La dimensión cristológica del celibato sacerdotal
Mucho ruido y otras tantas nueces produjo la aparición de Des profondeurs de nos coeurs, cuya autoría, finalmente, es del cardenal Robert Sarah, cuenta con una contribución notable de Benedicto XVI/Joseph Ratzinger y fue editado por Fayard recientemente. Como es sabido, ambos se ocupan del celibato sacerdotal a partir de una profunda consideración teológica.
El libro de Benedicto XVI y el cardenal Robert Sarah (que figuran como coautores en la primera edición, y el Papa emérito solo como colaborador en ediciones posteriores) ya está disponible en edición francesa (Fayard) e inglesa (Ignatius Press).
Llama la atención, por esto mismo, cómo algunas voces afirman que, no obstante estar fuera de discusión que “el celibato es mucho más que una norma disciplinar”, sin embargo “hablar de una «vinculación ontológica» entre sacerdocio ministerial y celibato, como parece que hace el cardenal Sarah (dignísima persona, por cierto), no es sólo una exageración. Es un error que refleja una comprensión teológica débil”.
Digo que llama la atención porque esa “vinculación ontológica” entre el Orden Sagrado y el celibato de la que, efectivamente, habla el cardenal Robert Sarah y, debemos agregar, también Benedicto XVI/Joseph Ratzinger, se fundamenta en la misma Revelación divina.
“El sacerdocio cristiano –enseña San Pablo VI en la encíclica Sacerdotalis caelibatus [SC]–, que es nuevo, solamente puede ser comprendido a la luz de la novedad de Cristo, pontífice sumo y eterno sacerdote, que ha instituido el sacerdocio ministerial, como real participación de su único sacerdocio [Concilio Vaticano II, constitución dogmática Lumen gentium, n. 28; decreto. Presbyterorum ordinis, n. 2.]. El ministro de Cristo y administrador de los misterios de Dios (1 vCor 4, 1) tiene por consiguiente en Él también el modelo directo y el supremo ideal (cf. 1 Cor 11, 1). El Señor Jesús, unigénito de Dios, enviado por el Padre al mundo, se hizo hombre para que la humanidad, sometida al pecado y a la muerte, fuese regenerada y, mediante un nuevo nacimiento (Jn 3, 5; Tit 3, 5), entrase en el reino de los cielos. Consagrado totalmente a la voluntad del Padre (Jn 4, 34; 17, 4), Jesús realizó mediante su misterio pascual esta nueva creación (2 Cor 5, 17; Gál 6, 15), introduciendo en el tiempo y en el mundo una forma nueva, sublime y divina de vida, que transforma la misma condición terrena de la humanidad (cf. Gál 3, 28)” (SC, 19).
El mismo San Pablo VI agrega: “Cristo, Hijo único del Padre, en virtud de su misma encarnación, ha sido constituido mediador entre el cielo y la tierra, entre el Padre y el género humano. En plena armonía con esta misión, Cristo permaneció toda la vida en el estado de virginidad, que significa su dedicación total al servicio de Dios y de los hombres. Esta profunda conexión entre la virginidad y el sacerdocio en Cristo se refleja en los que tienen la suerte de participar de la dignidad y de la misión del mediador y sacerdote eterno, y esta participación será tanto más perfecta cuanto el sagrado ministro esté más libre de vínculos de carne y de sangre [decreto Presbyterorum ordinis, n. 16]” (SC, 21).
De esta manera, es “el misterio de la novedad de Cristo, de todo lo que Él es y significa; es la suma de los más altos ideales del evangelio, y del reino; es una especial manifestación de la gracia que brota del misterio pascual del redentor, lo que hace deseable y digna la elección de la virginidad [ndr: entiéndase, en este caso, el celibato], por parte de los llamados por el Señor Jesús, con la intención no solamente de participar de su oficio sacerdotal, sino también de compartir con Él su mismo estado de vida” (SC, 23).
“Esta perspectiva bíblica y teológica –señala San Pablo VI–, que asocia nuestro sacerdocio ministerial al de Cristo, y que de la total y exclusiva entrega de Cristo a su misión salvífica saca el ejemplo y la razón de nuestra asimilación a la forma de caridad y de sacrificio, propia de Cristo redentor, nos parece tan fecunda y tan llena de verdades especulativas y prácticas, que os invitamos a vosotros, venerables hermanos, invitamos a los estudiosos de la doctrina cristiana y a los maestros de espíritu y a todos los sacerdotes capaces de las intuiciones sobrenaturales sobre su vocación, a perseverar en el estudio de estas perspectivas y penetrar en sus íntimas y fecundas realidades, de suerte que el vínculo entre el sacerdocio y el celibato aparezca cada vez mejor en su lógica luminosa y heroica, de amor único e ilimitado hacia Cristo Señor y hacia su Iglesia” (SC, 25).
A partir de lo dicho arriba, entonces, el reproche de “exageración” por afirmar el vínculo entre el celibato y el Orden Sagrado debería afirmarse del mismo Magisterio de la Iglesia. Es evidente que el mencionado reproche no resulta razonable.
Como explica Benedicto XVI/Joseph Ratzinger, “en la base de la grave situación en que se encuentra el sacerdocio hoy en día, existe un defecto metodológico en la recepción de la Sagrada Escritura como la Palabra de Dios. El abandono de la interpretación cristológica del Antiguo Testamento condujo a numerosos exégetas contemporáneos a una deficiente teología de culto. No entendieron que Jesús, lejos de abolir el debido culto y adoración a Dios, los asumió y llevó al cumplimiento en el acto de amor de su sacrificio”. Jesús no vino a abolir, sino a cumplir (cf. Mt. 5, 17): el nuevo culto en espíritu y verdad (cf. Jn. 4, 23) no implica, por lo tanto, la abolición del sacrificio y el rito, ni del Templo, sino su plena realización en la persona de Jesucristo, en su oración, en su ofrenda.
El sacerdocio, los sacramentos, la celebración de la Eucaristía no son un regreso indebido a la mentalidad veterotestamentaria, sino solo la nueva forma que perpetúa el sacerdocio único y el único sacrificio, el del Señor. El sentido del celibato radica en la unión con este sacrificio del Señor Jesús, de toda su Persona, que va más allá de la alianza del Sinaí, “en el centro del cual se coloca al mismo tiempo como sacrificador y como víctima»”. Como comenta Luisella Scrosati, “Benedicto XVI quiere mostrar que el celibato constituye esa transformación interna que completa las prescripciones de la Alianza del Sinaí con respecto al sacerdocio”.
En el mismo sentido, Benedicto XVI/Joseph Ratzinger “señala que los sacerdotes de la Antigua Alianza estaban sujetos a la abstinencia sexual cuando tenían que «practicar el culto y, por lo tanto, estaban en contacto con el misterio divino. La relación entre la abstinencia sexual y el culto divino fue absolutamente clara en la conciencia común de Israel». Ahora, la compatibilidad entre el sacerdocio y el matrimonio era posible porque el sacerdocio se ejercía solo en ciertos períodos específicos. Pero los sacerdotes de la Nueva Alianza están continuamente en contacto con el misterio divino: «Esto requiere exclusividad de su parte con respecto a Dios. En consecuencia, excluye otros lazos que, como el matrimonio, abrazan toda la vida»”.
Para otra ocasión queda responder a la siguiente afirmación: “Lo mismo se diga de la afirmación de que la celebración cotidiana exigiría la continencia de los sacerdotes. De ser esto cierto, ¿en qué situación quedan los esposos cristianos ante la comunión eucarística? También entre el Sacramento del matrimonio, la intimidad sexual de los esposos y el don esponsal de la Eucaristía hay vínculos muy hondos”. Como anticipo, podríamos decir que dicha afirmación da cuenta de no entender en qué consisten el Orden Sagrado y el Matrimonio como sacramentos.
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