Viaje a Medjugorje
Hablando con sacerdotes de otros países, todos me decían lo mismo: si te sientas a confesar en tu parroquia, puede que los primeros días no tengas gente, pero pronto los fieles lo saben y empiezan a frecuentarte.
por Pedro Trevijano
Por tercer año consecutivo he estado en Medjugorje poco más de dos semanas. El objetivo de mi viaje es muy simple: sentarme a confesar, con lo cual vivo y ejercito mi sacerdocio de modo muy especial esos días
Creo que el sacramento de la Penitencia es una de las grandes realidades de la Iglesia católica. No sólo porque allí se realiza concretamente la promesa que hizo Jesucristo a sus apóstoles en su primera aparición después de la resurrección: “Y dicho esto, sopló sobre ellos el Espíritu Santo y les dijo; ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados’” (Jn 20,22-23). Esta frase de Jesús me recuerda que la dimensión espiritual es una de las más importantes, si no la más importante, del ser humano. Personalmente me impactó mucho, cuando ante la inminencia de la muerte de un conocido terrorista, sus presuntos amigos le buscaron la ayuda de un psicólogo y a ninguno se le ocurrió que lo que esa persona lo que realmente necesitaba era la ayuda de un sacerdote para ponerse en paz con Dios por el sincero arrepentimiento de sus gravísimos pecados. No quiero criticar con ello a psicólogos y psiquiatras, y de hecho he aconsejado a penitentes que fueran a ellos, pero cuando el problema es de tipo religioso, la persona más indicada es el sacerdote en el sacramento de la confesión. Lo que para mí también es evidente, es que si debemos aconsejar, y ésta es una de las principales funciones del sacerdote, no debemos descuidar el estudio, como una de nuestras principales obligaciones.
Suele decirse de Medjugorje que es el confesionario del mundo. No sé si esa frase será verdad, pero que es uno de los sitios donde más gente se confiesa, eso es indiscutible. Una de las cosas que me agradan de allí, es que inmediatamente de sentarme en el confesionario, ayudado por el hecho que hablo varios idiomas, se me formaba una cola que tenía para varias horas y lo mismo les sucedía a los sacerdotes italianos, que eran indiscutiblemente el grupo más numeroso. Hablando con sacerdotes de otros países, todos me decían lo mismo: si te sientas a confesar en tu parroquia, puede que los primeros días no tengas gente, pero pronto los fieles lo saben y empiezan a frecuentarte, por lo que tengo claro que la culpa de la crisis de la confesión, no la tienen los fieles sino los sacerdotes que no nos sentamos a oír confesiones.
Entre los penitentes, al haber tan gran número es evidente que te encuentras de todo. Al ser Medjugorje un lugar de peregrinación, es relativamente fácil encontrarte con personas cuya última confesión fue hace varias decenas de años. Pero la media de vida cristiana es bastante alta y ello se nota en las bastantes parejas de novios que intentan vivir un noviazgo cristiano en castidad, a fin de formar una verdadera familia cristiana, o los casos, relativamente numerosos, de jóvenes que estaban allí, buscando su discernimiento vocacional, es decir pedir luz a la Virgen sobre cuál era su puesto en la vida: una vocación religiosa o una vocación matrimonial. Pero seguramente la petición más sentida y mayoritaria era la búsqueda de la paz. En mis penitencias me gusta decir a los que se confiesan que pidan un aumento de fe. Como hacen los Apóstoles en Lc 17,5, así como el don de la oración, sin la cual no hay vida cristina, y el de la alegría, siguiendo la recomendación de San Pablo en 1 Tes 5,16: “Estad siempre alegres”. Tras este viaje he añadido la petición de la paz, especialmente la paz interior de la conciencia.
Como sacerdote, deseo agradecer a mis penitentes el bien inmenso que me hacen, porque desde hace bastante tengo muy claro que los favores no son nunca en una única dirección y el confesionario es uno de los sitios donde mejor se aprecia la grandeza del sacerdocio, como expresa muy bien el Apóstol Santiago, que termina así su Carta: “Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados” (5,19-20).
Creo que el sacramento de la Penitencia es una de las grandes realidades de la Iglesia católica. No sólo porque allí se realiza concretamente la promesa que hizo Jesucristo a sus apóstoles en su primera aparición después de la resurrección: “Y dicho esto, sopló sobre ellos el Espíritu Santo y les dijo; ‘Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados’” (Jn 20,22-23). Esta frase de Jesús me recuerda que la dimensión espiritual es una de las más importantes, si no la más importante, del ser humano. Personalmente me impactó mucho, cuando ante la inminencia de la muerte de un conocido terrorista, sus presuntos amigos le buscaron la ayuda de un psicólogo y a ninguno se le ocurrió que lo que esa persona lo que realmente necesitaba era la ayuda de un sacerdote para ponerse en paz con Dios por el sincero arrepentimiento de sus gravísimos pecados. No quiero criticar con ello a psicólogos y psiquiatras, y de hecho he aconsejado a penitentes que fueran a ellos, pero cuando el problema es de tipo religioso, la persona más indicada es el sacerdote en el sacramento de la confesión. Lo que para mí también es evidente, es que si debemos aconsejar, y ésta es una de las principales funciones del sacerdote, no debemos descuidar el estudio, como una de nuestras principales obligaciones.
Suele decirse de Medjugorje que es el confesionario del mundo. No sé si esa frase será verdad, pero que es uno de los sitios donde más gente se confiesa, eso es indiscutible. Una de las cosas que me agradan de allí, es que inmediatamente de sentarme en el confesionario, ayudado por el hecho que hablo varios idiomas, se me formaba una cola que tenía para varias horas y lo mismo les sucedía a los sacerdotes italianos, que eran indiscutiblemente el grupo más numeroso. Hablando con sacerdotes de otros países, todos me decían lo mismo: si te sientas a confesar en tu parroquia, puede que los primeros días no tengas gente, pero pronto los fieles lo saben y empiezan a frecuentarte, por lo que tengo claro que la culpa de la crisis de la confesión, no la tienen los fieles sino los sacerdotes que no nos sentamos a oír confesiones.
Entre los penitentes, al haber tan gran número es evidente que te encuentras de todo. Al ser Medjugorje un lugar de peregrinación, es relativamente fácil encontrarte con personas cuya última confesión fue hace varias decenas de años. Pero la media de vida cristiana es bastante alta y ello se nota en las bastantes parejas de novios que intentan vivir un noviazgo cristiano en castidad, a fin de formar una verdadera familia cristiana, o los casos, relativamente numerosos, de jóvenes que estaban allí, buscando su discernimiento vocacional, es decir pedir luz a la Virgen sobre cuál era su puesto en la vida: una vocación religiosa o una vocación matrimonial. Pero seguramente la petición más sentida y mayoritaria era la búsqueda de la paz. En mis penitencias me gusta decir a los que se confiesan que pidan un aumento de fe. Como hacen los Apóstoles en Lc 17,5, así como el don de la oración, sin la cual no hay vida cristina, y el de la alegría, siguiendo la recomendación de San Pablo en 1 Tes 5,16: “Estad siempre alegres”. Tras este viaje he añadido la petición de la paz, especialmente la paz interior de la conciencia.
Como sacerdote, deseo agradecer a mis penitentes el bien inmenso que me hacen, porque desde hace bastante tengo muy claro que los favores no son nunca en una única dirección y el confesionario es uno de los sitios donde mejor se aprecia la grandeza del sacerdocio, como expresa muy bien el Apóstol Santiago, que termina así su Carta: “Hermanos míos, si alguno de vosotros se desvía de la verdad y otro le convierte, sepa que quien convierte a un pecador de su extravío se salvará de la muerte y sepultará un sinfín de pecados” (5,19-20).
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