La Palabra de Dios, su rechazo y el sentido común
Lo que hoy me pregunto es si ese rechazo a lo que dice la Iglesia católica no supone un rechazo a Jesucristo y, como les sucedió a escribas y fariseos, de paso, al sentido común.
por Pedro Trevijano
En el evangelio de Lucas me he encontrado unas frases que me han llamado la atención: “(Marta) tenía una hermana llamada María, que, sentada junto a los pies de Jesús, escuchaba su palabra” (10,39), y la frase de Jesús a la mujer que llama bendita a su Madre: “Mejor, los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen”, (11,28) que si no deja de ser un elogio a la Virgen, la primera oyente y realizadora de la Palabra de Dios, es también un elogio para todos aquellos que se toman en serio las enseñanzas de Jesús y tratan de ponerlas en práctica.
¿Pero, qué es lo que nos enseñó Jesús? Por supuesto el mandamiento del amor, que la vida tiene sentido, que Él ha venido a salvarnos y a abrirnos las puertas del cielo, las Bienaventuranzas, las Obras de Misericordia y el sentido común, del que voy a hacer especial referencia, ya que muchas de las polémicas de Jesús con los escribas y fariseos tuvieron por motivo la defensa que Jesús hace del sentido común, como cuando curaba en sábado o su discurso invectiva contra ellos (Mt 23,13-34). Y, por supuesto, que si queremos hacer caso a Jesús, hemos de hacer caso a la Iglesia, que aunque sea por supuesto pecadora, también es santa y muchos de sus hijos están llenando de sentido su vida con su servicio a los demás. Precisamente estos días, en la cercanía del Domund, un misionero escribía: “Todos admiran nuestras obras, pero muy pocos nos preguntan por Quién lo hacemos”.
Más aún, hay en buena parte de la sociedad, como estamos viendo en los partidos políticos, una auténtica alergia al cristianismo, y más especialmente, a la Iglesia católica. Recuerdo que hace bastantes años -eran tiempos de Franco- un joven me dijo: “Soy demócrata, admito las opiniones de todos, menos las de los curas”. Por supuesto no le dije que era sacerdote, pero sí que un verdadero demócrata consideraba mucho más lo que se decía que quién lo decía.
Lo que hoy me pregunto es si ese rechazo a lo que dice la Iglesia católica no supone un rechazo a Jesucristo y, como les sucedió a escribas y fariseos, de paso, al sentido común. En efecto, Lc 10,16 es terminante: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. La Biblia es categórica: el alejamiento de Dios hace que encontremos en el Salmo 14,1: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’. Se han corrompido, hicieron cosas abominables, no hay quien haga el bien”. En Isaías 5,20: : “¡Ay, los que llaman al mal bien y al bien mal!”. En San Pablo a los Romanos: “Alardeando de sabios, se han hecho necios” (1,22). “Por haber rechazado el verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben” (1,28).
¿Pero qué es eso que no se debe hacer? Esta gente presume, como ese joven, de demócratas. ¿Lo son verdaderamente? El ideal democrático consiste en proteger y respetar los derechos humanos que posee el hombre por su dignidad intrínseca, y no por graciosa concesión del Estado, como piensan los relativistas, derechos que han sido expresados por la ONU en su Declaración de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Benedicto XVI, en su encíclica Sacramentum caritatis nº 83, expresa los más importantes: “El respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables”.
Una democracia sin valores se convierte con facilidad en totalitarismo. Pío XI, en su encíclica contra los nazis, escribió estas palabras, entonces proféticas, pero que la realidad dejó pequeñas: “34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral”. Decadencia moral, que unida a la cristofobia, puede llevarnos al no respeto de la dignidad humana, al totalitarismo y a la persecución religiosa. Por cierto, ¿saben ustedes que en la guerra civil hubo más sacerdotes asesinados que víctimas de la Inquisición española en toda su historia?
¿Pero, qué es lo que nos enseñó Jesús? Por supuesto el mandamiento del amor, que la vida tiene sentido, que Él ha venido a salvarnos y a abrirnos las puertas del cielo, las Bienaventuranzas, las Obras de Misericordia y el sentido común, del que voy a hacer especial referencia, ya que muchas de las polémicas de Jesús con los escribas y fariseos tuvieron por motivo la defensa que Jesús hace del sentido común, como cuando curaba en sábado o su discurso invectiva contra ellos (Mt 23,13-34). Y, por supuesto, que si queremos hacer caso a Jesús, hemos de hacer caso a la Iglesia, que aunque sea por supuesto pecadora, también es santa y muchos de sus hijos están llenando de sentido su vida con su servicio a los demás. Precisamente estos días, en la cercanía del Domund, un misionero escribía: “Todos admiran nuestras obras, pero muy pocos nos preguntan por Quién lo hacemos”.
Más aún, hay en buena parte de la sociedad, como estamos viendo en los partidos políticos, una auténtica alergia al cristianismo, y más especialmente, a la Iglesia católica. Recuerdo que hace bastantes años -eran tiempos de Franco- un joven me dijo: “Soy demócrata, admito las opiniones de todos, menos las de los curas”. Por supuesto no le dije que era sacerdote, pero sí que un verdadero demócrata consideraba mucho más lo que se decía que quién lo decía.
Lo que hoy me pregunto es si ese rechazo a lo que dice la Iglesia católica no supone un rechazo a Jesucristo y, como les sucedió a escribas y fariseos, de paso, al sentido común. En efecto, Lc 10,16 es terminante: “Quien a vosotros escucha, a mí me escucha; quien a vosotros rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado”. La Biblia es categórica: el alejamiento de Dios hace que encontremos en el Salmo 14,1: “Dice el necio en su corazón: ‘No hay Dios’. Se han corrompido, hicieron cosas abominables, no hay quien haga el bien”. En Isaías 5,20: : “¡Ay, los que llaman al mal bien y al bien mal!”. En San Pablo a los Romanos: “Alardeando de sabios, se han hecho necios” (1,22). “Por haber rechazado el verdadero conocimiento de Dios, Dios los ha dejado a merced de su depravada mente, que los impulsa a hacer lo que no deben” (1,28).
¿Pero qué es eso que no se debe hacer? Esta gente presume, como ese joven, de demócratas. ¿Lo son verdaderamente? El ideal democrático consiste en proteger y respetar los derechos humanos que posee el hombre por su dignidad intrínseca, y no por graciosa concesión del Estado, como piensan los relativistas, derechos que han sido expresados por la ONU en su Declaración de Derechos Humanos del 10 de diciembre de 1948. Benedicto XVI, en su encíclica Sacramentum caritatis nº 83, expresa los más importantes: “El respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas. Estos valores no son negociables”.
Una democracia sin valores se convierte con facilidad en totalitarismo. Pío XI, en su encíclica contra los nazis, escribió estas palabras, entonces proféticas, pero que la realidad dejó pequeñas: “34. Sobre la fe en Dios, genuina y pura, se funda la moralidad del género humano. Todos los intentos de separar la doctrina del orden moral de la base granítica de la fe, para reconstruirla sobre la arena movediza de normas humanas, conducen, pronto o tarde, a los individuos y a las naciones a la decadencia moral”. Decadencia moral, que unida a la cristofobia, puede llevarnos al no respeto de la dignidad humana, al totalitarismo y a la persecución religiosa. Por cierto, ¿saben ustedes que en la guerra civil hubo más sacerdotes asesinados que víctimas de la Inquisición española en toda su historia?
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