Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La familia y los bárbaros

Familia de paseo por el campo.
La familia es el pilar de la sociedad y su destrucción tiene un coste social y económico inasumible, del que todavía no somos lo bastante conscientes. Foto: Orlando Allo / Unsplash.

por Josep Miró i Ardèvol

Opinión

La familia es un vínculo de vida, de amor, de donación, que tiene decisivas consecuencias sociales y económicas, porque el matrimonio, generador de una familia estable con capacidad educadora de los hijos, es la condición necesaria del Estado de bienestar. Después, claro, tiene que existir la productividad y el sistema fiscal adecuado para hacerlo posible, pero sin la materia prima familiar el bienestar se degrada y desequilibra.

Cuando Ludwig W. Erhard, el ministro de Economía responsable del “milagro económico” alemán, advertía de los costes futuros de las nuevas y generosas prestaciones sociales al canciller Konrad Adenauer, padre de la actual República Federal, este le respondió con un argumento muy sencillo: “Mientras las personas se casen, formen familias y tengan hijos, usted no se preocupe de cómo pagaremos”. Pues ha llegado el momento de preocuparnos.

Cada año se casa menos gente. Optan más bien por la cohabitación y las parejas de hecho. Esta tendencia tiene consecuencias sociales importantes. Es una de las causas de la baja natalidad, que ya alcanza el estadio de suicidio colectivo. La mayoría de singles de hoy serán las personas mayores más o menos dependientes que vivirán en soledad el mañana. Es una causa de infelicidad y determina un coste social en aumento.

El envejecimiento de la población, debido sobre todo a la crisis de la natalidad, hace que aumente la media de edad de la población, con las consecuencias que se derivan para la productividad, el ahorro, la inversión y los costes públicos: farmacia, crónicos y dependencia.

También crece el número de hijos nacidos fuera del matrimonio y de madres solteras, que ya rozan la mitad de nuestra escasa natalidad. Muchos de estos niños están condenados a la adversidad de disponer de un solo progenitor y una renta baja; su inclusión en la pobreza y marginación es muy probable, y escasas las esperanzas de poder utilizar el ascensor social.

Nuestro fracaso escolar tiene mucho que ver con estas disfunciones sociales, porque la ideología dominante se niega a asumir que es la familia quien educa en primero y básico término. Sin esta condición el aprendizaje en el aula resulta inviable o muy costoso.

La familia lleva a cabo funciones sociales y económicas insustituibles; una evidencia que tampoco se quiere entender por la misma ceguera ideológica. A partir de la condición de la estabilidad, el matrimonio genera la descendencia, la educa, establece normas compartidas de cooperación interna y externa, y las proyecta en términos de confianza, construyendo así el capital social primigenio, que se transforma en capital humano. De este modo aporta la primera red relacional de capital social, la del parentesco. Proporciona la función de acogida, acompañamiento y cuidado de costosa sustitución, y tan vitales en periodos de enfermedad, dependencia y crisis económica. También proporciona el necesario efecto dinástico, la solidaridad generacional: la capacidad de diferir rentas presentes en beneficio de la generación futura. Y todo eso, además de su papel formalmente reconocido en materia de consumo, ahorro e inversión. Todas estas funciones definen la actuación de la familia en el crecimiento y el bienestar. En el 2015 escribí Una nueva teoría de la familia para contribuir a una mejor comprensión de su papel.

Pero en España y en Cataluña, los poderes públicos y la cultura dominante no tan solo no reconocen toda esa importancia, sino que son adversos al matrimonio, la maternidad y la paternidad. No es de extrañar que destaquemos en Europa en pobreza infantil. Las familias reciben muy pocas ayudas y los beneficios en función del número de hijos son mínimos, de manera que tenerlos es un acto de una generosidad extraordinaria. Las familias numerosas son heroicas. El sistema público de pensiones penaliza a las familias con hijos, que son las que aportan los futuros cotizantes, en vez de premiarlas. Las patologías socioeconómicas, elevado paro estructural, familias con todos los miembros en paro, jóvenes que ni estudian ni trabajan, los ninis, no disponen de las políticas públicas, la gestión administrativa y los recursos adecuados.

Por si fuera poco, la política y cultura dominantes considera a los padres como sospechosos habituales, desprecia la maternidad y la estabilidad del vínculo. Incluso la infidelidad es celebrada y el compromiso firme, motivo de hazmerreír. Al mismo tiempo, los adolescentes no reciben la educación sexual adecuada para alcanzar la plena responsabilidad sobre las consecuencias de sus actos.

El desprecio gubernamental es tal que incluso han intentado, a escondidas y vía Europa, retirar la desgravación por declaración conjunta de los matrimonios, y solo el escándalo que se produjo al conocer esta intención antes de las elecciones madrileñas ha comportado su rectificación… de momento. Como escribe MacIntyre en la última página de Tras la virtud, no hay que temer la invasión de los bárbaros, porque hace años que nos gobiernan.

Publicado en La Vanguardia.

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