Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Rito ordinario, rito extraordinario y libertad de los hijos de Dios

por Alberto Royo Mejia

(dedicado a un buen amigo, Rodolfo Vargas Rubio)

 

El que escribe este artículo nació en diciembre del año 1965, recién concluido en Concilio Vaticano II y nunca vio celebrar lo que hoy llamamos el “rito extraordinario” en los primeros 25 años de su vida, ni en su parroquia ni en ninguna otra parroquia que visitó ni en el seminario diocesano en el que se preparó para el sacerdocio, como es de esperar en alguien que hasta entonces siempre vivió en España (si hubiese vivido en Francia o Alemania, quizás otro gallo hubiese cantado).

 

Ocurrió que cuando dicho joven sacerdote estaba en Roma estudiando cánones quiso en los veranos (y en alguna semana santa) aprender algo de  alemán, por lo que habló con un compañero que pertenecía a la diócesis de Augsburgo y éste le buscó un lugar donde habitar en Alemania, en un santuario diocesano situado a las afueras del pueblecito de Wigratzbad, no lejos de Lindau.

 

A los que conocen la historia del movimiento tradicionalista reciente el nombre del lugar les resultará familiar. En efecto, coincidió que justo en las inmediaciones de dicho santuario se encontraba el primer seminario que tuvo la fraternidad San Pedro, de sacerdotes seculares de lo que entonces se llamaba “rito tradicional” y hoy se llama “extraordinario”. Allí tuvo la sorpresa de ver celebrar por primera vez dicho rito, incluyendo no sólo la Misa, sino también las liturgia de las horas, cuyas vísperas solemnes de Pascua eran para quitarse el sombrero (si es que se pudiese llevar puesto en la iglesia) por la solemnidad y la belleza de las ceremonias.

 

Con los seminaristas de Wigratzbad hizo amistades el recién ordenado sacerdote, entre ellas hay que destacar al que hoy en día es profesor de dicho seminario, también canonista con título romano, don José Calvín, que si no me equivoco debe ser el único sacerdote español de dicha Fraternidad, clérigo ejemplar, alegre, sabio y muy fiel a la Iglesia, y que por los avatares de la vida el autor del artículo lleva años sin ver.

 

Pero lo más importante es que a dicho curita joven se le quitaron muchos prejuicios que había adquirido en el seminario, en el cual le habían hablado de aquel rito antiguo como una cosa horrenda, la degeneración de la liturgia. El profesor de liturgia de dicho seminario, don Pedro, que en paz descanse, sólo sabía hablar de creatividad litúrgica, iniciativa de la comunidad celebrante, etc., y mandaba a sus alumnos que compusiesen ellos mismos formularios de Misas que quizás luego una vez ordenados podían usar, a la vez que denigraba el rito anterior con palabras altisonante. En Wigratzbad el autor de este artículo conoció la belleza de la liturgia tradicional, si se celebra bien, así como había conocido la belleza de la nueva liturgia viéndola celebrar devotamente a Juan Pablo II, al mismo Cardenal Ratzinger, que tuvo ocasión de tratar bastante en Roma, a Don Marcelo Martín, a su propio obispo, y a muchos clérigos piadosos.

 

Años después, el mismo joven sacerdote viajó con amigos a hacer un retiro al monasterio francés de Santa Magdalena de Le Barroux, y allí también pudo disfrutar de la belleza de dicha liturgia, esta vez vivida en ambientes monásticos. Y, a partir de entonces, no la ha vuelto a ver celebrar, aunque desde entonces ha llovido bastante. Sin embargo, agradece a Dios el haber conocido dicha liturgia, pues entiende perfectamente porqué a algunos les puede gustar mucho, incluso más que la actual. No es su caso, pues es muy feliz celebrando diariamente la liturgia del Vaticano II, pero entiende que otros prefieran la otra.

 

Además, como ya no es el curita  joven de entonces, ha visto mucho en esta vida, y entre otras cosas, en algunas ocasiones y lugares, ciertas chabacanerías litúrgicas, ciertas ordinarieces celebrativas, ciertas explosiones de originalidad clerical a la hora de celebrar, por no decir cosas peores, que hacen que la gente se quede en su casa en vez de ir a aguantarlas, o que busquen otras cosas mejores, entre las que ¿porqué no? puede estar la forma tradicional de la liturgia. Por eso, el autor de este artículo, que como ya ha manifestado, siempre celebra y piensa celebrar el de ahora, es un gran defensor del rito extraordinario, porque en muchos lugares ha ayudado a los fieles a mantener viva la fe, cuando los curas de dichos lugares no tenían clara su propia  fe.

 

Por otro lado, el autor del artículo leyó y disfrutó, y lo sigue haciendo, los escritos de un gran santo del siglo XX, el P. Escrivá de Balaguer, que no tiene nada que ver con esto de los ritos, pero que escribió y predicó mucho sobre la libertad de los hijos de Dios. Muchas de las cosas que el santo decían se quedaron grabadas en el corazón del que abajo firma.Aplicándolo a este tema, si nos tomamos en serio dicha libertad, vemos que la decisión de Benedicto XVI de “liberalizar” el rito tradicional es una expresión de ella y elegir dicha liturgia es también expresión de la libertad de los hijos de Dios.

Libertad que para ser tal tiene que vivirse en el orden y en la obediencia -cosas que están ya incluidas en el Motu Proprio de Benedicto- por lo que el que sigue dicho documento papal usa de su genuina libertad, mientras que los curas del progresío (y del carquerío) que se inventan los ritos o hacen de su capa un sayo no viven dicha libertad sino su propio libertinaje.

 

Otra cosa es la prudencia pastoral, que se debe combinar con la susodicha libertad: No todo pega en todas partes y cuando un rito es llamado “extraordinario” es porque tiene que ser extraordinario, y el otro es el que de ordinario se usa en la Iglesia actual. A alguno le puede gustar poco dicha distinción, pero no se la ha inventado el abajo firmante, sino que viene dada por las circunstancias en las que nos encontramos y por la sabiduría de la Iglesia. Si de esa sabiduría no hacen gala también los clérigos, es cosa suya, desde luego la cosa está bastante clara en las disposiciones del “Summorum Pontificum”. Algunos creen que dicho documento da demasiada libertad, otros creen que no promueve suficientemente el rito extraordinario. El abajo firmante cree que lo mejor es ir al paso de la Iglesia, en este caso, al paso del Motu Proprio, que concede una cierta libertad ritual, pero que deja un rito como ordinario y el otro como extraordinario.

ALBERTO ROYO MEJÍA

 

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