Viernes, 15 de noviembre de 2024

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El demonio de la guarda

por La Columna del #CoronelPakez

El claustro está vacío a las 4:30 de la mañana. Vacío y oscuro.
Solo una luz solitaria sueña con el gozo de una claridad que apenas llega a penumbra.
Paseo, como Walser, fijándome en todo: mil años se acumulan en piedras vivas que hablan de éxtasis y de pecados terribles.
 
–Buenos días.
 
El monje ha surgido de la nada. O de un capitel con monstruos marinos y terrestres.
 
–Buenos días. La paz de Cristo sea con usted, joven. No se espante. Le guarda su ángel de la guarda y le vigila su demonio de la guarda; no se sorprenda, todos tenemos uno. Así lo consideraban Evagrio, Poimén, Pacomio y otros padres; y también Isaac de Nínive y Efrén. Son demonios domésticos y un mucho domesticados, viven en el desierto solo para ser entrenados un poco, y son enviados a las ciudades, donde la lucha es anecdótica y breve. Sirven para mantener un mínimo nivel de humildad y azuzan pecados inocentes y repetitivos. Poimén dijo que la espina en la carne de Pablo era uno de esa clase, justamente porque habla de espina, una sola, ni siquiera una corona ni un Madero. Y Pacomio añade que a Pablo hay que disculparle sus exageraciones. Y lo explica Pacomio, que redactó una regla estricta... Son demonios que vuelan cerca de usted, joven, cuando se deja llevar por la imaginación; y son demonios que serpentean alrededor de sus piernas cuando reza.
 
El demonio de la guarda se reconoce si uno posee alguna perspicacia. Los pecados que induce pueden ser distintos en su forma, pero muy similares en su fondo. Muchos son los mismos a los 6 y a los 60 años, créame. Solo tiene que observarse usted un poco. Por lo demás, se trata sin duda de las semillas de pecados familiares que deben germinar y morir, advierte Poimén, hasta la tercera generación; en cambio, llega hasta la quinta la bienaventuranza por los sufrimientos de los antepasados. ¡Ah, sí! El demonio de la guarda es el agricultor de ese campo de estiércoles variados, ninguno ponzoñoso, ya le digo. Porque el pecado que promete el demonio de la guarda sirve, en sí mismo, como pequeño castigo y cruz. Llévelos usted con resignación: forman una cruz ligera y fea, pero tan necesaria a Nuestro Señor como el esplendor de la sangre de los mártires.
 
Todos confesaríamos mejor nuestros pecados –la mayoría son del demonio de la guarda– si volviésemos la mirada a la infancia y la primera adolescencia, esa pubertad que hoy abren a demonios superiores desde el Leviatán estatalista. Imagine, incluso yo hablo de política, señal evidente del Fin de los Tiempos.
 
Estoy desolado. Perdóneme. Perdone mi caída política y la maledicencia, que son hermanas de sangre.
 
Perdone. Adiós.
 
 
 
 

 

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