Discusión ganada, conversión perdida
por Pedro Trevijano
Estos días he tenido unas conversaciones con unos amigos sobre cómo debemos comportarnos con aquellos que piensan distinto de nosotros: es decir, ¿qué respeto hemos de tener con las personas en cuanto tales y cuál ha de ser nuestra actitud ante las opiniones diversas?
El respeto que debemos a las personas es muy claro. Jesucristo nos afirma claramente que el amor a Dios y al prójimo son los dos principales mandamientos de los que penden toda la Ley y los Profetas (cf. Mt 22, 34-40), ordenándonos incluso: “Amad a vuestros enemigos y orad por lo que os persiguen” (Mt 5, 44). Es decir, el respeto a las personas, que es el paso previo al amor, debe ser total y sin excepciones.
En cuanto a las opiniones, ciertamente no todas son iguales y algunas merecen más respeto que otras. Ante todo, los seres humanos tenemos el deber moral de buscar la Verdad, pues como nos dice la declaración sobre la Libertad Religiosa del último Concilio, “todos los hombres están obligados a buscar la verdad, sobre todo en lo que se refiere a Dios y a su Iglesia, y, una vez conocida, a abrazarla y practicarla. Confiesa asimismo el santo Concilio que estos deberes afectan y ligan la conciencia de los hombres, y que la verdad no se impone de otra manera, sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las almas” (Dignitatis Humanae, n. 1).
Que no todas las opiniones son iguales, también en el plano civil, lo declaró rotundamente el Parlamento Europeo el 19 de septiembre del 2019 en su denominada Resolución sobre la importancia de la memoria histórica europea para el futuro de Europa, que condena los crímenes cometidos por los regímenes nazi y comunistas a lo largo del siglo XX e insta a los Estados miembros a hacer frente a las organizaciones que difunden discursos de incitación al odio y a la violencia. Como cristianos debemos tener además en cuenta que mientras el amor procede de Dios, el odio procede del demonio y por ello debemos apartar de nosotros toda clase de odio.
En la concepción hoy dominante en nuestra sociedad, es decir la relativista y la de la ideología de género, la Verdad y el Bien no son algo objetivo, sino que, llegado un momento dado, son perfectamente modificables: lo que ayer era malo, hoy puede ser bueno y al revés. En esta ideología no se piensa que contra el hecho no valen argumentos, sino que en un conflicto entre mi ideología y la realidad es la realidad la que debe adaptarse a mi ideología, y no al revés. La filosofía que hay detrás de esto nos lleva a un escepticismo que lleva a afirmar, contra toda lógica, que la verdad se manifiesta igualmente en las diversas doctrinas, incluso contradictorias entre sí, por lo que todo se reduce a opinión. Pero la realidad y la ciencia son tozudas, y así, ante un cadáver de hace mil años, podemos saber si se trata sin duda posible de si estamos ante un varón o una mujer. Los que apoyamos nuestros razonamientos en la Revelación de Jesucristo y en lo que nos dicen las ciencias podemos pensar que lo que pensamos tiene una base bastante sólida, bastante más que los que piensan que no hay un orden objetivo.
En resumen, respeto máximo a las personas y su dignidad, saber distinguir las opiniones dignas de respeto de las que no, pero incluso ante éstas recordemos que la Verdad no se impone por la fuerza, sino que siempre debemos actuar con educación y respeto, haciendo nuestra esa frase de monseñor Fulton Sheen: “Discusión ganada, conversión perdida”.
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