El socialismo francés y el matrimonio homosexual
Al no poder cambiar la naturaleza de las cosas, la incomunicabilidad es el resultado lógico del comportamiento homosexual, incompatible con la dignidad de la persona y con la ley natural
El matrimonio, como ya ocurriera en otros once países, está a punto de desaparecer del actual ordenamiento jurídico francés. El socialismo francés, al igual que sucedió en España, no quiere perder la histórica oportunidad ofrecida como promesa electoral por Hollande para legalizar el matrimonio homosexual y la adopción entre personas del mismo sexo.
Los argumentos de la ministra de Justicia francesa, Christiane Taubira, son los propios de la ideología de género, con las mismas claves educativas que podría haber sellado Foucault: lo masculino y femenino no se encuentra en la naturaleza, sino en la cultura, son meros “roles” que es preciso deconstruir; el Código Civil “se ha secularizado”; la evolución del matrimonio está marcada por “el laicismo, la igualdad y la libertad”.
Por su parte, Erwann Binet, ponente del texto, arguye que “este proyecto de ley es un avance social, un salto adelante de las libertades civiles”, para esgrimir a continuación el arte de la adulación que aprovecha el victimismo de ciertos colectivos y ponerse del lado de las familias monoparentales “que muchos ni siquiera sabían que existían”, y concluir finalmente con la ordinariez y desvergüenza ilimitada de que “ser padre o madre no depende de las hormonas y los genes. Se trata de una voluntad, una construcción”.
“Se ha apoderado de la dirección social un tipo de hombre al que no le interesan los principios de la civilización”. Pero hemos llegado mucho más lejos de lo que imaginaba Ortega. No es que no le interesen, sino que lo que se quiere es dominar esos principios, cambiar todo desvinculándose de lo ontológico, postulando una nueva tierra y un nuevo hombre, y cuyo resultado será el pensamiento ideológico.
Henri Guaino, asesor especial de Sarkozy, se ha posicionado en contra del proyecto: “¿Qué tipo de sociedad queremos vivir?”, ha preguntado. “Es algo más que texto. Se trata de un debate sobre los valores de una sociedad. Tenemos que tomar posición sobre los valores de una sociedad. Este texto es la negación de la diferencia sexual, y daría el derecho a tener hijos a las parejas a quienes la naturaleza no se lo permite”.
“Unos cambios de esta amplitud imponen un debate nacional que no se zanja con unos cuantos sondeos o con la influencia estentórea de algunos grupos de presión”, fueron las palabras de André Vingt-Trois, arzobispo de París y presidente de la Conferencia Episcopal. La Iglesia debe dar la batalla y no puede quedarse fuera del debate, sin abandonar su propio modo de pensamiento, el proveniente de la visión natural del orden como creación divina.
La izquierda sacraliza la homosexualidad y convierte el poder en un moralismo con la pretensión de hacer del hombre lo que quiera que sea. La violencia del Estado contra la naturaleza humana hace de aquel una especie de ateocracia moralizante, impulsadora del laicismo más radical: “convertiremos Francia en un cementerio si no podemos regenerla a nuestro modo”, prometió Jean-Baptiste Carrier después de ahogar a 10.000 inocentes en el Loira. Se arrasó La Vendée donde la fe tradicional resistía a la nueva.
Es el pensamiento ideológico el que preconiza la cultura y la legislación modernas. Hoy sólo es democracia lo que digan los ideólogos del estado social democrático, quienes nos harán llevar con docilidad el yugo de la felicidad pública. El poder construye la realidad, y la verdad sólo es verdad ideológica, artificial, inventada, manipulada por las leyes. Es siempre el mismo problema que se le plantea de un modo especial a la teología: la creencia en que mediante la legislación se puede hacer lo que se quiera.
La supremacía moral otorgada a la ley está consiguiendo proporcionar un daño irreparable a la sociedad. La ley al servicio del poder lleva a la coacción, al miedo, instaurándose una moralidad pública inspirada en una antropología secularista, ateológica, demoledora de las costumbres y del Derecho Natural.
No parece existir un espacio prepolítico en el pueblo. ¿Qué papel civilizador tiene hoy la ley, cuando el bien no se quiere ver o cuando está debilitada la verdad, reducida a mera opinión? Convertir la ley en algo sagrado o hacer del consenso el venero de la verdad nos lleva a la peor de las tiranías. No traerá orden ni paz el derecho constitucional si sólo hay orden estatal, obra de la voluntad humana conforme a la opinión y el consenso.
Si es verdad que la homosexualidad existe desde que el hombre es hombre, ello no significa que los comportamientos homosexuales sean reconocidos como derechos y recogidos en el ordenamiento jurídico, intentando legitimar las uniones homosexuales, reconocerles el derecho a fundar un hogar o incluso a la adopción de niños.
Si consideramos la naturaleza, la persona y la sexualidad humana desvinculadas de Dios, si olvidamos una antropología donde el hombre es “imagen y semejanza de Dios”, entonces todo queda subordinado a las decisiones de la sociedad o del Estado, supeditado a ser maleable el bien de la persona desde las legislaciones, siendo los medios de comunicación, la mera opinión, quien decida la verdad o defina los valores morales de la sociedad.
Al no poder cambiar la naturaleza de las cosas, la incomunicabilidad es el resultado lógico del comportamiento homosexual, incompatible con la dignidad de la persona y con la ley natural. La sexualidad es una dimensión constitutiva del ser humano, una realidad creada con una significación en sí misma que no depende de la voluntad humana ni del resultado de un proceso cultural ni de un texto legal.
Roberto Esteban Duque
Los argumentos de la ministra de Justicia francesa, Christiane Taubira, son los propios de la ideología de género, con las mismas claves educativas que podría haber sellado Foucault: lo masculino y femenino no se encuentra en la naturaleza, sino en la cultura, son meros “roles” que es preciso deconstruir; el Código Civil “se ha secularizado”; la evolución del matrimonio está marcada por “el laicismo, la igualdad y la libertad”.
Por su parte, Erwann Binet, ponente del texto, arguye que “este proyecto de ley es un avance social, un salto adelante de las libertades civiles”, para esgrimir a continuación el arte de la adulación que aprovecha el victimismo de ciertos colectivos y ponerse del lado de las familias monoparentales “que muchos ni siquiera sabían que existían”, y concluir finalmente con la ordinariez y desvergüenza ilimitada de que “ser padre o madre no depende de las hormonas y los genes. Se trata de una voluntad, una construcción”.
“Se ha apoderado de la dirección social un tipo de hombre al que no le interesan los principios de la civilización”. Pero hemos llegado mucho más lejos de lo que imaginaba Ortega. No es que no le interesen, sino que lo que se quiere es dominar esos principios, cambiar todo desvinculándose de lo ontológico, postulando una nueva tierra y un nuevo hombre, y cuyo resultado será el pensamiento ideológico.
Henri Guaino, asesor especial de Sarkozy, se ha posicionado en contra del proyecto: “¿Qué tipo de sociedad queremos vivir?”, ha preguntado. “Es algo más que texto. Se trata de un debate sobre los valores de una sociedad. Tenemos que tomar posición sobre los valores de una sociedad. Este texto es la negación de la diferencia sexual, y daría el derecho a tener hijos a las parejas a quienes la naturaleza no se lo permite”.
“Unos cambios de esta amplitud imponen un debate nacional que no se zanja con unos cuantos sondeos o con la influencia estentórea de algunos grupos de presión”, fueron las palabras de André Vingt-Trois, arzobispo de París y presidente de la Conferencia Episcopal. La Iglesia debe dar la batalla y no puede quedarse fuera del debate, sin abandonar su propio modo de pensamiento, el proveniente de la visión natural del orden como creación divina.
La izquierda sacraliza la homosexualidad y convierte el poder en un moralismo con la pretensión de hacer del hombre lo que quiera que sea. La violencia del Estado contra la naturaleza humana hace de aquel una especie de ateocracia moralizante, impulsadora del laicismo más radical: “convertiremos Francia en un cementerio si no podemos regenerla a nuestro modo”, prometió Jean-Baptiste Carrier después de ahogar a 10.000 inocentes en el Loira. Se arrasó La Vendée donde la fe tradicional resistía a la nueva.
Es el pensamiento ideológico el que preconiza la cultura y la legislación modernas. Hoy sólo es democracia lo que digan los ideólogos del estado social democrático, quienes nos harán llevar con docilidad el yugo de la felicidad pública. El poder construye la realidad, y la verdad sólo es verdad ideológica, artificial, inventada, manipulada por las leyes. Es siempre el mismo problema que se le plantea de un modo especial a la teología: la creencia en que mediante la legislación se puede hacer lo que se quiera.
La supremacía moral otorgada a la ley está consiguiendo proporcionar un daño irreparable a la sociedad. La ley al servicio del poder lleva a la coacción, al miedo, instaurándose una moralidad pública inspirada en una antropología secularista, ateológica, demoledora de las costumbres y del Derecho Natural.
No parece existir un espacio prepolítico en el pueblo. ¿Qué papel civilizador tiene hoy la ley, cuando el bien no se quiere ver o cuando está debilitada la verdad, reducida a mera opinión? Convertir la ley en algo sagrado o hacer del consenso el venero de la verdad nos lleva a la peor de las tiranías. No traerá orden ni paz el derecho constitucional si sólo hay orden estatal, obra de la voluntad humana conforme a la opinión y el consenso.
Si es verdad que la homosexualidad existe desde que el hombre es hombre, ello no significa que los comportamientos homosexuales sean reconocidos como derechos y recogidos en el ordenamiento jurídico, intentando legitimar las uniones homosexuales, reconocerles el derecho a fundar un hogar o incluso a la adopción de niños.
Si consideramos la naturaleza, la persona y la sexualidad humana desvinculadas de Dios, si olvidamos una antropología donde el hombre es “imagen y semejanza de Dios”, entonces todo queda subordinado a las decisiones de la sociedad o del Estado, supeditado a ser maleable el bien de la persona desde las legislaciones, siendo los medios de comunicación, la mera opinión, quien decida la verdad o defina los valores morales de la sociedad.
Al no poder cambiar la naturaleza de las cosas, la incomunicabilidad es el resultado lógico del comportamiento homosexual, incompatible con la dignidad de la persona y con la ley natural. La sexualidad es una dimensión constitutiva del ser humano, una realidad creada con una significación en sí misma que no depende de la voluntad humana ni del resultado de un proceso cultural ni de un texto legal.
Roberto Esteban Duque
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