Solución iluminada de algún parlamentario afín al gobierno para salir de la crisis económica en la que nos encontramos: Atacar a la Iglesia. Es verdad que lo propuso un solo parlamentario, pero es también cierto que la ovación que se llevó en la correspondiente comisión parlamentaria fue memorable. La proposición era el eliminar todo el sistema de asignación tributaria a la Iglesia que funciona desde hace unos años y la consecuencia era arreglar la economía española. Sin tener ningún interés en meterme en política, constato que no era el primero que lo decía, pues el candidato del mismo partido a presidente de la Comunidad de Madrid, con tono más moderado y gentil (no en vano querrá que le vote la gente) invitaba a la Iglesia misma a renunciar a dicho dinero. Quizás pensaba incluir en su programa electoral una partida de dinero para pagar la luz y la calefacción de las parroquias de nuestra región y otras para la campaña del Seminario, la jornada Pro Orantibus e incluso para los santos lugares. Yo no entiendo de economía (con cuadrar la de mi parroquia me conformo), pero me llama la atención que, en plena crisis económica que sufrimos todos, para calmar los ánimos que ya están bastante caldeados, se recurra a la estrategia de siempre: Atacar a la Iglesia. Es este caso, parecería que si no recibiese el dinero que recibe (que se lo dan libremente los ciudadanos/as), la economía española iría mejor, el paro bajaría, la gente compraría coches, el turismo extranjero volvería a nuestro país y quizás hasta se frenase el calentamiento global o ganásemos el festival de Eurovisión y el mundial de futbol. La cosa recuerda a la ocurrencia de aquel actor español que en la gala de los premios Goya de hace unos años expresó su mejor deseo para un mundo mejor: La disolución de la Conferencia Episcopal. Quizás pensaba que los clérigos, desde los púlpitos y ambones, exhortan a los feligreses a no ir a ver las películas españolas y por eso nuestro cine patrio va tan de capa caída, salvo honrosas excepciones. Quizás con la disolución de la Conferencia Episcopal, como por arte de magia, desaparecería el maleficio y las masas acudirían a ver las memeces que nos presentan ciertos cineastas de nuestro suelo (no todos, no se olviden las honrosas excepciones). Vaya, de traca. No nos deje Dios caer en el victimismo corporativista en el que se podría caer. Mejor tomarse las cosas con sentido del humor, pero constatando que la cosa no es nueva: Ya el emperador Nerón, que según parece quemó él mismo la ciudad de Roma porque quería “refundarla” y construir una nueva que llevase su nombre, cuando la gente enfurecida buscó responsables, no se le ocurrió nada más brillante que acusar a los cristianos. San Pedro y San Pablo dedicados a encender fuegos por la ciudad, como si no tuviesen otras cosas más edificantes que hacer. Edificante sí que fue el martirio que tuvieron que sufrir ambos y del que la Iglesia se gloría. En tiempos mucho más recientes, llama la atención que en tiempos de la segunda república española y la guerra civil casi siempre que los milicianos invadían un convento de frailes y monjas, lo primero que iban buscando eran armas, que como se puede imaginar nunca encontraban. Esto es así, aparece en las actas de los procesos de Canonización y la verdad es que es buen ejercicio de imaginación el pensar en las monjas guardando las pistolas en el refajo, los frailes con los trabucos y los seminaristas aprendiendo a usar las metralletas. Pero había gente convencida que era así, y eso porque los políticos y ciertos medios de comunicación se encargaban que así fuese. Que el régimen de Hitler decidió airear el tema de los abusos de los curas indignos para desprestigiar a la Iglesia es también tema sabido y no falta quien ha destacado (si es más o menos cierto no sabría yo decirlo) la relación entre la decisión del Vaticano de abrir las puertas a los anglicanos y el comienzo de la campaña conjunta de la BBC y el New York Times sobre el mismo tema de los curas, sacando a reducir abusos de hace décadas y mezclando lo probado con lo alegado, dando la sensación de que la cosa ha sido peor de lo que en realidad ha sido (sin negar las culpas que ha habido). Esta especie de bálsamo de fierabrás que parece que cura toda herida y que es el criticar a la Iglesia para desviar la atención de otras realidades más comprometedoras, en el fondo no cura nada. Más que solución de algo es un recurso desesperado que luce poco. En tiempos antiguos, con gente más ignorante y menos medios de comunicación, parece que colaba. Hoy no cuela y la gente no se traga la historieta de San Pedro y San Pablo quemando edificios de la antigua Roma. Alguno habrá que se lo trague, pues de todo tiene que haber en la viña del Señor. La mayor parte de la gente sabe distinguir quién causa las crisis económicas, quién hace crecer el paro y quién deja de poner las soluciones adecuadas para que la cosa se arregle…que no es precisamente la Iglesia (quién sea realmente, que lo digan los entendidos en el tema).