Quizás habría que decir los “meses contados”, pues todavía quedan unos cuantos hasta la jubilación del Cardenal Mahony, pero al fin y al cabo, los meses son días, y no son tantos los que quedan, menos de un año (febrero del 2011), aunque la Santa Sede puede perfectamente tener la cortesía de dejarle un poco más. Lo que si parece seguro es que a partir de entonces -o poco después, pues al principio no hay que hacer muchos cambios, por prudencia- las bailarinas litúrgicas diocesanas (no las parroquiales, que ya se sabe que cada párroco hace de su capa un sayo) deberán buscarse un nuevo oficio, como el de bailar en los salones de bodas, en los velatorios de los tanatorios, en la presentación de credenciales de los embajadores o en las despedidas de soltera. Bromas aparte, los abusos litúrgicos de algunas diócesis norteamericanas, que se veían reflejadas en Los Ángeles como en un espejo, con gran preocupación de muchos, parece que ahora por fin pueden empezar a desaparecer. Y esto porque me extrañaría mucho, pero que mucho, que el futuro Arzobispo (recién nombrado como coadjutor) permitiese esos folklores litúrgicos. Es de origen mexicano y seguro que le gustan los mariachis, y pasó tiempo en España, por lo que quizás le tomó gusto a las sevillanas, las jotas o los fandangos, pero todo ello no en la liturgia, sino en su sitio. Y esto no lo digo porque le conozca, sino porque Mons. José Horacio Gómez, además de lo que se puede leer en la web de su impecable carrera episcopal, es un miembro numerario del Opus Dei, lo que supone, entre otras cosas, un amor a la liturgia y un procurar hacer las cosas bien que no casa para nada con el porompompero litúrgico que hay en aquella diócesis. Alguien puede tener algo que criticar a la benemérita institución fundada por San Josemaría Escrivá -yo particularmente no le encuentro nada que criticar y mucho que alabar- pero lo que nadie le puede negar, entre otras cosas, es el amor y sentido de obediencia a la Iglesia que tienen sus miembros, pues se la inculcó su santo fundador. Concretamente, los sacerdotes y obispos son ejemplares en casi todo, especialmente en la celebración de la liturgia, siempre al paso de la Iglesia, sin adelantarse ni quedarse atrás. Excepciones puede haber, como en todas partes, pero la tónica general es de gran ejemplaridad, y por supuesto no sólo en la liturgia, también en la doctrina, las costumbres, el afán apostólico, etc. Pues bien, Mons. Gómez tiene una trayectoria impecable, lo que le ha llevado a una carrera episcopal rápida y brillante. De liturgia ha hablado en diferentes ocasiones y, como era de esperar, siempre con gran sentido de fidelidad al espíritu que debe animar la liturgia. También se ha manifestado abiertamente a favor de las decisiones de Benedicto XVI en este campo. Además, aunque sólo fuera por la desconfianza con la que los medios de comunicación de Los Ángeles le han recibido, ya es bastante para apostar por él. Y con él, un episcopado en el que se acaben las ocurrencias, las excentricidades, las ambigüedades, y se imponga el sentido común eclesial. Nunca me atrevería a hacer una crítica personal al Cardenal Mahony, pues no soy yo quien deba juzgarle, pero sí puedo constatar el malestar que ha creado a lo largo de los años entre los católicos normales y corrientes, los que no entienden los shows eclesiásticos y les gusta vivir la fe de siempre. Se hizo tristemente famoso el buen Cardenal por una carta pastoral en el que expresaba una doctrina dudosa acerca de la Eucaristía. Lo denunció la Madre Angélica en su canal televisivo y eso provocó las iras del Prelado, que no paró hasta que no llevó la cuestión a Roma. Se podía haber ahorrado disgustos si desde el principio hubiese escrito la doctrina de siempre sobre la Eucaristía, porque al final en Roma le dieron la razón a la Madre Angélica y él hizo el ridículo a nivel nacional (americano) e incluso internacional. Por otro lado, enfadó a la gran mayoría de sus feligreses con la construcción de la nueva catedral de Los Ángeles, obra de nuestro Moneo, que dañaba la sensibilidad de los californianos. Pues en aquellas tierras, una cosa es un chalet de Beverly Hills y otra es una iglesia, y la diferencia se tiene que ver clara, también en la arquitectura. A mí particularmente no me parece tan horrible, sobre todo para una parroquia de Majadahonda o de Sabadell, pero para los católicos norteamericanos con sentido común, que eso sea la catedral de la diócesis más grande del país, les repatea. Cuestión de gustos, pero desde luego el de Mahony no es de lo mejor. Como muestra del cariño que algunos tienen a dicha catedral, reproduzco esta foto que muestra cómo un blogger ha interpretado el nombramiento de Monseñor Gómez para dicha sede Y, por último, los folklores litúrgicos diocesanos, con diáconos que bailaban en la procesión de entrada, bailarinas con el incienso, globos, solistas de opereta, etc. Podría parecer cosa de poca monta, pero en la Iglesia americana lo de las bailarinas en una lucha muy grande que se está librando entre los que quieren celebrar dignamente la liturgia actual (y demostrarles a los tradicionalistas que se puede hacer) y los que siguen celebrando como si de un show de Broadway se tratase. Un bastión en la lucha era precisamente Los Ángeles, que parece va a volver por fin a la “normalidad celebrativa” (término que no sé si aparece en los tratados de liturgia pero que no vendría mal se incluyera), perdida hace décadas.