Lunes, 25 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

La concepción relativista de la fornicación


Al acostumbrarse a vivir la sexualidad al simple nivel del placer, uno se va haciendo progresivamente incapaz de experimentarla como compromiso.

por Pedro Trevijano

Opinión

En estos momentos en nuestro mundo hay enfrentadas dos concepciones de la vida: la concepción relativista y la concepción cristiana.

La concepción relativista en apariencia enaltece hasta el máximo la libertad individual. Dios no existe y por tanto el hombre es el ser supremo. Él es quien decide cómo debe actuar y su conciencia es en terreno ético la autoridad moral suprema. Pero su libertad individual se encuentra que al no ser el único individuo existente su libertad individual para poder ser efectiva debe acomodarse a la libertad de los demás, siendo entonces la voluntad popular, expresada en el Parlamento de la Nación la que decide lo que está bien y lo que está mal, por lo que puede suceder que ese bien y ese mal sean realidades cambiantes. Esto es especialmente visible en el campo de la sexualidad. El matrimonio deja de ser una unión estable que desea de ser permanente a algo que dura mientras lo desea uno de los contrayentes. El aborto se transforma de ser un delito y un crimen abominable a ser un derecho de la mujer. La unión entre dos homosexuales no es una simple unión sino que adquiere la categoría de matrimonio. Y la fornicación es un derecho del niño, del joven y de cualquiera porque el fin de la sexualidad es el placer y él o ella tienen sus órganos sexuales para usarlos cuando y como les venga en gana, evitando, eso sí, las enfermedades venéreas y los embarazos. Estamos ante un libertinaje en el terreno sexual que está arruinando muchas vidas impidiéndolas el acceso a la madurez que se requiere para poder tener una familia estable, mientras en el plano de lo social y político la libertad ciudadana se elimina al depender lo que está bien o mal de la voluntad de lo que establece el Partido dominante, y como hay disciplina de Partido, lo que deciden sus máximos dirigentes, con lo que el ser humano queda privado de sus libertades y derechos al ser éstos una concesión graciosa del Estado.
La fornicación es la cópula carnal fuera del matrimonio. Se exalta la espontaneidad como un valor, pero en realidad se deja vía libre a los instintos, trivializando la sexualidad y banalizando el amor hasta el límite de la degradación personal en las relaciones, dejándolo todo al remedio de la utilización de preservativos o de la píldora del día siguiente. La liberalización de las costumbres, por la creciente desconexión entre sexo y procreación y la disminución del factor religioso, así como la continua incitación a la práctica genital sin compromiso hacia el otro hace que los adolescentes sean cada vez más precoces, como consecuencia también de la reducción de la edad de la madurez sexual, a la hora de tener sus primeras relaciones sexuales genitales con el propio o el otro sexo, tanto más cuanto que los estímulos sexuales tienen un gran peso y suelen engendrar en el adolescente el temor de no ser normal, si como él piensa por lo que oye a sus compañeros a una determinada edad es preciso haber tenido ya relaciones sexuales.

Sin embargo, es indiscutible que las relaciones sexuales no son algo sin importancia y que el otro o la otra y su cuerpo no deben ser meros objetos para conseguir placer. Está bastante extendida la idea de que no hay nada malo en el contacto fortuito e impersonal si las partes consienten sin reticencias, pero la realidad es que quien se orienta prematuramente hacia una vida sexual genital difícilmente podrá llegar a una síntesis válida entre madurez y sexualidad. La fornicación, rechazable en cualquier edad de la vida, es expresión de inmadurez afectiva, con la consecuencia que la persona que la practica, le va a ser más difícil en el futuro mantener relaciones personales estables, pues no es lo mismo haber alcanzado la madurez sexual física que estar preparados para mantener relaciones sexuales. El auténtico amor supone madurez y compromiso. No es extraño, por ello que el mayor número de jóvenes con relaciones sexuales precoces sean los que tienen carencias afectivas. En la adolescencia y juventud las relaciones sexuales no suelen ser premeditadas, no es frecuente la pareja estable, y esta actividad prematura, favorecida muchas veces por la ingestión de alcohol o de drogas, que disminuyen la capacidad de elección y decisión del sujeto, dificultan el razonar y desinhiben a las personas, incrementándose las prácticas de riesgo, incluso en aquellos casos en que se conocen los métodos anticonceptivos, pues una cosa es conocerlos y otra usarlos adecuadamente en momentos de fuerte tensión emocional, por lo que es frecuente su no uso o mala utilización, produciéndose en consecuencia no sólo altas tasas de embarazos y de enfermedades venéreas, sino también que sean las adolescentes el grupo de población que utiliza más los métodos postcoitales, con frecuencia abortivos, lo que origina traumas psíquicos y físicos, a veces irreparables, sucediendo esto con más frecuencia entre aquéllas que por pobreza, marginación o malos resultados académicos no han superado un determinado umbral de maduración psicológica ni han logrado interiorizar una educación adecuada.

Al acostumbrarse a vivir la sexualidad al simple nivel del placer, uno se va haciendo progresivamente incapaz de experimentarla como compromiso. Si el encuentro sexual es tan solo una búsqueda egocéntrica, impulsiva, uno ya no la siente como entrega y aceptación del otro, con lo que no logra vivirlo como un proyecto amoroso y de fidelidad a largo plazo. Se crea así en quienes lo practican un proceso de despersonalización, al quedar interrumpida la maduración por confundir vida sexual y banalidad, siendo todavía peor si la relación sexual es de prostitución o de promiscuidad. No nos olvidemos además de que la fecundación puede producirse en la primera relación, incluso única, si se dan determinadas condiciones, como el que se use mal el preservativo, que muchas veces ni siquiera se emplea.

En cambio en la concepción cristiana el hombre es hijo de Dios y sus derechos son inalienables y anteriores al Estado. La sexualidad es parte esencial nuestra y el cuerpo está destinado a la Resurrección. San Pablo afirma: “el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo” (1 Cor 6,13).
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