El Matrimonio: grandeza y problemas
Dios creó al ser humano como varón y mujer, para que se complementaran en el amor y transmitiesen la vida. Ambos tienen como personas la misma dignidad, igualdad que no significa uniformidad, porque en aquello que no son iguales son complementarios.
por Pedro Trevijano
Sobre el matrimonio, el Papa dijo en la Vigilia de Cuatro Vientos: “Vale la pena acoger en vuestro interior la llamada de Cristo y seguir con valentía y generosidad el camino que él nos proponga. A muchos, el Señor los llama al matrimonio, en el que un hombre y una mujer, formando una sola carne (cf. Gén 2,24), se realizan en una profunda vida de comunión. Es un horizonte luminoso y exigente a la vez. Un proyecto de amor verdadero que se renueva y ahonda cada día compartiendo alegrías y dificultades, y que se caracteriza por una entrega de la totalidad de la persona. Por eso, reconocer la belleza y bondad del matrimonio, significa que ser conscientes de que sólo un ámbito de fidelidad e indisolubilidad, así como de apertura al don divino de la vida, es el adecuado a la grandeza y dignidad del amor matrimonial”.
Dios creó al ser humano como varón y mujer, para que se complementaran en el amor y transmitiesen la vida. Ambos tienen como personas la misma dignidad, igualdad que no significa uniformidad, porque en aquello que no son iguales son complementarios. Hemos sido creados para amar y el amor debe caracterizar toda la vida de la persona, pero debe hacerse especialmente profundo allí donde un hombre y una mujer se aman en el matrimonio con un amor que transciende la pareja y les abre a la vida. No nos olvidemos que Dios es Amor (1 Jn 4,8 y 16), que todo amor verdadero proviene de Dios y que cuanto más ama el hombre más se parece a Dios.
Sexualidad y amor deben ir inseparablemente unidos, porque el encuentro sexual necesita apoyarse en el ámbito de un amor fiel y seguro, siendo nociva la realización de sexo sin amor. La donación física total es un engaño si no es signo y fruto de una donación donde está presente toda la persona. La libertad consiste en mandar en nosotros mismos, no dejándonos esclavizar por instintos y pasiones, sino sabiendo poner todas nuestras energías al servicio del amor. El matrimonio cristiano tiene conciencia de ser una imagen viva del amor entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5,21-33). La real amenaza contra el matrimonio es el pecado; lo que le renueva es saber perdonarse. Tampoco olvidemos la falta de diálogo, los problemas económicos y sociales y la falta de respeto. Lo que le fortalece es la oración y la confianza en Dios.
Para que haya matrimonio sacramental se requieren necesariamente tres elementos: a) el consentimiento expresado en libertad, b) la aceptación de una unión exclusiva y para toda la vida, lo que supone la exclusión de las relaciones amorosas al margen del matrimonio. Sobre la indisolubilidad hay que decir que corresponde a la esencia del amor el entregarse mutuamente sin reservas, también porque es imagen de la fidelidad incondicional de Dios y de la entrega de Cristo a su Iglesia, que llegó hasta la muerte en cruz, y c) la apertura a los hijos, lo que supone estar abiertos a la fecundidad y a los hijos que Dios les quiera conceder, si bien la Iglesia afirma y defiende el derecho de un matrimonio, dentro del marco de la regulación natural de la fecundidad, de poder decidir ellos mismos el número de hijos y la distancia entre los nacimientos, debiendo actuar el matrimonio con “responsabilidad generosa, humana y cristiana” (GS 50).
No olvidemos los enemigos externos que tiene el matrimonio, como sucede en España con su legislación profundamente anticatólica: el divorcio exprés, el matrimonio homosexual, la Educación para la Ciudadanía, el aborto, la ideología de género y, si Dios y nosotros no lo remediamos, la eutanasia. Recordemos las palabras de Cristo: “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16 y 20), y decidamos qué es lo mejor para nuestra vida. optar por Cristo o en contra de él. .Pero si optamos por Cristo recordemos que ello supone tomarnos en serio nuestra vida de fe y de oración.
Dios creó al ser humano como varón y mujer, para que se complementaran en el amor y transmitiesen la vida. Ambos tienen como personas la misma dignidad, igualdad que no significa uniformidad, porque en aquello que no son iguales son complementarios. Hemos sido creados para amar y el amor debe caracterizar toda la vida de la persona, pero debe hacerse especialmente profundo allí donde un hombre y una mujer se aman en el matrimonio con un amor que transciende la pareja y les abre a la vida. No nos olvidemos que Dios es Amor (1 Jn 4,8 y 16), que todo amor verdadero proviene de Dios y que cuanto más ama el hombre más se parece a Dios.
Sexualidad y amor deben ir inseparablemente unidos, porque el encuentro sexual necesita apoyarse en el ámbito de un amor fiel y seguro, siendo nociva la realización de sexo sin amor. La donación física total es un engaño si no es signo y fruto de una donación donde está presente toda la persona. La libertad consiste en mandar en nosotros mismos, no dejándonos esclavizar por instintos y pasiones, sino sabiendo poner todas nuestras energías al servicio del amor. El matrimonio cristiano tiene conciencia de ser una imagen viva del amor entre Cristo y su Iglesia (cf. Ef 5,21-33). La real amenaza contra el matrimonio es el pecado; lo que le renueva es saber perdonarse. Tampoco olvidemos la falta de diálogo, los problemas económicos y sociales y la falta de respeto. Lo que le fortalece es la oración y la confianza en Dios.
Para que haya matrimonio sacramental se requieren necesariamente tres elementos: a) el consentimiento expresado en libertad, b) la aceptación de una unión exclusiva y para toda la vida, lo que supone la exclusión de las relaciones amorosas al margen del matrimonio. Sobre la indisolubilidad hay que decir que corresponde a la esencia del amor el entregarse mutuamente sin reservas, también porque es imagen de la fidelidad incondicional de Dios y de la entrega de Cristo a su Iglesia, que llegó hasta la muerte en cruz, y c) la apertura a los hijos, lo que supone estar abiertos a la fecundidad y a los hijos que Dios les quiera conceder, si bien la Iglesia afirma y defiende el derecho de un matrimonio, dentro del marco de la regulación natural de la fecundidad, de poder decidir ellos mismos el número de hijos y la distancia entre los nacimientos, debiendo actuar el matrimonio con “responsabilidad generosa, humana y cristiana” (GS 50).
No olvidemos los enemigos externos que tiene el matrimonio, como sucede en España con su legislación profundamente anticatólica: el divorcio exprés, el matrimonio homosexual, la Educación para la Ciudadanía, el aborto, la ideología de género y, si Dios y nosotros no lo remediamos, la eutanasia. Recordemos las palabras de Cristo: “por sus frutos los conoceréis” (Mt 7,16 y 20), y decidamos qué es lo mejor para nuestra vida. optar por Cristo o en contra de él. .Pero si optamos por Cristo recordemos que ello supone tomarnos en serio nuestra vida de fe y de oración.
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