Fe y razón en la cristiandad primitiva
por Benigno Blanco
Fe y razón en la cristiandad primitiva.
Una de las novedades históricas del cristianismo fue la teología. Los primeros creyentes cristianos no se limitaron a creer en ciertos hechos, sino que desde el primer momento decidieron pensar en aquello en que creían, buscando la forma de explicar de forma razonable su fe. Por eso la fe y la razón se maridaron en la conciencia cristiana desde los primeros vagidos de la nueva religión. Este es uno de esos hechos del cristianismo que hoy día nos parecen evidentes y normales porque somos hijos de la civilización cristiana, pero que en sí mismo es asombroso y original. Ratzinger, el Papa Benedicto recién fallecido, siempre ha resaltado esta característica esencial del cristianismo para el cual el encuentro con la razón griega no fue algo circunstancial sino algo esencial, providencial.
Las religiones anteriores al cristianismo estaban hechas de creencias, mitos, historias más o menos fantásticas, etc; pero ayunas de reflexión sistemática y crítica. Incluso la religión judía no alumbró una teología racional sistemática aunque sí contó con un estudio racional de la ley y los profetas, es decir de los textos de los libros sagrados. La conjunción de fe y razón, la mutua fecundación creativa entre el dato revelado y la reflexión racional sobre el mismo para alumbrar una explicación coherente del mundo, Dios y el hombre, es una característica singular del cristianismo que se manifiesta con natural espontaneidad creativa desde los orígenes.
Ya algunos escritos del Nuevo Testamento, especialmente las obras de Juan y Pablo, se adentran en esta labor de comprensión racional del hecho revelado. Y a partir de ellos los primeros escritores cristianos se embarcan en una apasionante aventura para explicar aquello en lo que creían: Dios existe, es único y creador y se implica en una historia de amor y salvación con el ser humano; Jesús fue un hombre al que habían conocido y tratado personalmente pero a la vez era Dios y murió y resucitó; y era igual al Padre pero a la vez personalmente distinto y además estaba el Espíritu Santo; el hombre es, más allá de lo que todos ven, hijo de Dios y está llamado a una vida eterna con su Dios; existe la materia y otra cosa a la que llamamos espíritu; y el tiempo pero también la eternidad; y muchas más cosas sorprendentes. Datos de fe para aquellos primeros cristianos pero no fáciles de explicar y verbalizar en el limitado lenguaje disponible en aquellas fechas.
La apasionante historia intelectual de aquellas primeras generaciones de cristianos para formular su fe en términos racionalmente comprensibles, creando un lenguaje y unas categorías intelectuales nuevas a partir del acervo que les proporcionó la filosofía griega, la Biblia y las lenguas latina y griega, es el objeto de estudio de La teología de los primeros cristianos (siglos I al V), libro escrito por Enmanuela Prinzivalli y Manlio Simonetti, profesores de la Universidad de La Sapienza de Roma y editado por la BAC en 2021 en español (603 págs.).
La obra se divide en dos partes: la primera (págs. 59 a 307) se dedica a la reflexión sobre Dios y sobre Cristo y la segunda (págs. 310 a 556) a la reflexión sobre el hombre. Un útil Apéndice (págs. 559 y ss.) incorpora unas breves biografías ordenadas alfabéticamente de los autores cristianos de los primeros cinco siglos cuyas obras son citadas y estudiadas en el libro.
Hoy los cristianos hablamos con naturalidad de Dios uno y trino, de un solo Dios y tres Personas distintas, de Cristo como Dios y hombre y de su naturaleza divina y humana, de transustanciación para referirnos a la eucaristía, de la Virgen como Madre de Dios, de la Iglesia y de los sacramentos, del hombre compuesto de cuerpo y espíritu, de muerte y resurrección y de vida eterna … Todos estos conceptos y términos expresan hechos de fe indiscutidos desde el principio, pero la forma de decirlos y explicarlos es el fruto de un proceso de elaboración intelectual que llevó siglos, discusiones, divisiones y a veces enfrentamientos serios y prolongados en el tiempo como el que supuso la herejía arriana; proceso trufado en ocasiones de tergiversaciones, pasiones y ofuscaciones muy humanas, de interferencias políticas de los emperadores cristianos a partir de Constantino; del choque cultural entre las tradiciones culturales de Oriente y Occidente cada vez más separadas a partir del siglo III; de las dificultades de expresar lo mismo en las dos lenguas del Imperio, el latín y el griego; de la confrontación intelectual a la vez con la cultura pagana y la judía; y mil factores más.
Esta es la historia intelectual que nos relatan los autores de La teología de los primeros cristianos (siglos I al V) de una forma cronológica muy bien estructurada en cada una de las partes del libro, dedicadas respectivamente a Dios y al hombre. De la mano de los autores nos asomamos a la obra de Hermas, Irineo, Orígenes, Justino, Atanasio, Tertuliano, Ambrosio, Agustín y decenas de autores más; y con ellos, a las formulaciones de los primeros Concilios que dirimen disputas y formulan los términos canónicos de expresar la fe común.
Es muy reconfortarte comprobar la apuesta por fiarse de la razón de aquellos primeros maestros y testigos de la fe cristiana, la inmensa libertad de pensamiento que pusieron de manifiesto, su afán apostólico por hacer comprensible la fe a la sociedad romana, su altura intelectual para asumir con naturalidad lo mejor de las ciencias humanas de su época y su sentido eclesial para ponerse al servicio de la Iglesia y la unidad de la fe. Y a la vez, podemos ver también los habituales vicios humanos: la vanidad intelectual, los celos, la ofuscación, el espíritu pueblerino y de secta, el servilismo al poder constituido, el sostenella y no enmendalla contra toda evidencia, etc. Y con todos estos factores humanos, buenos y malos, la Providencia fue construyendo nuestra forma de expresar la fe cristiana.
Es un libro erudito y probablemente solo para especialistas, pero sus enseñanzas son de interés general.
Benigno Blanco