Las ideas tienen consecuencias: el caso espectacular de la ideología de género
Sí, las ideas tienen consecuencias y estas pueden ser buenas o malas. Hablar de ideas es una forma de simplificar el concepto. En realidad, hemos de referirnos a la cultura entendida como un conjunto de conocimientos, ideas, tradiciones y costumbres que caracterizan a un pueblo, a una clase social, a una época. Esta cultura presenta unas ideas fuerza en cada momento histórico, que se imponen a las demás y consiguen la hegemonía. La Primera Guerra Mundial, tan trágica y sangrienta, difícilmente se hubiera producido si muchas de las poblaciones de los distintos países, entre ellos franceses, alemanes y británicos, no hubieran celebrado con insensata alegría la declaración del conflicto. Existía en el ambiente una cultura favorable a la guerra.
Que las ideas pueden modificar la realidad lo podemos constatar fácilmente acudiendo a Marx. Escribió un libro, El Capital, y conjuntamente con Engels publicó el Manifiesto comunista, que de rebote en rebote produjo la revolución rusa, que el propio Marx no preveía. De ahí surgieron la URSS y la Guerra Fría, y sus consecuencias cambiaron para mal la vida de millones de personas durante bastante más de medio siglo.
Y esto es así porque aquellas ideas construyen marcos de referencia dentro de los cuales adoptamos opiniones, formulamos criterios y tomamos decisiones, influidos por ellos y al mismo tiempo pensando que en realidad actuamos por cuenta propia. Este es el riesgo, sobre todo cuando en nuestro tiempo la capacidad del poder para influir sobre la gente es enorme. La privacidad ya no existe, los espectáculos, los juegos, las informaciones, todo puede estar concebido para condicionarnos. Las redes sociales proporcionan a sus magnates todo lo que necesitan para saber sobre nosotros mismos más de lo que nosotros sabemos.
Estas ideas fuerza son tan determinantes, que han dado paso a las llamadas batallas culturales. Es algo de nuestro siglo, pero ya fue en buena medida teorizado a principios del siglo XX desde una posición marxista por parte del dirigente del Partido Comunista Italiano Antonio Gramsci. Él refirió claramente que para conseguir el poder político es previo asegurar antes la hegemonía cultural, y para mantenerlo era necesario disponer de esta hegemonía.
Hoy todos los que nos gobiernan lo saben, y la progresía es quien de entre todos lo conoce y controla mejor. De ahí el lenguaje performativo y los llamados “estudios culturales” y los “estudios de género”, y la doctrina de la “cancelación”, la versión ideológica actual del viejo ostracismo, recurso ateniense para castigar a los adversarios. Todos son aparatos intelectuales que teorizan y aplican la dominación por medio de la hegemonía cultural.
Hoy, una de las ideologías dominantes que se han apoderado del aparato del estado es la llamada perspectiva de género.
La prosperidad de esta ideología responde a una confluencia insólita, una alianza objetiva entre el liberalismo cosmopolita de la globalización, el de las reducidas élites económicas con gran poder económico, también la industria del entretenimiento en todas sus facetas y la progresía, la post izquierda, que surge después del declive y práctica extinción del marxismo.
Para los primeros, la perspectiva de género ofrece la oportunidad de situar en segundo plano las causas de la desigualdad, las económicas, que además son estructurales, y sustituirlas por las desigualdades de género y de identidades de género. Los grupos LGBTIQ+ le han comido el territorio al feminismo radical en España, demostrando que quien corta el bacalao es quien tiene de su parte el poder del gobierno, y no una presencia más bien no muy numerosa en la calle. Aquella difuminación de las causas reales de la desigualdad es fantástica para el poder económico, como lo demuestra el Ministerio para la Igualdad, que carece de toda competencia en la materia.
Para el progresismo, la alianza le reporta que, una vez perdido el gran relato del marxismo, encuentra en la ideología de género un sucedáneo de utopía redentora que, como aquélla, termina en distopía destructora del ser humano.
Unos ganan en impunidad, en las consecuencias de su actividad económica, la desigualdad rampante, y la progresía queda bien, o eso cree, repartiendo unos cuantos “donuts” entre la población. Para la izquierda de género les permite suplir la redención marxista por la de género. De ahí la alianza objetiva, buscada y construida por la confluencia de intereses comunes.
El problema de la perspectiva de género es que es incompatible con la sociedad que hemos construido, basada en unos fundamentos de matriz cristiana, una cultura, que ya no una fe, de este tipo. Por eso bajo la dinámica actual el estado de derecho no tiene cabida, transformado en estado de leyes. Y los fundamentos del estado del bienestar y la productividad a largo plazo, todo aquello que nos permite vivir como vivimos, no pueden sostenerse. Si a esto se le suma la crisis ambiental y los costes de la transición ecológica, el panorama lo es todo menos bueno.
Pero existe una respuesta si los cristianos se ponen las pilas y la Iglesia en Europa alza la cabeza y asume su misión histórica. La de siempre.
Publicado en Forum Libertas.
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