El año del Papa tranquilo
La búsqueda desenfrenada del placer y la libertad malentendida se traducen en una violencia que nos deja sin aliento. Y el Papa pide una lucha, también cultural y educativa, contra este desvarío de la mente y del corazón.
por José Luis Restán
Confiesa las angustias y tribulaciones de este año que concluye. Lo hace delante de sus colaboradores de la Curia romana pero sabe que su palabra llega a los confines del mundo. Y dice que con frecuencia le ha venido a los labios la oración que la Iglesia repite en estos días de Adviento: "Excita, Domine, potentiam tuam, et veni". Pero a través de tantas dificultades, reconoce que si miramos bien, el poder y la bondad de Dios se han hecho presentes de muchas maneras a lo largo de este duro año.
El discurso no iba a ser pacífico. Se nota desde las primeras líneas, cuando recuerda que oraciones como ésta se formularon por la Iglesia en el período de decadencia del Imperio Romano, cuando todo parecía descomponerse y los hombres se sentían movidos a invocar a Dios porque no vislumbraban otra fuerza que pudiese frenar aquel ocaso. También hoy, dice Benedicto, nosotros tenemos muchos motivos para asociarnos a esta oración. Y la primera mirada la dirige a los propios cristianos, para reconocer que con frecuencia estamos somnolientos, como si nuestra fe se hubiese cansado.
Después, antes de contemplar cara a cara el pus de la herida, el Papa enhebra un canto bellísimo sobre el sacerdocio: "qué bello es que hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia". Y por eso nos hiere profundamente que algunos ministros de esta Gracia hayan acarreado semejante daño a los más inocentes.
Y entonces el Papa teólogo saca a la luz una pieza durísima de santa Hildegarda de Bingen para describir este daño y su raíz. En esa visión "el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo", y es así, confiesa Benedicto XVI, como lo hemos visto nosotros. "Su vestido está desgarrado por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva". Es el resumen de un año al timón de la barca en medio de la tempestad, sin desviarse un milímetro. Y aún insiste: "debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio... de manera que una cosa semejante pudiera suceder... Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder".
La mirada del Papa se dirige después al contexto cultural y espiritual de nuestro mundo, que tiene mucho que ver con lo sucedido también en la Iglesia. Y denuncia con severidad de hierro la cultura del relativismo ilustrada en sendas tragedias: el comercio sexual, especialmente de los niños, y la bestia de la droga que devora generaciones enteras en tantos lugares de la tierra. La búsqueda desenfrenada del placer y la libertad malentendida se traducen en una violencia que nos deja sin aliento. Y el Papa pide una lucha, también cultural y educativa, contra este desvarío de la mente y del corazón.
La segunda parte del discurso se orienta hacia los cristianos de Oriente Medio, los hijos más vulnerables porque sobre ellos se cierne como una avalancha la extorsión y el asesinato. "Cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada". Y el Papa evoca los trabajos del reciente Sínodo que "ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo... así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia, para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación".
Por último el Papa se refiere a su viaje al Reino Unido, porque en él se resumen de algún modo sus grandes preocupaciones de esta hora. En primer lugar esa ceguera de la razón que se niega a entrar en las preguntas esenciales de lo humano, y que así priva de fundamento la vida personal y social. En despertar y abrir esta razón cegada se juega el futuro del mundo, y la fe cristiana está llamada a desarrollar aquí su misión. Después se refiere al beato John Henry Newman y al itinerario de su conversión, movida siempre por la fuerza de la conciencia. Éste es uno de los temas más queridos por el Papa Ratzinger: la conciencia como capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. "El camino de la conversión de Newman es un camino de la conciencia, un camino no de la subjetividad que se afirma, sino precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se le abría". Y de nuevo Benedicto XVI rinde homenaje a su maestro Newman, al recordar que su gran novedad apenas fue escuchada y comprendida por la teología católica de su tiempo, pero ahora él lo propone como modelo para afrontar este momento histórico a toda la Iglesia.
La breve evocación a los viajes realizados a Portugal, Malta y España es para subrayar que "en ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora". Cinco veces ha pronunciado Benedicto esta oración en apenas seis folios de discurso: "Excita, Domine, potentiam tuam, et veni". Partimos de su aparente ausencia cuando vemos tanto desvarío y tanta traición, pero "si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias".
Publicado en PáginasDigital.es
El discurso no iba a ser pacífico. Se nota desde las primeras líneas, cuando recuerda que oraciones como ésta se formularon por la Iglesia en el período de decadencia del Imperio Romano, cuando todo parecía descomponerse y los hombres se sentían movidos a invocar a Dios porque no vislumbraban otra fuerza que pudiese frenar aquel ocaso. También hoy, dice Benedicto, nosotros tenemos muchos motivos para asociarnos a esta oración. Y la primera mirada la dirige a los propios cristianos, para reconocer que con frecuencia estamos somnolientos, como si nuestra fe se hubiese cansado.
Después, antes de contemplar cara a cara el pus de la herida, el Papa enhebra un canto bellísimo sobre el sacerdocio: "qué bello es que hayamos sido autorizados a pronunciar, en nombre de Dios y con pleno poder, la palabra del perdón, y seamos así capaces de cambiar el mundo, la vida; qué hermoso es que hayamos sido autorizados a pronunciar las palabras de la consagración, con las que el Señor atrae hacia sí un trozo de mundo, y en cierta forma lo transforme en su sustancia; qué hermoso es poder estar, con la fuerza del Señor, cerca de los hombres en sus alegrías y sufrimientos, tanto en las horas importantes como en las horas oscuras de la existencia". Y por eso nos hiere profundamente que algunos ministros de esta Gracia hayan acarreado semejante daño a los más inocentes.
Y entonces el Papa teólogo saca a la luz una pieza durísima de santa Hildegarda de Bingen para describir este daño y su raíz. En esa visión "el rostro de la Iglesia está cubierto de polvo", y es así, confiesa Benedicto XVI, como lo hemos visto nosotros. "Su vestido está desgarrado por culpa de los sacerdotes. Así como ella lo vio y expresó, lo hemos vivido este año. Debemos aceptar esta humillación como una exhortación a la verdad y una llamada a la renovación. Sólo la verdad salva". Es el resumen de un año al timón de la barca en medio de la tempestad, sin desviarse un milímetro. Y aún insiste: "debemos preguntarnos qué era equivocado en nuestro anuncio... de manera que una cosa semejante pudiera suceder... Debemos ser capaces de penitencia. Debemos esforzarnos en intentar todo lo posible, en la preparación al sacerdocio, para que una cosa semejante no pueda volver a suceder".
La mirada del Papa se dirige después al contexto cultural y espiritual de nuestro mundo, que tiene mucho que ver con lo sucedido también en la Iglesia. Y denuncia con severidad de hierro la cultura del relativismo ilustrada en sendas tragedias: el comercio sexual, especialmente de los niños, y la bestia de la droga que devora generaciones enteras en tantos lugares de la tierra. La búsqueda desenfrenada del placer y la libertad malentendida se traducen en una violencia que nos deja sin aliento. Y el Papa pide una lucha, también cultural y educativa, contra este desvarío de la mente y del corazón.
La segunda parte del discurso se orienta hacia los cristianos de Oriente Medio, los hijos más vulnerables porque sobre ellos se cierne como una avalancha la extorsión y el asesinato. "Cada vez más con temor somos testigos de actos de violencia en los que ya no se respeta lo que para el otro es sagrado, sino que al contrario, se derrumban las reglas más elementales de la humanidad. En la situación actual, los cristianos son la minoría más oprimida y atormentada". Y el Papa evoca los trabajos del reciente Sínodo que "ha desarrollado un gran concepto de diálogo, de perdón y de mutua acogida, un concepto que queremos ahora gritar al mundo... así las palabras y las ideas del Sínodo deben ser un fuerte grito dirigido a todas las personas con responsabilidad política o religiosa para que detengan la cristianofobia, para que se levanten en defensa de los prófugos y de los que sufren y revitalicen el espíritu de la reconciliación".
Por último el Papa se refiere a su viaje al Reino Unido, porque en él se resumen de algún modo sus grandes preocupaciones de esta hora. En primer lugar esa ceguera de la razón que se niega a entrar en las preguntas esenciales de lo humano, y que así priva de fundamento la vida personal y social. En despertar y abrir esta razón cegada se juega el futuro del mundo, y la fe cristiana está llamada a desarrollar aquí su misión. Después se refiere al beato John Henry Newman y al itinerario de su conversión, movida siempre por la fuerza de la conciencia. Éste es uno de los temas más queridos por el Papa Ratzinger: la conciencia como capacidad de verdad y de obediencia a la verdad, que se muestra al hombre que busca con corazón abierto. "El camino de la conversión de Newman es un camino de la conciencia, un camino no de la subjetividad que se afirma, sino precisamente al contrario, de la obediencia a la verdad que paso a paso se le abría". Y de nuevo Benedicto XVI rinde homenaje a su maestro Newman, al recordar que su gran novedad apenas fue escuchada y comprendida por la teología católica de su tiempo, pero ahora él lo propone como modelo para afrontar este momento histórico a toda la Iglesia.
La breve evocación a los viajes realizados a Portugal, Malta y España es para subrayar que "en ellos se ha hecho nuevamente visible que la fe no es algo del pasado, sino un encuentro con Dios que vive y actúa ahora". Cinco veces ha pronunciado Benedicto esta oración en apenas seis folios de discurso: "Excita, Domine, potentiam tuam, et veni". Partimos de su aparente ausencia cuando vemos tanto desvarío y tanta traición, pero "si abrimos nuestros ojos, precisamente en la retrospectiva del año que llega a su fin, puede hacerse visible que el poder y la bondad de Dios están presentes de muchas maneras también hoy. Así todos tenemos motivos para darle gracias".
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