El palio arzobispal
El día de San Pedro, en Roma, recibí de manos del Papa Francisco el Palio Arzobispal. Me refiero a este hecho, no por mí que poco importo, sino por lo que este hecho entraña. Debo y deseo expresar mi más profundo y cordial agradecimiento por la recepción del Palio
Arzobispal que el Santo Padre, el Papa Francisco, nos entregó a varios arzobispos de todo el mundo, entre ellos tres más de España –Madrid, Zaragoza y Mérida Badajoz–. Mi acción de gracias se dirige, en primer lugar, a Dios, que a través de la Iglesia pone sobre mí el yugo suave y la carga ligera de Jesucristo Pastor, signifi cado en el Palio, para ser vínculo de unión de la Archidiócesis de Valencia con la Diócesis de Roma, vínculo de comunión de toda la Iglesia.
Mi agradecimiento al Papa Francisco porque me ha concedido este Palio tomado de la Confesión de San Pedro, como símbolo de la potestad con la que es investido legítimamente el Arzobispo Metropolitano en la propia circunscripción en comunión con la Iglesia de Roma. Cuando juré, al inicio de esta celebración ante el Papa, ser siempre fiel y obediente al bienaventurado Pedro, a la santa, apostólica Iglesia de Roma, al Papa Francisco y a sus sucesores, tuve presentes a mi Archidiócesis de Valencia para pedir que nos mantengamos como Iglesia en Valencia, unidos a Pedro, en comunión plena con la Sede de Roma, en fidelidad y obediencia total a la fe que confiesa Pedro en nombre de toda la Iglesia.
Junto al Papa, ante la tumba del primer Obispo de Roma, San Pedro, se siente el gozo inmenso de ser Iglesia de Jesucristo, en la que Él está presente hasta el fi n de los siglos, gozo de ser Iglesia con mis diocesanos y ser vínculo de comunión con la Iglesia Santa, Una, católica y Apostólica. Me sentí ese día de San Pedro muy cerca, no sólo físicamente, al Santo Padre, sino a lo que él es y representa, a su persona. Qué testimonio nos da este Papa! ¡Cómo hemos de quererlo y seguirlo! Francisco es un regalo de Dios a toda su Iglesia santa. Trasparenta, de manera particular en la celebración de la Eucaristía, la fuerza de Dios, la fortaleza del Espíritu Santo, la salvación gozosa de Cristo Resucitado.
¡Cómo brilla en Él la cercanía de Dios! Es un testigo del Dios vivo misericordioso, amigo fuerte de Dios. Qué gran defensor de la fe, qué gran testigo de la esperanza que no defrauda, qué gran defensor y servidor de todo hombre, de los más débiles, indefensos e inocentes! Hombre de la paz y paladín de una ecología integral, trabajador incansable en los duros trabajos del Evangelio en medio de no pocas difi cultades; testigo del amor y
de la misericordia de Dios que no tiene lími tes, renovador de la Iglesia por el amor y la caridad. Qué buen samaritano que con tanta ternura y amor se acerca a los hombres malheridos y maltrechos de nuestro tiempo, a los más pobres, a los jóvenes que ven en él al Buen Pastor y conocen su voz! Es testigo, sin duda, incómodo de Jesucristo para muchos que pretenden construir el mundo al margen del único Nombre que se nos ha dado para la salvación de los hombres, al margen de la misericordia, y actúa, transparentando el rostro de Dios como Jesús, su Señor, que dijo las páginas más bellas del Evangelio con las parábolas de la misericordia, cuando era criticado porque comía con los pecadores. Francisco es profeta del esplendor de la misericordia, de la verdad que se realiza en la caridad y que nos hace libres.
Es el Papa de los derechos de la naturaleza, de la ecología integral, que contempla tan en su lugar al hombre. ¡Qué buen colofón el del Palio Arzobispal recibido de Francisco a mi peregrinación diocesana a Lourdes acompañando a casi mil peregrinos, de los que gran parte eran enfermos! Porque junto a Pedro, y recibiendo el palio de la comunión eclesial, experimenté, una vez más, que lo único que queda es la misericordia, la caridad. Me lo enseñaron los enfermos, y me lo ha enseñado el Papa, junto a quien se siente de una manera viva que la fe es inseparable de la misericordia y de la caridad, y que esta es la verdadera comunión eclesial, la que es confesión de fe con Pedro y la que es ejerció de la misericordia y de la caridad. Fe y caridad son salvación y esperanza: este es mi camino como Arzobispo de Valencia y he de ser vínculo de comunión en mi archidiócesis desde ahí: no tengo otro camino: fe, caridad, misericordia.
© La Razón
Arzobispal que el Santo Padre, el Papa Francisco, nos entregó a varios arzobispos de todo el mundo, entre ellos tres más de España –Madrid, Zaragoza y Mérida Badajoz–. Mi acción de gracias se dirige, en primer lugar, a Dios, que a través de la Iglesia pone sobre mí el yugo suave y la carga ligera de Jesucristo Pastor, signifi cado en el Palio, para ser vínculo de unión de la Archidiócesis de Valencia con la Diócesis de Roma, vínculo de comunión de toda la Iglesia.
Mi agradecimiento al Papa Francisco porque me ha concedido este Palio tomado de la Confesión de San Pedro, como símbolo de la potestad con la que es investido legítimamente el Arzobispo Metropolitano en la propia circunscripción en comunión con la Iglesia de Roma. Cuando juré, al inicio de esta celebración ante el Papa, ser siempre fiel y obediente al bienaventurado Pedro, a la santa, apostólica Iglesia de Roma, al Papa Francisco y a sus sucesores, tuve presentes a mi Archidiócesis de Valencia para pedir que nos mantengamos como Iglesia en Valencia, unidos a Pedro, en comunión plena con la Sede de Roma, en fidelidad y obediencia total a la fe que confiesa Pedro en nombre de toda la Iglesia.
Junto al Papa, ante la tumba del primer Obispo de Roma, San Pedro, se siente el gozo inmenso de ser Iglesia de Jesucristo, en la que Él está presente hasta el fi n de los siglos, gozo de ser Iglesia con mis diocesanos y ser vínculo de comunión con la Iglesia Santa, Una, católica y Apostólica. Me sentí ese día de San Pedro muy cerca, no sólo físicamente, al Santo Padre, sino a lo que él es y representa, a su persona. Qué testimonio nos da este Papa! ¡Cómo hemos de quererlo y seguirlo! Francisco es un regalo de Dios a toda su Iglesia santa. Trasparenta, de manera particular en la celebración de la Eucaristía, la fuerza de Dios, la fortaleza del Espíritu Santo, la salvación gozosa de Cristo Resucitado.
¡Cómo brilla en Él la cercanía de Dios! Es un testigo del Dios vivo misericordioso, amigo fuerte de Dios. Qué gran defensor de la fe, qué gran testigo de la esperanza que no defrauda, qué gran defensor y servidor de todo hombre, de los más débiles, indefensos e inocentes! Hombre de la paz y paladín de una ecología integral, trabajador incansable en los duros trabajos del Evangelio en medio de no pocas difi cultades; testigo del amor y
de la misericordia de Dios que no tiene lími tes, renovador de la Iglesia por el amor y la caridad. Qué buen samaritano que con tanta ternura y amor se acerca a los hombres malheridos y maltrechos de nuestro tiempo, a los más pobres, a los jóvenes que ven en él al Buen Pastor y conocen su voz! Es testigo, sin duda, incómodo de Jesucristo para muchos que pretenden construir el mundo al margen del único Nombre que se nos ha dado para la salvación de los hombres, al margen de la misericordia, y actúa, transparentando el rostro de Dios como Jesús, su Señor, que dijo las páginas más bellas del Evangelio con las parábolas de la misericordia, cuando era criticado porque comía con los pecadores. Francisco es profeta del esplendor de la misericordia, de la verdad que se realiza en la caridad y que nos hace libres.
Es el Papa de los derechos de la naturaleza, de la ecología integral, que contempla tan en su lugar al hombre. ¡Qué buen colofón el del Palio Arzobispal recibido de Francisco a mi peregrinación diocesana a Lourdes acompañando a casi mil peregrinos, de los que gran parte eran enfermos! Porque junto a Pedro, y recibiendo el palio de la comunión eclesial, experimenté, una vez más, que lo único que queda es la misericordia, la caridad. Me lo enseñaron los enfermos, y me lo ha enseñado el Papa, junto a quien se siente de una manera viva que la fe es inseparable de la misericordia y de la caridad, y que esta es la verdadera comunión eclesial, la que es confesión de fe con Pedro y la que es ejerció de la misericordia y de la caridad. Fe y caridad son salvación y esperanza: este es mi camino como Arzobispo de Valencia y he de ser vínculo de comunión en mi archidiócesis desde ahí: no tengo otro camino: fe, caridad, misericordia.
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