Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Cuál es el peor enemigo de la Iglesia?

por Alberto Royo Mejia

Queda feo hablar de enemigos, no debería haber necesidad de hacerlo, porque el Señor vino a predicar la paz y el amor y eso no debería provocar enemigos. Sin embargo, ya el mismo Jesús habló de persecuciones, de padres que se enfrentarían con los hijos e hijos con los padres, etc, por lo que, cuando Él lo dijo, no debería extrañarnos que los cristianos tuviesen enemigos. Como somos adultos y ya no nos chupamos el dedo, tendremos que reconocer que así como la Iglesia ha tenido en enemigos en el pasado, todavía los sigue teniendo en el presente y con toda probabilidad los seguirá teniendo en el futuro.

 

Esto le puede llevar a alguno al victimismo, actitud que hace que uno exagere ciertas palabras y acciones ajenas, viendo enemigos donde no los hay, llenándose de recelo y pasándolo mal, por lo que es una actitud triste y además inútil, pues no lleva a ningún lado ni disminuye los problemas. De los que se hacen las víctimas hay muchos hoy en día y los ha habido siempre. Son los que con facilidad ven persecuciones a la Iglesia en los políticos, pensadores, medios de comunicación, cuando lo que hay muchas veces son simplemente opiniones diferentes, dichas con más o menos ampulosidad. Lo contrario es la ingenuidad de creerse que todo el mundo es bueno, como si viviésemos con Alicia en el País de las maravillas, o con Heidi en las montañas suizas. Ni lo uno ni lo otro.

 

Sobre esto mismo, aunque con distintas palabras -mucho mejores, claro está- ha hablado el Papa Benedicto XVI en la Misa de la Fiesta de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. En la homilía ha comentado: “Si pensamos en los dos milenios de historia de la Iglesia, podemos observar que -como lo había predicho el Señor Jesús (cfr Mt 10,16-33)- nunca han faltado las pruebas a los cristianos, que en algunos periodos y lugares han asumido el carácter de verdaderas y auténticas persecuciones.” Esta es la experiencia multisecular de la Iglesia. Sin ir más lejos, entre los decretos de las Causas de los Santos aprobados hoy mismo por el Papa, hay un buen número de decretos de martirio, de distintos países y distintas épocas.

 

Pero lo curioso es la continuación del razonamiento del Papa: “Estas, sin embargo, a pesar de los sufrimientos que provocan, no constituyen el peligro más grave para la Iglesia.” ¿No lo eran las fieras del circo romano, la inquisición calvinista, ni más recientemente los campos de concentración nazis o comunistas, ni lo son las campañas denigratorias, la discriminación de los fundamentalistas islámicos o el laicismo exacerbado de ciertos estados? Pues no. ¿Y cuál es entonces el enemigo peor de la Iglesia? Responde Benedicto XVI: “El mayor daño, de hecho, lo padece ésta de lo que contamina la fe y la vida cristiana de sus miembros y de sus comunidades, erosionando la integridad del Cuerpo místico, debilitando su capacidad de profecía y de testimonio, empañando la belleza de su rostro.

 

 Fácilmente podemos relacionar estas afirmaciones con lo que meses antes había dicho a los periodistas en el avión que lo llevaba como peregrino a Fátima: “El sufrimiento más grande la Iglesia es su propio pecado”. Y en ese mismo vuelo, el Papa dijo algo muy parecido a lo que expresó ayer en la homilía citada: “Hoy en día las mayores persecuciones que padece la Iglesia no provienen de afuera sino de sus propios pecados”. Pocos días antes, había hecho alusión al tema con palabras parecidas: “El verdadero enemigo que hay que temer y contra el que hay que luchar es el pecado, el mal espiritual, que a veces desgraciadamente contamina también a los miembros de la Iglesia”.

 

De todo ello, y de otras intervenciones suyas bien conocidas por todos, como la carta a los Obispos de Irlanda, no es desatinado deducir que la idea le ronda al Papa en la cabeza, y no es para menos, si se piensa en los tiempo recientes: Además de los escándalos de la pederastia de ciertos clérigos y el embrollo macabro del P. Maciel, ha tenido que lidiar recientemente con los desmanes financieros del Cardenal Sepe y las críticas del Cardenal Schönborn al Cardenal Sodano.

 

Aunque esta reflexión puede llevar a pensar que los enemigos de la Iglesia está en las altas esferas y allí donde aparentemente “se corta el bacalao” de las grandes decisiones eclesiales, no es así. Los ejemplos citados son más llamativos porque salen en las noticias y todos los conocemos, pero todos experimentamos en nosotros la fuerza del mal, porque, como el mismo Benedicto XVI recordaba en un mensaje de la Cuaresma de este año, la injusticia tiene su origen en el corazón humano, y eso puede ocurrir en cualquier corazón. Siguiendo el pensamiento de este gran Pontífice, ahora en una catequesis del 2008, se podría decir que “Como consecuencia de este poder del mal en nuestras almas, se ha desarrollado en la historia un río sucio, que envenena la geografía de la historia humana. El gran pensador francés Blaise Pascal habló de una "segunda naturaleza", que se superpone a nuestra naturaleza original, buena. Esta "segunda naturaleza" presenta el mal como normal para el hombre.

 

Reflexiones realistas del Papa, pero para nada pesimistas. Nunca lo ha sido Ratzinger y ahora menos todavía. Él mismo nos ofrece la solución: “Queda como un misterio oscuro, de noche. Pero se le añade inmediatamente un misterio de luz. El mal viene de una fuente subordinada. Dios con su luz es más fuerte. Y por eso, el mal puede ser superado. Por eso la criatura, el hombre, es curable.” Si el mal del hombre es curable por la gracia de Cristo, por la misma gracia puede curarse el pecado en la Iglesia, y esta puede lucir mucho más de lo que luce, aunque no le falten enemigos externos. Pero si se limpia la casa por dentro, por mucha guerra que den los de fuera, la casa seguirá reluciendo.

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