El Gobierno no miente: es relativista
por Pedro Trevijano
Como muchos españoles, cuando he sabido que el famoso comité de expertos que ha dirigido estos meses la lucha contra el Covid no ha existido jamás y era una pura invención del Gobierno, no he podido por menos de pensar que el Gobierno se ha burlado de nosotros y considera que los españoles somos un hatajo de imbéciles, del que uno se puede reír y menospreciar a su gusto.
Ésta ha sido mi primera reacción. Pero me ha parecido un tema de suficiente envergadura como para reflexionas más sobre él y éste ha sido mi razonamiento.
En España nuestros gobernantes son seguidores de tres ideologías, que desde luego no son incompatibles entre sí, sino que en bastantes casos se apoyan mutuamente: la ideología relativista, la marxista y la de género. En este caso concreto creo que la ideología de género tiene muy poco o nada que decir, por lo que podemos prescindir de ella. Algo parecido podemos decir de la marxista, salvo el principio de que “La Verdad es lo que conviene al Partido”. Por ello vamos a centrarnos en el relativismo.
Los relativistas generalmente no creen en Dios o por lo menos son agnósticos, y en consecuencia tampoco en la Ley ni en el Derecho Natural. En consecuencia la Verdad y el Bien no son algo objetivo, sino que, llegado un momento dado, son perfectamente modificables: lo que ayer era malo y mentira, hoy puede ser bueno y verdad y al revés. “Nada es Verdad ni Mentira, todo es según el color del cristal con que se mira”, dice un muy conocido refrán. En esta ideología no se piensa que contra el hecho no valen argumentos, sino que en un conflicto entre mi ideología y la realidad es la realidad la que debe adaptarse a mi ideología, y no al revés.
En la concepción relativista el orden social no se ve como reposando en las leyes de Dios o de la naturaleza, sino como resultado de las elecciones libres del individuo y del pueblo soberano. Las decisiones, en teoría, se toman apoyándose en las luces de la razón y eventualmente de las ciencias, pero esta postura nos lleva a dar por supuesta una ética en la que la clave para distinguir el bien del mal reside en la propia persona. Al no existir Dios, o al menos, no contar con Él para nada, no existe un Ser Superior a nosotros y cada uno de nosotros es la máxima autoridad. A nivel individual nos encontramos, por tanto, con el subjetivismo y la no existencia de reglas generales universalmente válidas. Se confía tan solo en la libertad, desarraigada de toda objetividad.
Cualquier doctrina o modo de pensar vale lo mismo que cualquier otro, por lo que todo se reduce a opinión, aunque para evitar el caos y como nos consideramos demócratas, es la voluntad popular la que decide cómo debemos actuar.
Pero la voluntad popular es la que expresa el parlamento, por lo que conociendo como funciona éste y la disciplina de partido, nos encontramos con la dictadura de unos pocos o incluso de una sola persona. Así el relativismo se convierte en una dictadura e incluso en una dictadura totalitaria, porque es esa persona o grupito de personas las que deciden cómo se ha de actuar.
Creo que es así como funciona la mente de los relativistas. Por tanto para nuestro Gobierno, que es relativista, aunque te metan trolas del calibre del inexistente comité de expertos, que de paso indica su nulo respeto al pueblo español, en su concepción no mienten, porque lo que es verdad o mentira no es algo objetivo, sino lo que decide la voluntad popular, encarnada en el Gobierno, es decir en ellos.
Los creyentes, en cambio, tenemos otra concepción. Ser criatura quiere decir ser amados por el Creador. Nuestra libertad tiene sentido porque alguien, nuestros padres y sin olvidar tampoco a Dios, nos han enseñado a caminar, a hablar y a amar. Para ser libres necesitamos haber recibido un legado de amor, no partir del cero más absoluto. Lo mismo que cuando compro un reloj me suelen dar un librito de instrucciones sobre su uso, cuando venimos al mundo también venimos acompañados por nuestro librito de instrucciones, que no es otro que mi conciencia moral y la Ley Natural, que es la expresión de lo que somos esencialmente, para así hacer el Bien y evitar el Mal.
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