Recibo noticias de un amigo sacerdote que ha pasado unos días de retiro en un monasterio gallego. Me cuentan que, si bien lo remoto del lugar le ha ayudado a dedicarse a la contemplación, volvía espantado de la liturgia de aquellos monjes, sobre todo de la celebración de la Misa, en la que todo parecido con el misal parece ser pura coincidencia, y además bastante esporádica, pues lo normal es hacer lo que quieren, se reparten las oraciones de la Misa entre padres y hermanos legos sin ningún respeto a lo que dice el Misal. No es que haya caos ni desorden, está todo bien organizado, pero la comunidad ha elegido hacer algo que, si bien no es feo, se parece poco a lo que la Iglesia pide que sea la celebración eucarística. Aún así, dicha liturgia tipo “yo me lo guiso y yo me lo como” se podría considerar de una ortodoxia exquisita, casi solesmense, si se compara con otras, como la que veíamos en los medios digitales celebrada hace unos meses, por unos jesuitas de Cataluña, concretamente en la Pascua joven que celebraron y en los que la parece “hecha en casa”, como si fuera un flan o unas natillas caseras. Por otro lado, precisamente estos dos postres podrían acompañar a las rosquillas que dan en la iglesia de San Carlos Borromeo, en Vallecas (Madrid), con ocasión de ciertas celebraciones, aunque me parece que son paralitúrgicas, para la liturgia reservan otras cosas estrambóticas, pero no llegan a lo de las rosquillas. En sentido opuesto, hay curas -especialmente jóvenes- que han descubierto recientemente todo lo tradicional y hacen unas mezclas entre el rito de ahora y el de antes que no hay por dónde cogerlas. Ya hace unos meses hablaba de un pueblo de Toledo en que pueblo no va ni un solo joven a Misa porque el cura celebra la Misa de espaldas a la gente, se pone un bonete que a todos les da la risa y hace una celebración interminable de la que entienden poco y pasan mucho. Por supuesto, el coro que había de jóvenes duró pocas semanas con el nuevo cura. Otros casos se podrían citar de estos curitas deslumbrados por lo antiguo que se niegan a dar la comunión en la mano, introducen cosas del rito antiguo en el actual y confunden a la gente Y es que en eso de hacer de su capa un sayo en materia litúrgica se puede caer por un lado y por el otro, que los extremos se tocan. Es verdad que la liturgia tradicional dejaba poco margen para la “creatividad”, con lo que se preservaba la unidad de la liturgia de la Iglesia, pero también en el uso de ese rito se puede caer en la excentricidad y extravagancia, sobre todo cuando se quiere aplicar a situaciones y lugares donde no pega ni con cola. En todo esto entra en juego el traído y llevado “ars celebrandi”, del que se habla mucho últimamente. No se trata ni mucho menos de celebrar sintiéndose el ministro del altar un artista que tiene que lucirse, ni tampoco se trata de convertir cada Misa en una obra de arte de dicción, retórica, bel canto y orfebrería, sino algo muy distinto. ¿De qué se trata? Pues una vez más Benedicto XVI sale al paso y nos lo explica, él que tanto ha reflexionado y escrito sobre liturgia. Dice el Pontífice: “El primer modo con el que se favorece la participación del Pueblo de Dios en el Rito sagrado es la adecuada celebración del Rito mismo. El ars celebrandi es la mejor premisa para la actuosa participatio. El ars celebrandi proviene de la obediencia fiel a las normas litúrgicas en su plenitud, pues es precisamente este modo de celebrar lo que asegura desde hace dos mil años la vida de fe de todos los creyentes, los cuales están llamados a vivir la celebración como Pueblo de Dios, sacerdocio real, nación santa (cf. 1 P 2,4-5.9).” Curiosamente, aunque Benedicto XVI pone el comienzo del “ars celebrandi” en la obediencia a las normas litúrgicas, dicha obediencia no es un fin en sí mismo, sino que lleva más lejos, a algo que no tiene que ver con el arte ni la belleza, sino con algo todavía más importante: La vida de fe de los creyentes. Vaya, que para celebrar con arte hay que pensar en el bien de los demás, concretamente en los fieles, los de la Iglesia universal y los que están presenciando esa celebración, si es que hay. Por tanto, cuando un cura se inventa la liturgia o mezcla lo del Misal con su propia cosecha o mezcla ritos, dicha desobediencia a las normas litúrgicas es un daño a los fieles, que no tiene derecho a infligirles. ¿Porqué un daño, si puede ocurrir que a los fieles les guste y se lo pasen bien? Pues es un daño porque el cura les está dando su propia liturgia, no la de la Iglesia, y por tanto les está dando gato por liebre, les está haciendo padecer su propia originalidad, gusto o manías, cuando ha sido ordenado para poner a los fieles en comunión con toda la Iglesia a través de la liturgia común de todos. Y por último, porque las liturgias inventadas o mezcladas suelen ser mucho más feas que la auténtica de la Iglesia. A alguno le puede parecer exagerado el querer identificar el bien de los fieles con la fidelidad a las rúbricas del Misal. Pero no soy yo el que lo dice, lo dice la misma Iglesia, de la que yo lo copio. De hecho, en la Instrucción “Liturgicae Instaurationes”, que no tiene pérdida se viene a decir esto y se concluye: “La eficacia de las acciones litúrgicas no está en la búsqueda continua de novedades rituales, o de simplificaciones ulteriores, sino en la profundización de la palabra de Dios y del misterio celebrado, cuya presencia está asegurada por la observancia de los ritos de la Iglesia y no de los impuestos por el gusto personal de cada sacerdote. Téngase presente, además, que la imposición de reconstrucciones personales de los ritos sagrados por parte del sacerdote ofende la dignidad de los fieles y abre el camino al individualismo y al personalismo en la celebración de acciones que directamente pertenecen a toda la Iglesia” Y quede bien claro que esta Instrucción no es algo de Benedicto XVI, a quien algunos miran con mala cara porque les parece demasiado tradicional en lo litúrgico, sino que es de tiempos de otro Papa nada sospechoso de carca: Pablo VI, pues fue publicada en 1970. Al pobre Pontífice, que ya sufrió mucho por motivos litúrgicos, como es bien sabido, le hubiese dado un pasmo de haber sabido el poco caso que se iba a hacer de esa Instrucción en los decenios siguientes… Quién sabe si ahora ya por fin nosotros clérigos estamos más preparados pare pensar en el bien de los fieles y no en nuestros propios gustos.