La felicidad verdadera y sus rivales
Un mercado que quizá nos embrutece
Este artículo está dirigido a esos jóvenes que manejan dinero para consumir, pero no para emanciparse. Si se emancipan los alquileres son prohibitivos. Y si quieren comprar un piso entonces la entrada, en torno a un 20%, es casi imposible para el nivel de ahorro de esta generación. Y por supuesto a estas edades los salarios no ayudan. Y muchos jóvenes no ahorran nada. Entonces, sin tener muchas soluciones, sí hay que señalarles que el hiperconsumo no solo no es garantía de felicidad, sino que puede llegar a ser la causa de todo lo contrario, ansiedad, miedo y desesperanza.
¿Hay que ahorrar? Insistimos: no es el tema: hay que vivir una vida buena. Quizá muchos, probablemente la mayoría, se conformen, única y exclusivamente, con un momento de excitación efímera, el subidón, todos nos entendemos, o quizá una sensación más prolongada cuyo objetivo es la admiración de los demás (a veces la simple envidia), o, en tercer lugar, un confort y un lujo de experiencias en ocasiones extrañas.
Analogías del hiperconsumo
Se dice que “la cerveza agacha”. Siguiendo esta idea diremos que el hiperconsumo agacha, nos somete, nos dirige hacia abajo, nos empequeñece. En cualquier caso, el hiperconsumo casi nunca ofrece una vida plena, sosegada, íntimamente vivida como calma, paz, sentido de pertenencia, gratitud ante lo que nos rodea, etc. A esa opción vital deberíamos llamarla florecimiento humano para distinguirla de la felicidad más grosera y fácil. Pero resulta que este florecimiento humano está al alcance de pocas manos y no precisamente por ser caro sino porque exige pararse a pensar en lo que más nos conveniente. Un florecimiento humano que no excluye el dolor y la contradicción sino que más bien lo integra.
El turbocapitalismo
El turbocapitalismo (entendido como la aceleración del capitalismo cuyas consecuencias ambientales, éticas, laborales y en cohesión social no son precisamente positivas), también el capitalismo del deseo, de lo innecesario, nos marea o quizá nos ciega para lo mejor. Nos envuelve aparatosamente y nos aleja de lo verdaderamente humano. Y ya hace bastantes décadas que está siendo objeto de una reflexión donde se destaca que este modo de consumo entristece y deja un vacío muy grande. De hecho, el turbocapitalismo unido al hiperconsumo necesita individuos de entrada desvinculados, que solo se atienen a sus propios gustos y caprichos y en los que el bien del otro -en tanto que exige un esfuerzo de atención- se ha diluido. Los otros sirven para divertirse con ellos, casi para nada más.
Hiperconsumidores acelerados
Estos hiperconsumidores son personas interesadas en sacarle provecho al instante irreflexivamente, en disfrutar a toda costa solo en el puro plano material sin descanso. ¿Hay algo más? Sí: vivir humanamente, y no precisamente de un modo corto de alcances y aturdido. El asunto es cómo vivir humanamente.
De entrada, solo propongo comparar algunos efectos del turbocapitalismo y el consecuente hiperconsumo contrastadod con una vida sencilla. Una vida más tranquila, austera, duradera y sostenible. Y, ¿qué pide nuestro corazón no contaminado? La vida de relación con amigos, la vida familiar, la vida cultivada y contemplativa. Aquella vida donde lo que vale no está en el instante hedonista sino en un clima de concordia, acuerdo, amistad y admiración. Esta forma de vivir da energías y facilita buscar soluciones. Y las hay. Una de ellas es, entre muchas otras, una vida más rural gracias al teletrabajo.
Los ideales de sabiduría griega frente la aceleración moderna
Uno de los ideales de la sabiduría griega en la línea de los hallazgos, las reflexiones y los escritos de los grandes poetas y filósofos, era la vida contemplativa, desinteresada y, una vez resueltos los planos más materiales, enfocada a las verdades últimas. Una vida generosa que hablaba de hombres y mujeres ejemplares e íntegros. En la antigua Grecia la mezquindad, el puro cálculo, la vida frívola atada a los placeres más empequeñecedores, era rechazada en nombre de la sabiduría, de la verdad, de la belleza. Era el ideal de la vida teorética; es decir, de la vida contemplativa. Ese era el fin: una existencia quizá tan inútil para algunos como esencial para los más discretos y sabios.
Sin embargo, hoy la vida del espíritu, la vida reflexiva y comprometida, ha desaparecido arrasada por el hiperconsumo. Parece estúpida, se juzga como una pérdida de tiempo desde una perspectiva excesivamente utilitarista. Hablamos de una vida del espíritu entendida ahora en sentido amplio: donde cabe la trascendencia, pero también los grandes ideales, el altruismo, etc. Y desde luego mucho deporte con criterio, excursiones, acampadas, bicicletas. Pero el ocio moderno anestesia muchas sensibilidades, adormece muchas conciencias y la conversación lúcida e ingeniosa no ofrece beneficios a la gran industria por ejemplo digital. La vida del espíritu no es rentable ni facilita el gran consumo, quizá sí de productos culturales analógicos, pero eso es poco para la plutocracia rampante.
Hannah Arendt y la vida del espíritu
En el pensamiento de Arendt, la vida del espíritu es capital para la condición humana y se traduce en una existencia dedicada a la contemplación filosófica, a la búsqueda del conocimiento, a la expresión artística, a la creación literaria y a la reflexión moral. Estos capítulos de la vida -más allá de la satisfacción de necesidades materiales o la producción de bienes útiles- buscan la comprensión de cuanto acontece, el cultivo de las capacidades creativas y la expresión del ser humano que desea desplegar sus potencialidades sin desasosiego y con vistas a deliberar moralmente al servicio de los hombres y del bien común. Arendt, de una manera sutil, conecta con los ideales clásicos y humanistas. Creo que Arendt está invitando a los desorientados jóvenes de hoy a algo nuevo y, a la vez, muy antiguo.
Josef Pieper y el ocio más delicado
Josef Pieper, en su libro El ocio y la vida intelectual, señala lo importante que es para el hombre, el joven, occidental, atribulado y envuelto en un mundo muy emotivista, un ocio de apertura contemplativa hacia la realidad. Una realidad entendida en sentido muy amplio y profundo que se convierte en la antesala de la capacidad de atenerse a lo divino que late detrás de esa misma realidad. De nuevo, en la línea de los clásicos, señala que es preciso educar al hombre en la contemplación desinteresada y en la receptividad cultivada ante la verdad y la belleza. El ocio no puede ser solo burdo entretenimiento, adocenamiento, hiperconsumo que estraga el paladar para lo más alto y nos hace incapaces de gustar la vida buena. El ocio debe apuntar a una vida templada, serena, que da entrada a las verdades últimas desde una inactividad y quietud interior tan necesarias en estos tiempos acelerados. Pieper explícitamente señala que el mero consumo, activista y atolondardo, puede ser muy empobrecedor. El ocio ha de ser el campo (satisfechos los planos más materiales) de la plenitud y la realización espiritual en donde se despliega el encuentro con lo divino muchas veces rodeados de amigos.
Pensadores que conectan con los clásicos al hablar de felicidad
Steven VanderWeele, Arthur C. Brooks y Robert Waldinger son destacados investigadores que en sus estudios sobre la felicidad entendida como florecimiento humano regresan, quizá no intencionadamente, a las verdades de los clásicos, a los ideales de la Paideia griega, de la eudaimonia aristotélica, de la recuperación de la vida del espíritu que hoy han quedado tan huérfanos. Son estudiosos y expertos en el florecimiento humano cada uno desde su perspectiva, desde su campo, desde diversas metodologías. La de Steven VanderWeele es la vía epidemiológica sobre la base de minuciosos estudios que utilizan datos cuantitativos y análisis estadísticos. La de Arthur C. Brooks trabaja empíricamente más ligado a la psicología positiva. Finalmente, Robert Waldinger utiliza un enfoque longitudinal y cualitativo e investiga, sobre la base de entrevistas directas, la vida cotidiana de ciudadanos de a pie de la ciudad y alrededores de Boston. Su estudio se inserta en una investigación de largo recorrido denominada Estudio de Harvard sobre la Felicidad, que ya cuenta con más de 85 años (empezaron otros psicólogos en el pasado siglo, en 1938, y él es un continuador). Es cierto que los tres andan trabajando cerca del entorno de la Universidad de Harvard, pero no trabajan juntos ni con los mismos planteamientos y sin embargo sí se acercan a una verdad clásica y probablemente eterna: el florecimiento humano está en disfrutar de lo sencillo en la vida acompañada de los seres queridos sabiamente. No está exento de contradicciones pero estas cobran sentido desde una visión del mundo reflexiva y trascendente.
De nuevo: la felicidad no es el placer
Y la felicidad, concluyen, entendida como plenitud, no está ligada al placer o la satisfacción momentánea del hiperconsumo. Los placeres más naturales tienen unos momentos que no deben ser exprimidos. La razón está en que la felicidad duradera se relaciona con una vida plagada de propósito, con una existencia abierta a la realidad de la propia biografía -integrando maravillas y dolores- pero sobre todo llena de personas significativas. Las relaciones sociales plenas son la clave. La vida familiar, la vida del noviazgo y del amor matrimonial, la vida rodeada de amigos. Amigos con los que se planean actividades o simplemente se contempla la belleza de ver pasar las horas juntos en interminables conversaciones reflexivas: eso es la felicidad de plenitud. Quizá en una vida altruista -voluntariado- o literaria -muchos libros y clubs de lectura. Quizá desde el asociacionismo más cívico. Quizá ligada a la gratitud ante el don constante de la existencia. Y siempre en una vida físicamente activa que habla de caminar, quizá correr, y también de comer con prudencia, que no es más que comer poco y sano. (En esta línea podríamos estar acercándonos al tema las causas de la longevidad). Y estos investigadores coinciden en el enfoque trascendente: la felicidad tiene que ver con una vida significativa y plena de sentido que apunta a la religión claramente en el caso de Steven VanderWeele y Arthur C. Brooks. Robert Waldinger lo subraya más sucintamente. Vida comunitaria, participación religiosa, meditación, sentido de pertenencia, propósito vital, son claves del florecimiento humano.
Invertir en ocio para el florecimiento humano
No entiendo, desde luego ingenuamente, porque no hay un mercado en esta dirección: productos para el florecimiento humano. (Puede que los rendimientos económicos de esta industria sean lentos y bajos). Pero muchos jóvenes disfrutarían de este mercado en plenitud dado su idealismo y audacia. Excursiones cultas, reuniones, lecturas, conferencias inspiradas en la ciencia del florecimiento humano. Quizá más vida rural, comunitaria y desestresada. Vida compartida, familiar y discreta, sencilla y austera y a la vez rica en reflexión y sabiduría, en experiencias serenas de belleza y en una contemplación donde Dios acoge a quien medita y busca. Pero parece que es más rentable el hiperconsumo hedonista que además de ser muy insano -nos hace enfermar como intentábamos explicar en un artículo anterior-, además no nos proporciona la felicidad. Familia y escuela aquí tienen un papel determinante: educar en el ocio y para la vida y el florecimiento humano que suele ser muy prosocial.