Ama la vida
por José F. Vaquero
Tengo debilidad ante las noticias y artículos relacionados con la vida. Tal vez porque es lo más propio que tenemos, lo más cercano, lo más humano, lo más hermoso y a la vez lo más delicado de cuidar. Y sospecho que vamos creando una sociedad cada vez con menos hijos, y cada vez con más abuelos. Al ritmo que lleva la natalidad en España, en 7 u 8 años el promedio de hijos por mujer será de 1. Una unidad, muy lejos del 2,1 que aconsejan los expertos para garantizar el relevo generacional. Y a la vez que disminuyen los hijos, aumentan los abuelos. Muchos de nuestros niños y adolescentes ya tienen 6 ó 7 “abuelos”: los padres del padre, los padres de la madre, los padres de la nueva mujer del padre, los padres del nuevo marido de la madre. Una profunda revolución social.
En este contexto hemos conocido en España los datos de niños abortados quirúrgicamente durante el año 2020: 88.268 personas, seres humanos, niños indefensos. Y la inmensa mayoría, más de 80.000, justificadas únicamente por la elección de la mujer, sin aportar más causas (malformaciones del feto, riesgo para la mujer…). A esta cifra habría que sumar los abortos provocados por la PDD, la píldora del día después. Hasta donde sé, no hay constancia de este dato, a no ser la cantidad de PDD dispensadas libremente, sin control y sin receta, en farmacias. Y dentro de 1 ó 2 años conoceremos (rebuscando mucho) los abortos realizados en las clínicas de fecundación in vitro (en 2018 superaron fácilmente los 500.000 abortos, o sea destrucción o congelación de embriones).
Las últimas semanas he oído varias veces unas palabras duras del Papa Francisco. Y llaman más la atención en alguien que predica tanto la misericordia, el amor, la acogida. En muchas de sus intervenciones nos recuerda el rostro amable de Dios; sin embargo es muy contundente cuando habla del aborto: “¿Está bien contratar a un sicario para resolver un problema?”. Un sicario no es alguien que mata por error, ni siquiera en un arrebato descontrolado. Un sicario mata por dinero, y “con premeditación y alevosía”, que diría un jurista.
Caminamos, o mejor corremos, hacia el peligroso imperio del hijo único, la pareja sin hijos y el reino de los “hogares” únicos y "monoparentales". A estos hogares habría que llamarles mejor solución habitacional, pues hogar es el sitio donde tú esperas a alguien, y/o alguien te espera a ti, y juntos desarrolláis un proyecto común de amor. ¿Qué pasa en nuestra sociedad? ¿Hacia qué abismo nos dirigimos?
Por contraste, si hay una característica frecuente en las familias numerosas es la alegría, lo bien que se lo pasan los hermanos. Escuché a alguna adolescente la rabia que le daba llegar tarde a alguna de las comidas: "Me pierdo lo que están disfrutando mis hermanos, y me tengo que subir, como pueda, a ese tren en marcha". Pienso también en lo mucho que se disfruta con los primos, y si son muchos mejor. Recientemente he estado en uno de esos pueblos “vaciados”, pero colonizados por una familia numerosa: 11 hermanos, con sus maridos o mujeres, hijos, primos y conocidos que rejuvenecen el pueblo y hacen disfrutar de la vida sencilla y tranquila de una familia, cuanto más grande más hermosa.
¿Por qué tenemos miedo a ser felices repartiendo alegría y amor a nuestro alrededor? El que da recibe, y es experiencia común que cuanto más das, cuanto más te das, más recibes. Es cierto que no todo sonrisas y praderas verdes; hay momentos difíciles, como en la vida de todo hijo de vecino. Pero es un trabajo que merece la pena, que compensa sobradamente.
Otros artículos del autor
- Médicos humanos, para niños y mayores
- Buceando en el matrimonio, un iceberg con mucho fondo
- La fecundidad social del matrimonio
- Cuarenta años de la reproducción «in vitro» en España
- Una bola de nieve llamada Belén de la Cruz
- Hakuna, la Carta a Diogneto del siglo XXI
- El drama de los «likes»: ¿qué diría Juan Pablo II?
- Procesiones y profesiones
- ¿Qué pasa con la natalidad?
- San Pablo, un defensor de la familia: la de entonces y la de siempre