Me dejará un pez
Me dejará un pez
ME DEJARÁ UN PEZ
El que da no debe volver a acordarse;
pero el que recibe nunca debe olvidar.
-Proverbio hebreo-
En esta vida, todos —grandes y pequeños— necesitamos a los demás. Es cierto que no hay que hacer el bien para recibir nada a cambio, pero sucede a menudo que lo recibimos. Eso demuestra que la generosidad suscita generosidad y el agradecimiento embellece nuestra existencia. Y no hay agradecimiento pequeño como nos cuenta Esopo en su fábula: La hormiga y la paloma:
«Una hormiga sedienta, que bajó a una fuente con la intención de beber, se estaba ahogando. Pero una paloma, posada en un árbol cercano, cortó una hoja y se la tiró, la hormiga se subió a ella y se salvó. Mas un pajarero, que andaba apostado y con los lazos preparados, quería capturar a la paloma. La hormiga salió y le mordió un pie. El pajarero, al sacudirse, movió los lazos y entonces la paloma escapó y se puso a salvo.
Y concluye Esopo, incluso los más insignificantes son capaces de proporcionar grandes servicios a sus benefactores».
No hay agradecimiento pequeño y es una de la cualidades que nos humaniza, porque la raíz de la gratitud es el amor. El agradecimiento viene del amor y conduce al amor; por eso constituye un valor. Pero la actitud amorosa exige desprendimiento, y este implica renuncias. La capacidad de agradecimiento es una virtud que ha de ser cultivada.
Todo lo altamente valioso enardece a quien es lo suficientemente sencillo para ser agradecido. Le ayuda a realizarse plenamente, lo eleva a la región de lo sublime. Y para ello no hacen falta actos grandiosos, no hay que esperar a los grandes dones para sentirse agradecidos. Toda la vida es un don, un don global compuesto de muchos dones parciales.
Con gran sensibilidad, el historiador y poeta español, Diego Díaz Hierro, nos explica el agradecimiento cotidiano del diario devenir:
En la arena fina
un castillo haré.
Cuando venga el agua
se lo entregaré,
y me dirá:«¡Gracias!».
Y yo: «¡No hay de qué!».
Dentro del castillo
me dejará un pez.
Con la arena fina
un castillo haré.
Al hombre agradecido le es grato compartir tal gozo con la persona donante, no disfrutarlo a solas egoístamente. No se trata de intercambiar servicios, sino de proporcionar gozo. Y esa actitud desprendida de agradecimiento normalmente «nos dejará un pez» y si no, no importa porque lo que realmente nos mueve como personas agradecidas es ayudar a los demás «tirando hojas» o «construyendo castillos».