La esperanza se abre paso
Vivir con esperanza es vivir sin miedo, arriesgar aun cuándo nuestra vida pudiera correr peligro. Es dar un vuelco a la vida, tal y como hicieron los apóstoles de Jesús tras su Resurrección.
por Aitor Miranda
El cansancio, el estrés, los atentados contra la vida y la dignidad, a causa de la fe, que sufren en sus propias carnes nuestros hermanos cristianos en países como Irak, Siria o Egipto o las persecuciones ideológicas, laicistas, que seguimos sufriendo en España por parte de colectivos y grupos, añadiendo la falta de frutos aparentes, nos pueden llevar a a debilitarnos, a abandonar, a desistir, a tirar la toalla, a perder la esperanza.
La esperanza es uno de los grandes pilares de la vida humana y de cualquier grupo social. Es necesaria para seguir adelante, sobre todo cuando los problemas, dificultades, fracasos... nos acosan e invaden. La Esperanza es una de las tres virtudes teologales. Esta virtud está unida inseparablemente a otra dos: la Fe y el Amor (la caridad).
La familia, el pueblo, el país, la sociedad, que vive con y en esperanza, tiene gran parte de las herramientas necesarias para superar cualquier crisis, porque en medio de las dificultades camina no mirando a los nubarrones sino al rayo de sol que se abre paso entre la oscuridad.
Lo contrario a esta virtud es la desesperanza. Es una de las “lacras contagiosas”, en la que es fácil caer y dejarse llevar, y nadie está exento de sufrirla. Tampoco los cristianos.
La familia, el pueblo el país, la sociedad que viven en la desesperanza, sin esperanza, están abocados a su final más pronto que tarde, sin necesidad de tener “enemigos”, porque vivir sin esperanza es no querer ver el rayo de luz que se abre paso entre las nubes negras, es no querer sentir la suave brisa de una tarde de verano.
Desesperanzarse es no reconocer o dudar de que una vida entregada y coherente hasta el final, el sacrificio y la abnegación, todo ello por una causa noble, realmente merecen la pena.
Desesperanzarse es darse por vencido. Es reconocer que contra el mal personificado en los violentos y fundamentalistas, en los corruptos, en los que se lucran con la injusticia... no se puede hacer nada.
Desesperanzarse es creer que Jesús de Nazaret, el Hombre-Dios que pasó por el mundo haciendo el bien, el justo inocente que murió contado entre los criminales, sigue muerto reposando en el sepulcro.
Desesperanzarse es no terminar de creerse la Palabra de Dios y sus promesas de vida y felicidad para todo ser humano que lo anhela. ¿Quién no desea que la vida no se acabe y alcanzar la felicidad plena?
Vivir con esperanza es vivir sin miedo, arriesgar aun cuándo nuestra vida pudiera correr peligro. Es dar un vuelco a la vida, tal y como hicieron los apóstoles de Jesús tras su Resurrección. Es vivir sin miedo, de cara al futuro. Vivir con esperanza es aprender a vivir con una nueva óptica, con una nueva mirada, sabiendo afrontar los fracasos, las desilusiones y los sinsabores de la vida sin tirar la toalla.
¡Qué ejemplo de vida, vivida en la Esperanza de Cristo Resucitado, nos dan tantos hombres y mujeres cristianos, que día a día se enfrentan a situaciones dramáticas y dolorosas, casas derruidas, familias asesinadas, iglesias quemadas... y en medio de todo viven con la Esperanza de que el Resucitado nunca les abandonará!
La esperanza es uno de los grandes pilares de la vida humana y de cualquier grupo social. Es necesaria para seguir adelante, sobre todo cuando los problemas, dificultades, fracasos... nos acosan e invaden. La Esperanza es una de las tres virtudes teologales. Esta virtud está unida inseparablemente a otra dos: la Fe y el Amor (la caridad).
La familia, el pueblo, el país, la sociedad, que vive con y en esperanza, tiene gran parte de las herramientas necesarias para superar cualquier crisis, porque en medio de las dificultades camina no mirando a los nubarrones sino al rayo de sol que se abre paso entre la oscuridad.
Lo contrario a esta virtud es la desesperanza. Es una de las “lacras contagiosas”, en la que es fácil caer y dejarse llevar, y nadie está exento de sufrirla. Tampoco los cristianos.
La familia, el pueblo el país, la sociedad que viven en la desesperanza, sin esperanza, están abocados a su final más pronto que tarde, sin necesidad de tener “enemigos”, porque vivir sin esperanza es no querer ver el rayo de luz que se abre paso entre las nubes negras, es no querer sentir la suave brisa de una tarde de verano.
Desesperanzarse es no reconocer o dudar de que una vida entregada y coherente hasta el final, el sacrificio y la abnegación, todo ello por una causa noble, realmente merecen la pena.
Desesperanzarse es darse por vencido. Es reconocer que contra el mal personificado en los violentos y fundamentalistas, en los corruptos, en los que se lucran con la injusticia... no se puede hacer nada.
Desesperanzarse es creer que Jesús de Nazaret, el Hombre-Dios que pasó por el mundo haciendo el bien, el justo inocente que murió contado entre los criminales, sigue muerto reposando en el sepulcro.
Desesperanzarse es no terminar de creerse la Palabra de Dios y sus promesas de vida y felicidad para todo ser humano que lo anhela. ¿Quién no desea que la vida no se acabe y alcanzar la felicidad plena?
Vivir con esperanza es vivir sin miedo, arriesgar aun cuándo nuestra vida pudiera correr peligro. Es dar un vuelco a la vida, tal y como hicieron los apóstoles de Jesús tras su Resurrección. Es vivir sin miedo, de cara al futuro. Vivir con esperanza es aprender a vivir con una nueva óptica, con una nueva mirada, sabiendo afrontar los fracasos, las desilusiones y los sinsabores de la vida sin tirar la toalla.
¡Qué ejemplo de vida, vivida en la Esperanza de Cristo Resucitado, nos dan tantos hombres y mujeres cristianos, que día a día se enfrentan a situaciones dramáticas y dolorosas, casas derruidas, familias asesinadas, iglesias quemadas... y en medio de todo viven con la Esperanza de que el Resucitado nunca les abandonará!
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