Actitud hacia los homosexuales
Es nuestro deber comprender a quienes tienen este problema. Aceptar al homosexual significa ofrecerle nuestra amistad desinteresada y ayudarle a que pueda afrontar su situación, siempre con el fin de desarrollar su personalidad, a fin que encuentre un clima sereno en el que pueda realizarse, para que pueda alcanzar libremente la propia madurez en sus relaciones con Dios y el prójimo
por Pedro Trevijano
Sabemos por la investigación científica que la homosexualidad es un fenómeno muy complejo que desafía toda clasificación conforme a unas ideas rígidas y determinadas, existiendo múltiples polémicas y discusiones sobre la naturaleza de la homosexualidad. Para unos se trata de una desviación del comportamiento sexual, mientras que otros la consideran una “variante”, una “preferencia”, una “condición constitutiva”, un estilo de vida alternativo. Para quienes así piensan, la homosexualidad ha de considerarse como una opción personal al mismo nivel de la opción heterosexual.
El sujeto homosexual ha tenido con frecuencia una relación poco sana con sus padres en la más tierna infancia. El homosexual se ve impedido, sin culpa suya, a ir hasta el final del amor heterosexual, provocándose en consecuencia un autoerotismo y una regresión. En la fase inicia descubre en un proceso doloroso su diferente manera de ser. El homosexual no decide serlo, sino que se encuentra que lo es. Le sigue la fase de la necesidad de satisfacción con personas de su mismo sexo. Viene luego la fase de la recíproca toma de contacto corporal. En la fase última hay desde relaciones homosexuales plenas hasta la convivencia de parejas homosexuales. La experiencia dice que ésta dura varios años sólo en pocos casos.
Podemos preguntarnos: ¿la homosexualidad o por lo menos la disposición a la homosexualidad es en sí natural?; y ¿si es natural, y esa orientación en sí misma no es inmoral, su ejercicio es inmoral?
Ante todo, recalquemos que el hecho de ser homosexual no pertenece al orden moral. Las tendencias en cuanto tales no son objeto de valoración moral. No es ni una “falta”, ni un “pecado”, ni un “vicio”: es un hecho. El sujeto que tiene tendencias homosexuales no ha escogido tenerlas, y sería injusto reprochárselas. Hay ciertamente que distinguir entre tendencia y conducta, entre sentimientos y actos. Además, el tener una orientación homosexual no significa que el sujeto quiera ejercer una actividad homosexual. Inclinación y comportamientos están relacionados, pero no se identifican ni se implican incondicionalmente.
Está claro que la homosexualidad se origina generalmente antes de que puedan tomarse decisiones personales y conscientes, es decir no es una elección libre que pueda ser cambiada fácilmente, aunque sí es posible salir de la homosexualidad, si uno está muy decidido a ello y encuentra las ayudas apropiadas. Por ello la condición homosexual no es en sí pecaminosa, aunque constituye, sin embargo, una tendencia más o menos fuerte, una tendencia hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral.
La orientación homosexual forma parte de la personalidad de algunos individuos, pero la persona humana es más grande, no se agota en esta orientación. Los seres humanos, seamos homo u heterosexuales, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos por Cristo, por lo que todos tenemos la misma dignidad personal. La persona es siempre más que su sexualidad o su comportamiento. El error reside a menudo en considerar que la homosexualidad define toda la identidad de la persona. Nuestro punto de partida no puede ser sino nuestra aceptación de ellos como personas, intentar comprenderles y solidarizarnos lealmente con sus sufrimientos y problemas, tales como son, de tal modo que se sientan acompañados y no rechazados ni abandonados. Se trata de tenderles puentes que ayuden a estas personas a sentirse integradas en una comunidad de gracia y acogida, que intenta hacer presente la misericordia de Dios hacia todos sus hijos. La persona homosexual tiene derecho a ser respetada, ya que su dignidad personal y sus derechos se basan en el hecho de ser seres humanos e hijos de Dios, no en su orientación sexual. “Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás, pues lesionan unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 10, 1-X1986).
La maduración de la sexualidad en el hombre y en la mujer, además de ser un proceso biológico, es también un proceso psicológico, que necesita ser ayudado y dirigido para que termine bien, es decir para que termine en una personalidad integrada, libre y responsable. En ellos están debilitadas la autoconfianza y la alegría de vivir, aparte de que con frecuencia las actitudes sociales hacia esta condición crean una actitud de tensión, de marginación, que puede tener efectos negativos profundos en el desarrollo de su personalidad y conducta, pudiendo conducir a un deterioro del carácter que impida su integración efectiva en la comunidad. No hay nada alegre en el estilo de vida homosexual, que muy a menudo consiste en una búsqueda interminable de amor a través de relaciones de codependencia. De hecho, entre los sujetos que tienen tendencias homosexuales, parece que sólo una pequeña minoría no experimenta su situación como una dificultad de la vida. Aquí se trata de ayudarle a encontrar su propio camino para que pueda sentirse a gusto consigo mismo, aunque esto no suponga la accesión a la heterosexualidad, que no hay por qué excluir a priori.
Comprender, aceptar y aprobar la homosexualidad son cosas muy distintas. Es nuestro deber comprender a quienes tienen este problema. Aceptar al homosexual significa ofrecerle nuestra amistad desinteresada y ayudarle a que pueda afrontar su situación, siempre con el fin de desarrollar su personalidad, a fin que encuentre un clima sereno en el que pueda realizarse, para que pueda alcanzar libremente la propia madurez en sus relaciones con Dios y el prójimo. Lo que no hemos de hacer es equiparar la homosexualidad con la heterosexualidad, o considerar como bueno lo que es simplemente una anomalía del instinto, si bien esta anomalía aún no tiene carácter moral.
Pedro Trevijano
El sujeto homosexual ha tenido con frecuencia una relación poco sana con sus padres en la más tierna infancia. El homosexual se ve impedido, sin culpa suya, a ir hasta el final del amor heterosexual, provocándose en consecuencia un autoerotismo y una regresión. En la fase inicia descubre en un proceso doloroso su diferente manera de ser. El homosexual no decide serlo, sino que se encuentra que lo es. Le sigue la fase de la necesidad de satisfacción con personas de su mismo sexo. Viene luego la fase de la recíproca toma de contacto corporal. En la fase última hay desde relaciones homosexuales plenas hasta la convivencia de parejas homosexuales. La experiencia dice que ésta dura varios años sólo en pocos casos.
Podemos preguntarnos: ¿la homosexualidad o por lo menos la disposición a la homosexualidad es en sí natural?; y ¿si es natural, y esa orientación en sí misma no es inmoral, su ejercicio es inmoral?
Ante todo, recalquemos que el hecho de ser homosexual no pertenece al orden moral. Las tendencias en cuanto tales no son objeto de valoración moral. No es ni una “falta”, ni un “pecado”, ni un “vicio”: es un hecho. El sujeto que tiene tendencias homosexuales no ha escogido tenerlas, y sería injusto reprochárselas. Hay ciertamente que distinguir entre tendencia y conducta, entre sentimientos y actos. Además, el tener una orientación homosexual no significa que el sujeto quiera ejercer una actividad homosexual. Inclinación y comportamientos están relacionados, pero no se identifican ni se implican incondicionalmente.
Está claro que la homosexualidad se origina generalmente antes de que puedan tomarse decisiones personales y conscientes, es decir no es una elección libre que pueda ser cambiada fácilmente, aunque sí es posible salir de la homosexualidad, si uno está muy decidido a ello y encuentra las ayudas apropiadas. Por ello la condición homosexual no es en sí pecaminosa, aunque constituye, sin embargo, una tendencia más o menos fuerte, una tendencia hacia un comportamiento intrínsecamente malo desde el punto de vista moral.
La orientación homosexual forma parte de la personalidad de algunos individuos, pero la persona humana es más grande, no se agota en esta orientación. Los seres humanos, seamos homo u heterosexuales, hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios y redimidos por Cristo, por lo que todos tenemos la misma dignidad personal. La persona es siempre más que su sexualidad o su comportamiento. El error reside a menudo en considerar que la homosexualidad define toda la identidad de la persona. Nuestro punto de partida no puede ser sino nuestra aceptación de ellos como personas, intentar comprenderles y solidarizarnos lealmente con sus sufrimientos y problemas, tales como son, de tal modo que se sientan acompañados y no rechazados ni abandonados. Se trata de tenderles puentes que ayuden a estas personas a sentirse integradas en una comunidad de gracia y acogida, que intenta hacer presente la misericordia de Dios hacia todos sus hijos. La persona homosexual tiene derecho a ser respetada, ya que su dignidad personal y sus derechos se basan en el hecho de ser seres humanos e hijos de Dios, no en su orientación sexual. “Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen. Revelan una falta de respeto por los demás, pues lesionan unos principios elementales sobre los que se basa una sana convivencia. La dignidad propia de toda persona siempre debe ser respetada en las palabras, en las acciones y en las legislaciones” (Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta a los Obispos de la Iglesia Católica sobre la atención pastoral a las personas homosexuales, nº 10, 1-X1986).
La maduración de la sexualidad en el hombre y en la mujer, además de ser un proceso biológico, es también un proceso psicológico, que necesita ser ayudado y dirigido para que termine bien, es decir para que termine en una personalidad integrada, libre y responsable. En ellos están debilitadas la autoconfianza y la alegría de vivir, aparte de que con frecuencia las actitudes sociales hacia esta condición crean una actitud de tensión, de marginación, que puede tener efectos negativos profundos en el desarrollo de su personalidad y conducta, pudiendo conducir a un deterioro del carácter que impida su integración efectiva en la comunidad. No hay nada alegre en el estilo de vida homosexual, que muy a menudo consiste en una búsqueda interminable de amor a través de relaciones de codependencia. De hecho, entre los sujetos que tienen tendencias homosexuales, parece que sólo una pequeña minoría no experimenta su situación como una dificultad de la vida. Aquí se trata de ayudarle a encontrar su propio camino para que pueda sentirse a gusto consigo mismo, aunque esto no suponga la accesión a la heterosexualidad, que no hay por qué excluir a priori.
Comprender, aceptar y aprobar la homosexualidad son cosas muy distintas. Es nuestro deber comprender a quienes tienen este problema. Aceptar al homosexual significa ofrecerle nuestra amistad desinteresada y ayudarle a que pueda afrontar su situación, siempre con el fin de desarrollar su personalidad, a fin que encuentre un clima sereno en el que pueda realizarse, para que pueda alcanzar libremente la propia madurez en sus relaciones con Dios y el prójimo. Lo que no hemos de hacer es equiparar la homosexualidad con la heterosexualidad, o considerar como bueno lo que es simplemente una anomalía del instinto, si bien esta anomalía aún no tiene carácter moral.
Pedro Trevijano
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