Federico Ozanam, al encuentro de Dios y de los hombres
Hace casi dos siglos nació en París la Sociedad de San Vicente de Paúl, popularmente conocida como las Conferencias, y que es muy apreciada en la ciudad de Zaragoza por las cuatro décadas de esa gran labor asistencia y cristiana desarrollada por medio de la Fundación Federico Ozanam. He tenido la oportunidad de leer el epistolario de Ozanam hace unos meses y esto me ha permitido profundizar en un personaje que vivió en una época que no se diferencia tanto de la nuestra.
Quien haya leído Los miserables de Víctor Hugo será capaz de comprender el París en que vivió Ozanam: la época de la ascensión de una gran burguesía, fielmente retratada en La Comedia Humana de Balzac, que tiene como eslóganes la libertad y la propiedad, pero carece de toda sensibilidad social. Es incapaz de vislumbrar cómo la miseria se adueña de la sociedad. Se han tomado tan serio lo de enriquecerse “por medio del trabajo y del ahorro”, en expresión del primer ministro Guizot, que son incapaces de abrir los ojos a las miserias materiales y morales. Por lo demás, es una burguesía que, en gran número, ha abrazado los dogmas anticlericales de la Ilustración y considera a la Iglesia como una institución a punto de extinguirse. El catolicismo sería para ellos un reducto de tiempos pasados como la monarquía de los Borbones que fue derribada en la revolución de 1830. París se llenó entonces de banderas tricolores y se puso en el trono a un “rey ciudadano”, Luis Felipe de Orleáns. Francia tendría un gobierno liberal, pero no un gobierno respaldado por la voluntad popular.
Federico Ozanam (1813-1853) es además uno de los jóvenes testigos que la Iglesia ha puesto como modelo para el sínodo que se ha abierto en Roma. Una vida breve, pero intensa, un profesor de literatura en la Sorbona y un gran estudioso de la historia, casado y con una hija, una figura en la que son inseparables la ciencia y la caridad. Ese fue Ozanam, beatificado por San Juan Pablo II el 22 de agosto de 1997. Es además un ejemplo de cómo un cristiano no tiene que vivir dos vidas paralelas, la de la vida ordinaria y la de la religión. Su vida fue un reflejo del amor de Dios que le llevó a convertirse, con apenas veinte años, en buen samaritano que no pasaría de largo por las calles y las casas de París invadidas por la miseria y la soledad.
Un hombre de auténtica fe ha de ser necesariamente piadoso. Ser piadoso no consiste en dedicarse a ejercicios interminables de oraciones vocales. Consiste en ir al encuentro del Amor misericordioso que es Cristo. En una carta dirigida a su madre el 19 de junio de 1833, el joven Ozanam relata con emoción el viaje que hace a la localidad próxima de Nanterre para asistir un domingo a una procesión del Corpus Christi. En las grandes ciudades las procesiones estaban prohibidas, pero Ozanam y dos amigos salen a las ocho de la mañana desde los Campos Elíseos para llegar a Nanterre. A esa procesión acude también una treintena de estudiantes, que se mezclan con los campesinos. Es un cortejo sencillo, que desfila ante casas con puertas y ventanas abiertas, y por caminos cubiertos de flores. Luego asistirán a misa en la iglesia, donde hay una multitud que llega hasta la calle. Horas después, los jóvenes, cansados pero alegres, comparten una cena en otra localidad de la zona, Saint Germain en Laye. Ozanam está muy contento de lo que algunos calificarían de “loca aventura”, una aventura que demuestra que existen cristianos que no desean que la fe quede encerrada en el interior de las iglesias. Para él ha sido una jornada encantadora y ya es lunes cuando regresa a París.
Ozanam ha ido al encuentro de Dios en la Eucaristía. De ahí saca el impulso para ir al encuentro del prójimo necesitado y olvidado. En otra carta, fechada el 23 de febrero de 1835, señala que la humanidad de su tiempo se asemeja al viajero asaltado por los ladrones del evangelio del buen samaritano. Aquí han actuado los ladrones del pensamiento que le han arrebatado los tesoros de la fe y del amor, y le han dejado desnudo y desconsolado. La víctima, en su delirio, ha ahuyentado a los sacerdotes y levitas que no han pasado de largo, y el turno ahora es de los samaritanos. Ozanam se considera uno de ellos, gente débil y de poca fe que se atreven a acercarse para curar las heridas con palabras de consuelo y de paz. Pero la dificultad de la tarea, en la que son muy posibles el rechazo y la desconfianza, no le arredra. Estas son sus palabras: “Sin embargo, yo espero que Dios no nos abandonará, sobre todo, si tenemos hermanos que rezan y se esfuerzan por nosotros”.
Publicado en la revista El Pilar, octubre de 2018.
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