Martes, 03 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

He aquí a Dios; he aquí al hombre


La Iglesia desarrolla su vocación en torno a tres pilares que se inspiran en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad): predicación de la Palabra de Dios, celebración de los sacramentos, y puesta en práctica del mandamiento del amor al prójimo.

por Monseñor José Ignacio Munilla

Opinión

Lo que el ser humano puede decir de Dios es poca cosa. La distancia entre nosotros y Él es infinita, de modo que nuestras palabras no pasan de ser un mero balbuceo, una pequeña aproximación. En realidad, si nos atrevemos a hablar de Dios, y confiamos en hacerlo con propiedad, es porque Él nos ha hablado primero.

En el ámbito de nuestra fe cristiana utilizamos el término “revelación” para referirnos a la decisión de Dios que, impulsado por su amor, ha optado por darse a conocer al hombre de un modo cercano. Jesucristo se muestra como el revelador del Padre; como la culminación del proceso de Revelación iniciado en Abraham. El evangelio de San Juan recoge de labios de Jesucristo las siguiente palabras: “A vosotros no os llamo ya siervos; porque un siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer a vosotros” (Jn 15, 15). 

En efecto, pienso que, en nuestro actual entorno cultural, la frontera entre la creencia y la increencia no se encuentra tanto en la afirmación o negación de la existencia de Dios (como fue el caso de la batalla cultural de la segunda mitad del siglo XX), cuanto en el reconocimiento o en el rechazo de la Revelación de Dios en Jesucristo. El elemento definitivo que determina nuestra opción religiosa es el hecho de si Dios ha hablado; si se nos ha mostrado; si se ha dado a conocer… En el misterio de Belén, la fe cristiana descubre que el amor de Dios es comunicativo, hasta el punto que se revela como “palabra”: “La Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros” (Jn 1, 13).

Pues bien, ¿cuál es el contenido de esa Revelación? Parecería lógico suponer que la Revelación nos descubre cómo es Dios, y cuáles son sus designios… Pero, aun siendo esto así, indudablemente, existe un aspecto que caracteriza de forma especial la Revelación cristiana, y que fue muy subrayado por San Juan Pablo II: “Cristo revela el hombre al mismo hombre” (Redemptor Hominis nº 10). Es decir, el hombre resulta ser, para sí mismo, un ser incomprensible, necesitado de encontrar un “sentido” desde el que pueda hallar fuerzas para afrontar diariamente la batalla de la vida, en pro de un mundo más justo y solidario. Y es que, la mayor pobreza de nuestros días es la falta de sentido, ya que no se puede entregar la vida cuando se desconoce su razón de ser. Solo cuando sabemos quiénes somos, solamente cuando conocemos que venimos del Amor y que al Amor volvemos, es cuando podemos alcanzar nuestra realización personal, dando lo mejor de nosotros mismos con desinterés y alegría. En definitiva, el cristianismo no solo nos revela la vocación trascendente del hombre, sino que, al mismo tiempo, “humaniza” la vida presente. ¡Cuanto más divinos, más humanos; y cuanto más humanos, más divinos! Al contemplar el portal de Belén, bien podemos exclamar: “He aquí a Dios; he aquí al hombre”.

En estas Navidades celebramos el 50º aniversario de la constitución de Cáritas en nuestra Diócesis de San Sebastián. La Iglesia desarrolla su vocación en torno a tres pilares que se inspiran en las virtudes teologales (fe, esperanza y caridad): predicación de la Palabra de Dios, celebración de los sacramentos, y puesta en práctica del mandamiento del amor al prójimo, en la realidad social en la que estamos insertos. Con nuestras luces y nuestras sombras, pienso que en esta historia reciente de nuestra Iglesia, hay suficiente claridad como para que quienes buscan a Dios puedan encontrarlo; de la misma forma que existen suficientes miserias como para que quienes optan por la desafección, se sientan justificados. ¡Ojalá busquemos la luz, porque, a buen seguro, será lo que encontremos!

Por lo que respecta a nuestra sociedad guipuzcoana, pienso que en estos 50 años de historia, a pesar de no pocas contradicciones, han acontecido notables avances en lo que se refiere a su conciencia humanitaria, relativizando el influjo de las ideologías políticas, que tanto nos enfrentaron anteriormente. Anoto un detalle que me parece muy significativo: ¿nos hemos percatado de cómo los periódicos van dedicando cada vez más espacio en sus páginas (portada incluida) a las causas sociales en favor de los más débiles? Las interminables discusiones y enfrentamientos políticos que llenaban las páginas de los diarios en décadas anteriores han cedido una buena parte de su espacio a la causa del hombre… ¡Bonita diferencia, si comparamos cómo se envenenaron antaño las relaciones sociales desde posicionamientos políticos obsesivos y viscerales, con la sensibilización actual por las causas humanitarias en las que pueden confluir distintas sensibilidades políticas!

En lo que a nosotros respecta y como Iglesia diocesana, este 50º aniversario nos brinda la oportunidad de dar gracias a nuestro Señor Jesús por habernos revelado la vocación al amor a Dios y al prójimo, llamándonos a colaborar en la tarea de acercar el mundo a Dios, y a Dios al mundo. En segundo lugar, pedimos perdón a ese Dios hecho niño y a todos aquellos ante los que no hayamos dado el testimonio y la respuesta que cabría esperar de los creyentes en Jesús. Pero, por encima de todo, queremos renovar ante quien hoy nace en Belén, nuestra firme determinación de seguirle y servirle en fidelidad y humildad, haciendo de su Evangelio nuestra identidad y nuestra hoja de ruta.

Lo más grande que le ha acontecido a la humanidad en toda su historia ha sido la llegada de Dios en Jesucristo. ¡Felicidades por ello a todos! Eguberri on eta Urteberri on denontzat!
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