un continuo anonadamiento, y en este ejercicio hay que perseverar hasta el fin de nuestra vida, que es cuando veremos terminada nuestra tarea, si hemos perseverado, pero no antes. Tenemos que ir tejiendo nuestra perfección poco a poco, ya que nunca la encontramos totalmente hecha a no ser que, por un milagro, nuestro Señor la conceda en un instante, como hizo con san Pablo...

+ En fin, no tenemos que asombrarnos ni acobardarnos por nuestros fallos e inconstancias, sino, con dulzura y paz, humillarnos, y elevar el corazón a Dios para proseguir en esta santa empresa, confiando y apoyándonos en Él, que desea darnos todo lo que para ella necesitamos y sin pedirnos a cambio nada más que nuestro consentimiento y nuestra fidelidad.
  
+ Plantad en vuestro corazón a Jesús crucificado, y todas las cruces del mundo os parecerán rosas. Los que tienen clavada alguna espina de la corona de nuestro Señor, que es nuestra Cabeza, apenas sienten los otros pinchazos.

+ Procurad adquirir la suavidad de corazón para con el prójimo.

+ El que es dulce no ofende a nadie y soporta y aguanta de buen grado a los que le hacen mal. El que es dulce sufre con paciencia los golpes y no devuelve mal por mal. El que es dulce no se turba jamás, sino que impregna todas sus palabras en la humildad y vence el mal con el bien.

+ No perdáis ninguna ocasión, por pequeña que sea, de practicar la dulzura de corazón para con todos.
 
+ Es preciso tener un corazón bueno, dulce y cariñoso hacia el prójimo, especialmente cuando nos parece pesado y desagradable, ya que entonces no tenemos otra razón para amarlo sino el respeto al Salvador, lo que, sin duda, hace al amor más excelente y más digno, puesto que es más puro y más libre de condicionamientos efímeros.
 
+ Hay que combatir el odio y los disgustos con el prójimo y abstenerse de una imperfección pequeña, pero muy dañina, de la cual poca gente se abstiene. Y es que, cuando censuramos al prójimo o nos quejamos de él (cosa que no debiera sucedernos sino muy raramente), no terminamos nunca, sino que volvemos a empezar una y otra vez y repetimos nuestras quejas y lamentos sin cesar, lo cual es signo de un corazón rencoroso que todavía no tiene la verdadera salud. Los corazones fuertes y grandes no se quejan sino por graves motivos y, ni siquiera por ellos guardan resentimiento o, al menos, no lo hacen con turbación ni agitación.
 
+ Cuando es necesario contradecir a alguien o dar una opinión en contra de alguien, hay que hacerlo con gran dulzura y destreza, sin ánimo de violentar a nadie, pues nada se gana actuando con aspereza... La razón humana puede ser persuadida pero no forzada. Si se la fuerza, se rebela.
 
+ Nuestro Señor nos dará su paz cuando nos sometamos a vivir con mansedumbre en la guerra.

+ Hay que vivir con paz siempre y en todo. Si tenemos una pena interior o exterior, debemos recibirla con paz. Si nos llega una gran alegría, hay que recibirla con paz, sin estremecernos por ello. Si hay que huir de un mal, que sea con paz, sin turbarnos; de no hacerlo así, podríamos caernos al huir, dando facilidad al enemigo para matarnos. Si hay que hacer el bien, hagámoslo con paz, pues si nos apresuramos, cometeremos muchas faltas. Hasta la penitencia hay que hacerla con paz; decía un penitente: mi amargura se me volvió paz.
 
+ Lo que nos turba es el amor propio y la estima que tenemos por nosotros mismos. ¿Qué significa que nos turbemos, nos asustemos y nos impacientemos cuando caemos en alguna imperfección o pecado? Significa que creíamos ser algo bueno, seguro y firme; por eso, al constatar que no es así y que hemos caído de bruces, nos sentimos engañados y, por ello, turbados, ofendidos e inquietos. Si hubiéramos sabido lo que somos, en lugar de quedarnos estupefactos por vernos en tierra, nos asombraríamos de haber podido mantenernos en pie. El amor por nosotros mismos nos ofusca a menudo: hace falta tener los ojos bien cerrados para no decepcionarnos al ver lo que somos.
 
+ Tengo para mí que, si tuviéramos el olfato un poco más fino, podríamos percibir que todas las aflicciones vienen embalsamadas y perfumadas de mil buenos olores; pues, aunque de por sí tengan olor desagradable, al venir salidas de las manos, o mejor, del seno y del corazón del Esposo, que no es otra cosa que perfume y bálsamo Él mismo, nos llegan repletas de toda suavidad.
 
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