Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Joseph Roth: una vida sin hogar

Joseph Roth (1894-1939), un judío nostálgico de esa gran entidad católica europea que fue el Imperio austro-húngaro.
Joseph Roth (1894-1939), un judío nostálgico de esa gran entidad católica que fue el Imperio austro-húngaro.

por Antonio R. Rubio Plo

Opinión

El 27 de mayo de 1939 fallecía en París el escritor Joseph Roth, gran cronista de la Europa de entreguerras que, desde 1933, residía permanentemente en la capital francesa. Su origen hebreo está presente en la mayor parte de su obra, por su condición de judío del este, nacido en 1894 en Brod, en la actual Ucrania, y que entonces formaba parte del Imperio austrohúngaro.

En sus últimos años, Roth se calificaba de católico, un catolicismo inseparable de una nostalgia por el imperio fragmentado y desaparecido. Sin embargo, no se encontró ningún certificado de bautismo que justificara un funeral católico. Al cementerio acudieron dos sacerdotes católicos, y a la vez un rabino con el propósito de entonar el kadish, la oración judía de difuntos. Además, asistió un representante del archiduque Otto de Habsburgo para rendir homenaje a un defensor de la vieja monarquía.

En una carta a su amigo Stefan Zweig en 1935, Roth había escrito: "Creo en un Imperio católico, de carácter alemán y romano, y estoy a punto de convertirme en un católico ortodoxo, tal vez incluso militante. No creo en 'la humanidad'. No he creído nunca en ella, sino en Dios". Pero tampoco nuestro escritor creía en los nacionalismos: "La mayoría de las personas que aman a su patria o a su nación son unos pobres ciegos. No solo no están en condiciones de ver los típicos errores de su nación y de su país, sino que tienden incluso a considerar estos errores como un modelo de virtudes humanas. Y a eso le llaman «conciencia nacional»".

'La marcha Radetzky', la gran novela de Joseph Roth sobre un marco omnipresente en su obra: el Imperio Austro-Húngaro.

'La marcha Radetzky', la gran novela de Joseph Roth sobre un marco omnipresente en su obra: el Imperio Austro-Húngaro.

Su nostalgia del Imperio de los Habsburgo ha dado a Roth la consideración de un mitómano, un escritor en el que se entremezclan la realidad y la ficción, alguien que hizo de su vida una novela. Hijo natural de un alto funcionario austriaco, oficial del Ejército imperial durante la guerra europea… Estos rasgos aparecen en algunos de sus personajes, pero en muchos lectores quedó la sensación de que eran autobiográficos. En realidad, su vida es la novela de un judío errante, periodista antes que escritor, cuya existencia se asemejó a una Fuga sin fin, por decirlo con el título una de sus obras de 1927. En ella Franz Tunda, un oficial austriaco, prisionero de los rusos y testigo de la Revolución bolchevique de octubre de 1917, origen de una nueva Rusia que le decepciona profundamente, recorre toda Europa hasta llegar a París. Sin embargo, Roth le retrata de esta manera al acabar el libro: "Vi a mi amigo, Franz Tunda, 32 años, sano y despierto, un hombre joven y fuerte, con todo tipo de talentos; estaba en la plaza frente a la Madeleine, en el centro de la capital del mundo, y no sabía qué hacer. No tenía profesión, ni amor, ni alegría, ni ambición ni egoísmo siquiera. Nadie en el mundo era tan superfluo como él".

Hacia el alcoholismo

No era este el caso de Roth, prestigioso corresponsal de la prensa alemana, aunque su estado de ánimo se fue pareciendo al de Tunda. Se había quedado solo, pues su esposa, Friederike Reichler, tuvo que ser internada en un sanatorio mental, y él fue deslizándose progresivamente hacia el alcoholismo. En su espíritu hizo mella la situación política y social de Europa, de la que procuró refugiarse en París. Roth amaba esa ciudad, pero no encontró en ella un hogar. Tan solo el Café Tournon y dos hoteles en el Barrio Latino, el Foyot y la Poste, donde se sentaba a escribir, con el deseo de dejar de lado no solo sus problemas personales y económicos sino también su profundo pesar por la llegada del nazismo, "la filial del infierno en la tierra", tal y como dijo en uno de sus artículos.

Cabe preguntarse si Roth era un judío cristiano o un cristiano judío, aunque no se hubiera bautizado. Se autocalificó de "católico con cerebro judío" y subrayó el origen hebreo de Cristo, que el Tercer Reich rechazaba; por eso escribió en un texto inédito: "No odian a los judíos sino a Jesucristo, el vástago de la tribu de David. Ellos mismos creen que odian la estrella de Sión, pero en realidad, odian la cruz". Con todo, en medio de sus sufrimientos, Joseph Roth encontró un rostro amable, el de Santa Teresita de Lisieux, a la que dio protagonismo en su última novela, La leyenda del santo bebedor, y la vincula a Andreas Kartak, un emigrante alcoholizado que vive bajo los puentes de París. La santa, venerada en la iglesia de Sainte Marie des Batignolles, es una referencia, una llamada a la conversión, que un desconocido benefactor pone al alcance de Andreas. Los esfuerzos, casi siempre fracasados, del hombre por acudir a aquella iglesia, son una parábola del eterno combate del ser humano contra las tentaciones y el vacío existencial. La obra es una crónica de las caídas del protagonista, y, a la vez, la manifestación de una gracia siempre dispuesta a tender la mano.

Publicado en Alfa y Omega.

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