Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Eucaristía y zapaterismo

por Alejandro Campoy

Podría pensarse que no hay dos términos más antagónicos ahora mismo que los que titulan el artículo, y sin embargo, no es así. En el Congreso Nacional Eucarístico que se celebra en Toledo estos días, Monseñor Javier Martínez, Arzobispo de Granada, afirmó que la respuesta a la crisis económica está en la Eucaristía. Aparentemente, no parece que tenga nada que ver una cosa con la otra. Y sin embargo, no es así.

Donde Martínez ha situado la Eucaristía como la fuente en la que el hombre se reconoce a sí mismo en su verdadera condición, y como únicamente a partir de este reconocimiento es posible superar las más graves dificultades, así es posible poner en relación lo que ha supuesto el paso de Rodríguez Zapatero por la actual historia española con lo que se contiene en el misterio de la Eucaristía.

Pues lo que se contiene aquí no es sino el desvelamiento de la verdadera condición humana a través del acontecimiento de la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo, y en este punto nada ilustra mejor esta realidad que el episodio de los discípulos de Emaús. En él, como es sabido, encontramos cómo el mismo Jesucristo resucitado camina junto a dos discípulos en el momento de la desolación y les va explicando a través de la Escritura cómo era necesario que ocurriera todo lo que había pasado en Jerusalén en los días anteriores.

Y así, cuando uno rescata de la memoria los aciagos días de marzo de 2004 y revive las sensaciones que entonces le agitaban, recuerda cómo una sensación de aniquilamiento gigantesca se imponía en el ánimo: allí acababa de ocurrir una terrible anormalidad, algo que no se sabía ni cómo había ocurrido, ni por qué, ni por quién. Y que España había entrado en un período de incertidumbre, provisionalidad y sobre todo, excepcionalidad.

Hoy el zapaterismo agonizante da sus últimas bocanadas, y ya es posible iniciar los primeros balances de lo que esta etapa ha supuesto para España. El primer balance que salta a la vista es el de un arrasamiento total: tras los gobiernos zapateriles, todo el entramado institucional español se encuentra arrasado por completo, la dinámica de los nacionalismos desintegradores es irreversible, la Constitución sólo es un papel, la justicia es un apéndice del poder ejecutivo, los partidos políticos son uno de los mayores obstáculos para un funcionamiento democrático normal...

...el ejército es una panda de boy scouts, la diplomacia española es uno de los mayores ridículos internacionales, la educación ha descendido al nivel de la alfabetización básica, el tejido productivo se encuentra colapsado, las finazas públicas en bancarrota, las prestaciones sociales a punto del hundimiento y la sociedad entera sumida en un estado de desesperanza generalizado.

Hoy España, como aquellos de Emaús, se repliega hundida hacia ninguna parte. Bien es cierto que unos pocos nunca habíamos esperado nada de una situación que siempre se nos ha aparecido como una grave anomalía, y que sin embargo hoy ya podemos vislumbrar como necesaria. ¿Necesaria? ¿Acaso no era necesario que...?... así les repasaba Jesucristo resucitado las Escrituras a los discípulos hundidos.

Necesaria porque el actual hundimiento es una oportunidad histórica y única para que la sociedad española pueda entrar en una verdadera dinámica de regeneración (¿resurrección?), en la que se rebase de una vez por todas la ficción del “estado del bienestar”, en la que uno ya no debe ocuparse de nada ni asumir ninguna responsabilidad como propia, en la que el ciudadano no debe molestarse en buscar su propio trabajo, pues sólo tiene que ir a una oficina para que el Estado se lo busque mientras él espera cómodamente en su sillón.

Ficción en la que el estudiante no debe esforzarse en la adquisición de nuevos conocimentos, pues es al profesor al que corresponde el esfuerzo de adaptarle esos nuevos conocimientos a su antojo. Ficción en la que el honrado ciudadano no necesita proveer su futuro mediante el ahorro, pues es el Estado el que le garantiza esos ahorros que le valdrán para pasar su vejez. Ficción en la que priman los servicios públicos como “gratis total”, como si tal cosa fuera obligación del Estado y derecho del ciudadano, cuando la realidad de lo cotidiano pone ante la vista a diario que nada es gratis...

Ficción en la que muchos viven del dinero público, falsos parados agrarios que cobran subsidios mientras realizan trabajitos alternativos muy lucrativos, miembros de asociaciones, sindicatos y partidos políticos que viven del dinero público sin plantearse qué han dado ellos a la sociedad, innumerables administraciones públicas que utilizan su posición para proporcionar a los que las habitan incrementos patrimoniales que sí les garantizarán más que sobradamente su jubilación...

Ficción, en fin, en la que una sociedad entera se ha dispuesto a vivir en una perpetua fiesta sabiendo que el dinero lo pone “papá”, y que ahora, una vez dilapidada su parte de la herencia, se ve envidiando las bellotas de los cerdos ibéricos de pata negra.

¿No era, pues, necesario este hundimiento para que España entera pueda despertar y salir de la ficción? La oportunidad que tiene hoy España es histórica, oportunidad de desenmascarar de una vez por todas la ficción y la mentira esencial del socialismo, de esos nacionalismos identitarios que mantienen secuestrados a pueblos enteros en torno a quimeras, de esa “sociedad del bienestar” que no ha sido sino la concreción provisional en Europa de ese prometido “paraíso en la tiera” que ya anticipaban marxismos y anarquismos en el XIX.

Oportunidad de recordar de nuevo que “te ganarás el pan con el sudor de tu frente”, la condición natural del hombre tras la caída original, y que es y siempre será la verdadera condición humana, ante la cual cualquier negación de la misma se convierte de inmediato en quimera y ficción, y que sin embargo ha sido el motivo, la razón última, la “felix culpa” por la cual el hombre ha sido redimido, que es lo que se resume en la Eucaristía.

Oportunidad, en fin, de que el hombre pueda caer de nuevo de rodillas y volver su mirada hacia Dios, derribados los ídolos de barro erigidos por el “bienestar universal para todos” y exclamar, como Tomás, “Señor mío y Dios mío”

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