Cuando no se tienen principios
por Pedro Trevijano
Escribo estas líneas el once de septiembre, un día en que mi recuerdo va para las víctimas del terrorismo en Estados Unidos, pero también en España, especialmente porque a nuestro Gobierno le interesa mucho más estar a buenas con los cuatro diputados de Bildu, el partido amigo de los terroristas, a quienes nunca ha condenado y a los que sí ha hecho objeto de múltiples homenajes.
Y esto sucede porque a nuestros gobernantes esos cuatro votos le son más importantes que la decencia y la amistad con las víctimas de los terroristas, por lo que la Asociación de Víctimas del Terrorismo, en su Manifiesto de este año, tuvo que decir: “En definitiva, vivimos tiempos en los que se aboga por el blanqueamiento de los terroristas y por pasar página obviando todo el dolor y sufrimiento que hay detrás. Y todo ello ante la pasividad del Gobierno, cuando no con su propia complicidad”.
El gran problema de buena parte de nuestra clase política, y aquí he de referirme no sólo a nuestros gobernantes, sino también a otros partidos, es la total ausencia de valores morales. No es que no sólo no se crea en Dios, pero es que ni siquiera se admite la Ley Natural, a la que Rodríguez Zapatero calificó de reliquia ideológica y vestigio del pasado. Con ello nos encontramos que en asuntos tan graves como la ideología de género, el aborto o la eutanasia quien decide lo que es legal y de paso lo que es moral, es decir lo que está bien y lo que está mal, es la autoridad política del momento, que además puede resolver lo contrario que su antecesor o lo que ella misma dijo anteriormente. En pocas palabras, ni el Decálogo ni la Declaración de Derechos Humanos de la ONU valen para nada.
Y así sobre la vida humana, ¿qué se nos dice? Los últimos Papas hablan de la civilización de la vida frente a la cultura de la muerte, o del descarte. El crimen abominable del aborto pasa a ser un derecho, lo mismo que la eutanasia, y hasta los terroristas son personas de paz, y para colmo está en el gobierno un partido que cuenta cien millones de personas víctimas de sus matanzas. Eso sí, no se te ocurra destruir un huevo de cigüeña.
Pero, afortunadamente, la falta de escrúpulos de nuestros gobernantes puede llevar a éstos a precipitarse y a tirarse del trampolín sin preocuparse, con las prisas, de ver si en la piscina había o no agua.
Creo que toda España nos estamos riendo con el que se llama ya el bulo del culo, en que un homosexual denunció que le habían agredido sexualmente. En vez de esperar primero a ver si la denuncia era verdad y segundo quién había sido, culparon del hecho a sus adversarios políticos. Pero ha resultado que la Policía ha descubierto que fue una agresión falsa por consentida, como ha reconocido el propio interesado, con lo que el ridículo del Gobierno ha sido clamoroso. De paso han salido a relucir otras acusaciones calumniosas, como las balas de la campaña electoral madrileña.
Y es que el presunto Dr. Sánchez y la Verdad nunca se han entendido demasiado bien. El relativismo pretende que no hay verdad ni mentira, ni una Verdad objetiva que el hombre debe buscar, con la consecuencia de que el Bien y el Mal pueden ser intercambiables y que todo cabe bajo el paraguas de la post-verdad, es decir lo que hasta hace poco se llamaba mentira.
Personalmente estoy encantado de haber nacido en una familia estable, monógama y en la que los padres se querían, es decir lo que siempre hemos llamado una familia natural que además era también cristiana. Es cierto que actualmente, con el triunfo de la ideología de género, la supresión de la familia es el objetivo fundamental a conseguir. Uno puede acostarse con quien quiera menos con su esposa, y es que en el matrimonio el marido es el capitalista opresor y la mujer la proletaria esclavizada, por lo que hay que liberar a la mujer de las ataduras del matrimonio y de la familia. Puestos a decir idioteces, es difícil decirlas mayores. Como dijo Goebbels, el ministro de Propaganda nazi, una mentira cien veces repetida acaba siendo verdad para los fanáticos y sectarios que quieran dejarse engañar. ¡Que yo pueda decidir el ser varón o mujer y cambiar de uno a otro sexo libremente! A contar sandeces a otra parte...
En resumen, hay que tomarse en serio las palabras Verdad y Bien, como opuestas a Mentira y Mal, y también que existen principios morales que debemos respetar, porque si no hacemos así, acabaremos siendo malos y tontos.
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