Lunes, 23 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Ante el coronavirus: el testimonio cristiano (y II)


por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

Durante la segunda gran epidemia, alrededor del 260 d.C., Dionisio compuso una amplia alabanza de los cristianos por sus desvelos de los enfermos, hasta el extremo de que eran capaces de morir por contagio: “La mayoría de nuestros hermanos cristianos mostró un amor y lealtad ilimitados, sin mostrar jamás mezquindad, sólo pensando en el prójimo. Despreocupados ante los peligros, se hicieron cargo de los enfermos, atendiendo a todas sus necesidades y sirviéndolos en Cristo, y con ellos partieron de esta vida serenamente felices. Al ser infectados por otros con la enfermedad, atrajeron hacia sí mismos los males de sus vecinos y aceptaron jubilosamente sus dolores. Muchos, mientras cuidaban y atendían a otros, atrajeron las muertes de otros hacia sí mismos y murieron en su lugar… la muerte en esta forma, como resultado de una gran misericordia y una fe poderosa, parece en todos sus aspectos algo equivalente al martirio” (Rodney Stark, La expansión del Cristianismo, págs. 81-82).

El mismo Dionisio presentaba la actitud pagana: “Los paganos se comportaron de manera opuesta. En el comienzo de la enfermedad alejaron a los que sufrían y huyeron de su lado, arrojándolos a los caminos antes de que muriesen, tratando a los cadáveres como basura, esperando de este modo evitar la expansión y el contagio de la fatal enfermedad; pero no importaba lo que hicieran: no pudieron escapar” (Rodney Stark, pág. 82).

Puede pensarse que esta actitud fuera exagerada en el doble sentido de presentar una imagen muy positiva de sí misma, y todo lo contrario en el caso de los paganos. Pero no es así, porque otras fuentes señalan una realidad parecida. El caso emblemático, citado antes, del famoso médico Galeno nos lo muestra. Él vivió la primera epidemia, pero a pesar de su fama, se limitó a abandonar Roma huyendo de la enfermedad, para dirigirse a un lugar retirado de Asia Menor. Cuando la epidemia pasó, volvió a la ciudad, pero esta huida no fue motivo de pérdida de respeto o credibilidad por parte de sus conciudadanos, porque todos tenían asumido que marchando para evitar el peligro de morir, había hecho lo correcto.

La forma de proceder cristiana es la que movió a los paganos a la imitación en un último intento de recuperar el terreno perdido. Esa fue la idea crucial del emperador Juliano, quien en una carta al Sumo Sacerdote de Galacia, en el 362, expresaba la necesidad de que los paganos igualasen las virtudes de los cristianos, porque esa era la razón de su éxito: su “carácter moral, aunque fuera fingido”, y “su benevolencia para con los extraños y su cuidado por las tumbas de los muertos”.

En una carta a otro sacerdote, Juliano escribió: “Me parece que cuando ocurría que los pobres eran abandonados e ignorados por los sacerdotes, los impíos galileos se daban cuenta de ello y dedicaban sus vidas a la benevolencia... Los impíos galileos no apoyaban sólo a sus pobres, sino también a los nuestros, y todos podían caer en la cuenta de que éstos carecían de nuestra ayuda”.

Pero la imitación no prosperó porque el marco referencial religioso del paganismo y de las escuelas filosóficas no tenía espacio suficiente para generar la caritas cristiana. Carecían de la causa, el amor recibido de Dios que en alguna medida ha de ser devuelto, y generaba la fuerza del mandato, de la consecuencia, el ser solidarios a muerte.

Las dos grandes epidemias debilitaron el crecimiento de la población, pero otro factor también contribuyó con posterioridad al declive demográfico: la progresiva reducción de los nacimientos en la gens romana poseedora de propiedades, que dejaron de ver un valor en la descendencia para pasar a considerarlo como un factor negativo al dividir el patrimonio.

Y aún otro elemento se unió para reducir todavía más la natalidad. Los esclavos, que llegaron a representar una parte importante de la población, tenían un escaso interés en procrear. El crecimiento de la esclavitud determinaba, a largo plazo, una reducción del número de habitantes. Mientras el número de esclavos pudo crecer por la expansión del Imperio, este dato no era relevante, pero sí lo fue cuando aquella población se estabilizó. Esta dinámica propició la sucesiva incorporación de poblaciones germánicas dentro de las fronteras romanas, que pacíficamente ocuparon territorios deshabitados e improductivos, que también pasaron a nutrir una parte cada vez mayor del propio ejército. Fue el principio del fin.

Todo esto tenía como consecuencia una pérdida de consistencia del Estado, y al mismo tiempo surgía un nuevo sentimiento de unidad en torno a la Iglesia. Como nos recuerda Markschies al citar al apologista Justino, ya existe conciencia de esta unidad en el siglo II, cuando escribe: “No somos un pequeño Estado menospreciable, no somos ninguna tribu bárbara, ni un pequeño pueblo como los carios o los frigios, sino que Dios nos ha elegido…. Pero nosotros, quienes se ha llamado pueblo de Dios, también somos al mismo tiempo las demás naciones”.

La Iglesia construyó una organización dentro del propio Estado romano que se mostró, en la práctica, mucho más flexible y con una mayor capacidad integradora. No sólo atrajo primero a los marginados, a las mujeres, a los soldados y filósofos y después a las clases dominantes, sacándolas de la política para que ocuparan responsabilidades episcopales, o en los monasterios, sino que cristianizó con éxito a los “bárbaros” germánicos y a los pueblos eslavos.

Los teólogos cristianos tenían el concepto integrador, de manera que Orosio, discípulo de San Agustín, matizó el desastre que para la conciencia romana significó la invasión de los bárbaros, al afirmar que las iglesias de Cristo podían llenarse con hunos, suevos y vándalos, y otros innumerables grupos de nuevos creyentes. La Iglesia ya configurada presentaba en lo fundamental una concepción religiosa compacta, una ética clara y sencilla y, a la vez, una gran flexibilidad cultural y organizativa porque no dependía de ninguna estructura estatal, sino que su autoridad surgía de una naturaleza carismática, algo de lo que el paganismo careció.

Publicado en Forum Libertas.

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