Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Democracia sin valores


Se pretenden suprimir los crucifijos, y, reconozco que con bastante más lógica, también los belenes, pues en ellos está la figura de Herodes, resultando tremendo que sea precisamente en estos días de Navidad cuando se ha votado y aprobado la ley del aborto.

por Pedro Trevijano

Opinión

Cuando llegaron los nazis al poder en Alemania, y ante sus leyes, unos cuantos jueces católicos preguntaron a la Santa Sede si podían aplicar esa legislación injusta. La respuesta fue afirmativa, con el argumento de que siempre era mejor que aplicasen esas leyes personas que intentasen reducir sus daños, que no nazis convencidos que iban a ser mucho más duros. Pero también se les dijo a estos jueces que había un punto en el que no podían transigir, aunque les costase el martirio: condenar a muerte un inocente.
 
Ese paso en España se acaba de dar, aunque no por primera vez, porque la actual ley, con sus ciento veinte mil abortos al año, es ya radicalmente injusta y hemos de procurar, los que creemos en la dignidad humana y en el valor de la vida, su abolición. Pero la que nos viene es aún peor, con su concepción que el aborto es un derecho que se puede practicar libremente hasta las catorce semanas y de hecho después también, pues hasta las veintidós semanas se podrá hacer por los motivos que están actualmente despenalizados y, posteriormente, se ha procurado dejar el portillo abierto para que con el pretexto de malformación del feto, que para atestiguarlo basta un solo médico que puede serlo el de un centro abortivo, se pueda abortar libremente hasta el nacimiento. Además la mujer embarazada sigue sin contar con ayudas del Estado. De hecho la ley se ha cambiado para que los centros abortistas puedan actuar impunemente.
 
Sobre esta nueva Ley la Organización Médica Colegial (OMC) se ha pronunciado declarando que con la nueva ley, tanto el feto como los médicos y personal sanitario, a quienes se restringe notablemente el derecho a la objeción de conciencia, ven reducidos notablemente sus derechos, desautorizando así a aquéllos que alegan que votan a favor de la nueva ley, porque es más restrictiva que la anterior. El médico es un servidor de la vida humana y en su Código deontológico se le reconoce el derecho a negarse por razones de conciencia a aconsejar alguno de los métodos de regulación y de asistencia a la reproducción, a practicar la esterilización o a interrumpir un embarazo, así como debe considerar que el personal que con él colabora tiene sus propios derechos y deberes (art. 26,1).
 
Sobre este tema del aborto, Dios ya se ha pronunciado. Leemos en el evangelio de San Mateo: «Y dirá a los de su izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado para el diablo y para sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me alojasteis; estuve desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo. Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o enfermo, o en prisión, y no te socorrimos? Él les contestará diciendo: En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso (matarlos es todavía peor, añado) con uno de estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio eterno» (Mt 25, 41-46). Y la Iglesia también: «El aborto y el infanticidio son crímenes abominables» (Gaudium et Spes nº 51). La Iglesia defiende la civilización de la vida, es decir la defensa de la vida humana desde «la concepción hasta su fin natural»,  frente a la cultura de la muerte con su defensa del aborto y la eutanasia. Ante este crimen abominable que es el aborto, no podemos permanecer pasivos ni callados, a fin que Dios no nos demande un día el por qué permanecimos impasibles ante esta atrocidad.
 
Es indudable que hay en todo el mundo una ofensiva contra los valores cristianos. Se pretenden suprimir los crucifijos, y, reconozco que con bastante más lógica, también los belenes, pues en ellos está la figura de Herodes, resultando tremendo que sea precisamente en estos días de Navidad cuando se ha votado y aprobado la ley del aborto. Pero es que el olvido o la negación de Dios trae estas consecuencias gravísimas para la defensa de los derechos humanos e incluso para la democracia, pues lo propio de la democracia es la defensa y protección de los derechos humanos: la alianza entre democracia y relativismo ético quita a la convivencia civil cualquier punto seguro de referencia moral, despojándola radicalmente del reconocimiento de la verdad. En efecto «si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia» (Juan Pablo II, Encíclicas Centesimus annus nº 46 y Veritatis splendor nº 101), que es lo que está sucediendo en España, donde se ha empezado ya a no respetar la objeción de conciencia, a la vez que los derechos de la familia y de los padres están siendo sistemáticamente vulnerados.
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