El dirigismo moral y mediático de algunas Conferencias Episcopales
Los planteamientos progresistas no aceptan el carácter normativo y vinculante de la ley moral para cada etapa del crecimiento, sino la creatividad de la conciencia que la reformula a la luz de las circunstancias y el grado de madurez personal
Mala hierba comienzan a sembrar ciertas Conferencias Episcopales, entregando al católico a la ambigüedad, al valor absoluto de su propia conciencia, sometiéndolo a la profundidad de la nuda exigencia interior. Los obispos de Alemania, Austria y Suiza, filtrando a la prensa los primeros resultados del cuestionario enviado por el papa Francisco a todas las diócesis del mundo con el fin de diagnosticar la situación del matrimonio y la familia, están convencidos de que ciertos cambios en la doctrina moral y sexual de la Iglesia bastarían para realizar un mejor servicio a Dios y a la propia institución eclesiástica.
El progresismo clerical, capaz de influir en la vida de los hombres en niveles no siempre verificables, aunque de manera eficaz, resuelve la dicotomía entre la enseñanza doctrinal oficial y la experiencia concreta de la moral con un positivo cuestionamiento sobre la doctrina moral de la Iglesia, consecuencia del distanciamiento cada vez mayor entre los fieles y la doctrina en cuestiones relativas a la indisolubilidad del matrimonio o la situación de los divorciados vueltos a casar, la contracepción o el uso de métodos anticonceptivos artificiales, así como una perturbadora polarización respecto a las uniones homosexuales.
Dicho de otra manera, el verdadero síntoma de la enfermedad que ha postrado a la moral católica europea consiste en un arraigado subjetivismo, en la deificación de la subjetividad, en la reivindicación de la infalibilidad de la conciencia moral, que le llevaría a Rousseau a manifestar: “Conciencia, conciencia, instinto divino, inmortal y voz celeste; guía segura de un ser ignorante y limitado, pero inteligente y libre; juez infalible del bien y del mal, que hace al hombre semejante a Dios: eres tú la que constituye la excelencia de la naturaleza y la moralidad de sus acciones”.
Asistimos a una reedición del pasado, donde lo que se debate es si existe una fuente de lo verdadero por encima del hombre e independiente de su voluntad. Habría que remontarse para comprender la actual situación a las Declaraciones de las Conferencias Episcopales realizadas a continuación de la publicación de la Encíclica Humanae Vitae el 25 de julio de 1968. Aquellas Declaraciones de los obispos, mientras proclamaban su adhesión a la doctrina pontificia, se orientaban a encontrar mediaciones pastorales que facilitasen la comprensión y práctica por parte de sacerdotes y fieles.
La cuestión de fondo es la competencia de la conciencia en la discusión sobre la validez o no de la norma, donde aquella no se reduzca a ser un órgano de aplicación del magisterio pontificio. Para muchos, habría que distinguir entre verdad especulativa, enseñada por el Magisterio, y verdad práctica, sobre la que sólo la conciencia sería competente. La buena fe sería el criterio moral último y decisivo de la conciencia, que crea su propia verdad.
La aceptación de esta postura tuvo gran resonancia a la hora de resolver el “caso Washington”, mal gestionado por la Iglesia, donde en el “Official Communication” de la Congregación del Clero, con fecha 26 de abril de 1971, se afirmaba que las particulares circunstancias que intervienen en un acto humano objetivamente malo, mientras que no pueden transformarlo en objetivamente virtuoso, pueden hacerlo “no culpable, menos culpable o subjetivamente defendible”. Aunque la Congregación del Clero emitiría una Nota posterior con fecha 30 de mayo de 1972, la confusión con la expresión “subjetivamente defendible” ya se había creado.
El problema no se hace esperar: se rechaza la formación de la conciencia. En el horizonte de semejante propuesta, el Magisterio aparece como exterioridad de la que hay que defender la libertad de la conciencia. La función del Magisterio sería exhortativa, pero no vinculante. La fuente de la obligación es el sujeto, no la verdad. La conciencia personal de los fieles en cuestiones de moral conyugal y sexual no acepta como punto de referencia normativo la enseñanza moral del Magisterio. La conciencia se autonomiza respecto a la doctrina oficial, que se la juzga imposible de practicar en las circunstancias concretas de la vida.
El recurso a la gradualidad de la ley, una propuesta teológica que hace su aparición con ocasión del Sínodo de los obispos sobre la Familia en el año 1980 y que nace de la dificultad pastoral que se advierte al proponer la moral católica tal y como es enseñada por el Magisterio en una sociedad secularizada, lejos de reconciliar la conciencia de los fieles con el Magisterio, apelando a la acción gradual de Dios en la Biblia para justificar la adopción de una gradualidad de la ley también en la Iglesia, adaptando las normas a las capacidades de cada uno, constituye un verdadero menosprecio a la lógica de la conversión, a la propuesta de Jesús que consiste en “nacer de nuevo”.
Los planteamientos progresistas no aceptan el carácter normativo y vinculante de la ley moral para cada etapa del crecimiento, sino la creatividad de la conciencia que la reformula a la luz de las circunstancias y el grado de madurez personal. Los preceptos son contemplados como imposiciones, y no verdades que expresan exigencias para el bien de la persona. El Magisterio, lejos de disputar los actos humanos poniendo límites a la libertad, está subordinado a la conciencia con el fin de ayudarla. Algo que deberá explicar el obispo Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los obispos, contrariado por los cuestionarios filtrados y no autorizados por el Vaticano, que facilitan desde el dirigismo moral y mediático la interpretación de una conciencia autónoma y creativa, clausurada a la verdad, comprendida por Ratzinger como “el caparazón de la subjetividad”.
Roberto Esteban Duque,
Teólogo
El progresismo clerical, capaz de influir en la vida de los hombres en niveles no siempre verificables, aunque de manera eficaz, resuelve la dicotomía entre la enseñanza doctrinal oficial y la experiencia concreta de la moral con un positivo cuestionamiento sobre la doctrina moral de la Iglesia, consecuencia del distanciamiento cada vez mayor entre los fieles y la doctrina en cuestiones relativas a la indisolubilidad del matrimonio o la situación de los divorciados vueltos a casar, la contracepción o el uso de métodos anticonceptivos artificiales, así como una perturbadora polarización respecto a las uniones homosexuales.
Dicho de otra manera, el verdadero síntoma de la enfermedad que ha postrado a la moral católica europea consiste en un arraigado subjetivismo, en la deificación de la subjetividad, en la reivindicación de la infalibilidad de la conciencia moral, que le llevaría a Rousseau a manifestar: “Conciencia, conciencia, instinto divino, inmortal y voz celeste; guía segura de un ser ignorante y limitado, pero inteligente y libre; juez infalible del bien y del mal, que hace al hombre semejante a Dios: eres tú la que constituye la excelencia de la naturaleza y la moralidad de sus acciones”.
Asistimos a una reedición del pasado, donde lo que se debate es si existe una fuente de lo verdadero por encima del hombre e independiente de su voluntad. Habría que remontarse para comprender la actual situación a las Declaraciones de las Conferencias Episcopales realizadas a continuación de la publicación de la Encíclica Humanae Vitae el 25 de julio de 1968. Aquellas Declaraciones de los obispos, mientras proclamaban su adhesión a la doctrina pontificia, se orientaban a encontrar mediaciones pastorales que facilitasen la comprensión y práctica por parte de sacerdotes y fieles.
La cuestión de fondo es la competencia de la conciencia en la discusión sobre la validez o no de la norma, donde aquella no se reduzca a ser un órgano de aplicación del magisterio pontificio. Para muchos, habría que distinguir entre verdad especulativa, enseñada por el Magisterio, y verdad práctica, sobre la que sólo la conciencia sería competente. La buena fe sería el criterio moral último y decisivo de la conciencia, que crea su propia verdad.
La aceptación de esta postura tuvo gran resonancia a la hora de resolver el “caso Washington”, mal gestionado por la Iglesia, donde en el “Official Communication” de la Congregación del Clero, con fecha 26 de abril de 1971, se afirmaba que las particulares circunstancias que intervienen en un acto humano objetivamente malo, mientras que no pueden transformarlo en objetivamente virtuoso, pueden hacerlo “no culpable, menos culpable o subjetivamente defendible”. Aunque la Congregación del Clero emitiría una Nota posterior con fecha 30 de mayo de 1972, la confusión con la expresión “subjetivamente defendible” ya se había creado.
El problema no se hace esperar: se rechaza la formación de la conciencia. En el horizonte de semejante propuesta, el Magisterio aparece como exterioridad de la que hay que defender la libertad de la conciencia. La función del Magisterio sería exhortativa, pero no vinculante. La fuente de la obligación es el sujeto, no la verdad. La conciencia personal de los fieles en cuestiones de moral conyugal y sexual no acepta como punto de referencia normativo la enseñanza moral del Magisterio. La conciencia se autonomiza respecto a la doctrina oficial, que se la juzga imposible de practicar en las circunstancias concretas de la vida.
El recurso a la gradualidad de la ley, una propuesta teológica que hace su aparición con ocasión del Sínodo de los obispos sobre la Familia en el año 1980 y que nace de la dificultad pastoral que se advierte al proponer la moral católica tal y como es enseñada por el Magisterio en una sociedad secularizada, lejos de reconciliar la conciencia de los fieles con el Magisterio, apelando a la acción gradual de Dios en la Biblia para justificar la adopción de una gradualidad de la ley también en la Iglesia, adaptando las normas a las capacidades de cada uno, constituye un verdadero menosprecio a la lógica de la conversión, a la propuesta de Jesús que consiste en “nacer de nuevo”.
Los planteamientos progresistas no aceptan el carácter normativo y vinculante de la ley moral para cada etapa del crecimiento, sino la creatividad de la conciencia que la reformula a la luz de las circunstancias y el grado de madurez personal. Los preceptos son contemplados como imposiciones, y no verdades que expresan exigencias para el bien de la persona. El Magisterio, lejos de disputar los actos humanos poniendo límites a la libertad, está subordinado a la conciencia con el fin de ayudarla. Algo que deberá explicar el obispo Lorenzo Baldisseri, secretario general del Sínodo de los obispos, contrariado por los cuestionarios filtrados y no autorizados por el Vaticano, que facilitan desde el dirigismo moral y mediático la interpretación de una conciencia autónoma y creativa, clausurada a la verdad, comprendida por Ratzinger como “el caparazón de la subjetividad”.
Roberto Esteban Duque,
Teólogo
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