Dentro de pocos meses, concretamente a finales de septiembre de este año, subirá a los altares el primer miembro del movimiento de los focolares u Obra de María, fundado en 1943 por la italiana Chiara Lubich, que habiendo muerto en el 2008 todavía no está ella misma en camino a los altares, pero que no me cabe duda que recorrerá dicho camino y la veremos un día inscrita en la lista de los santos. Al contrario de lo que algunos pueden pensar, llegar a los altares no es cuestión de dinero o poder, sino de virtudes vividas y difundidas, y de eso Chiara Lubich sabía mucho, creo que pocas mujeres han dejado tanta huella en la Iglesia universal en el pasado siglo XX como ella. Cuando falleció, Benedicto XVI dijo: “Doy gracias a Dios por el testimonio de su existencia dedicada a la escucha de las necesidades del ser humano contemporáneo en plena fidelidad a la Iglesia y al Papa. Mientras confío su alma a la Bondad Divina para que la acoja en el seno del Padre, deseo que cuantos la conocieron y encontraron admirando las maravillas que Dios cumplió a través de su entrega misionera sigan sus huellas manteniendo vivo su carisma.”
Pero no va este artículo por Chiara Lubich, sino por uno de los miembros beneméritos de su movimiento. Cierta ministra de nuestro país diría más bien “miembra”, pero como tal término no aparece en el diccionario de la Real Academia y no creo que la susodicha ministra llegue a formar parte de dicha Institución (si no es para limpiar el polvo o fregar), pues seguiré hablando de miembro para referirme a una joven impresionante que será beatificada el 25 de septiembre en el Santuario del Divino Amore, a las afueras de Roma.
Como excursus, pérmitaseme mencionar que el movimiento de los focolares tiene un buen número de miembros camino de los altares, yo diría que en eso se lleva la palma. Basta revisar las bases de datos de la Web “Hagiography circle” para ver cuántos siervos y siervas de Dios (esto es, candidatos a los altares) tienen en distintos países, casi todos ellos jóvenes y, según sus fotografías, de alegría desbordante. Sin ir más lejos, en Madrid se concluyó hace poco más de un año una causa, la de Margarita Bavosi, llamada “Luminosa”, una de las primeras focolarinas de Argentina que trabajó y murió en esta ciudad. A través de dicho proceso de Beatificación conocí yo un poco más la espiritualidad de la Obra de María y decir que quedé muy edificado es poco.
La que va a ser la primera Beata de este movimiento fue una adolescente encantadora nacida en la Liguria italiana en 1971, Chiara Badano, llamada también Chiara “Luce”. Esto de los nombres viene de la Fundadora Lubich, que ponía sobrenombres a los miembros del movimiento según se lo inspiraba el Señor en el trato con ellos. En el caso de Chiara Badano, el nombre se lo puso poco antes de la muerte de la joven, en en julio de 1990, respondiendo a una carta de ella. En esa ocasión, la famosa Fundadora escribía: “Gracias también por tu foto. Tu rostro tan luminoso expresa tu amor por Jesús… ‘Chiara Luce’ es el nombre que he pensado para ti. Es la luz de Dios que vence el mundo”.
El nombre le iba como anillo al dedo, basta mirar las fotografías. Pero lo que me parece más impresionante es cómo esa luz siguió brillando también durante la terrible enfermedad que la llevó a la muerte a la edad de 18 años. Su vida se puede leer en muchas páginas web, a ellas remito a los lectores, basta buscar en Google, pero hay algunas cosas que querría destacar. La primera es sobre la normalidad de la niña Chiara, según una anécdota que cuenta otro focolarino, Michele Zanzucchi, en Vida Nueva (la encuentro reproducida en “Moral y Luces”): “Una tarde la niña llegó a la casa con una bella manzana roja. Le pregunté de donde provenía. Chiara me contestó que la había tomado donde la vecina, Gianna la del molino… sin pedirle permiso. Le expliqué que tenía que pedir las cosas antes de tomarlas, y que por lo tanto tenía que devolverla inmediatamente, pidiendo disculpas. Pero ella no quería, tenía vergüenza y se obstinó. Entonces le expliqué que era mucho más importante decir la verdad que comer una buena manzana. Chiara volvió donde la verdulera y le explicó todo. En la noche, esa mujer trajo una cesta de manzanas para Chiara, “porque hoy aprendió algo muy importante”.
Era por tanto una niña normal, nada de prodigios precoces de los de las biografías del pasado. Sin embargo, es verdad que su vida empezó a cambir a temprana edad: A los nueve años, Dios irrumpió en su vida, durante un encuentro de niños del Movimiento de los Focolares. Su entusiasmo era tan grande que va a arrastrar a sus padres a participar al Familyfest en 1981, una de las muchas actividades que organiza dicho movimiento.
A partir de entonces su vida giró entorno a Dios y al prójimo, según la espiritualidad dulce y sencilla de Chiara Lubich: Se preocupa por los compañeros de colegio, se ofrece a cuidar a sus abuelos ancianos para descargar a su madre, ayuda a los pobres que se encuentra en el pueblo. Y todo ello sin dejar de ser esa niña normal que era, alegre y divertida, como la recuerdan los que la conocieron
Además de poder comprobar que era una joven hermosa, leo en unos apuntes biográficos que ya siendo adolescente, le gustaba estar con sus amigos y amigas en un café, en las tardes de fin de semana. Le gustaba mucho cantar y bailar y le quería ser azafata. A la vez le gustaba la oración, tenía una gran capacidad de retiro y silencio, y disfrutaba estando a solas con Dios, para luego volver y darse de verdad a los demás. Por otro lado, le gustaba el deporte, practicaba la natación, el tenis y las excursiones por la montaña. Y fue precisamente durante un partido de tenis cuando de modo inesperado sintió un dolor punzante en el hombro. Los médicos, que al principio diagnosticaron un callo óseo, acabaron por afirmar que se trataba de una forma de cáncer de huesos de los más graves y dolorosos.
La joven acogió la noticia con gran valor. Después de un largo silencio, sin lágrimas ni rebeldía, dijo: "¡Soy joven, saldré de ésta!". Sin embargo no pudo salir de ella, sino que rápidamente su estado empeoró. Así pudo experimentar en su propias carnes uno de los puntos clave de la espiritualidad de Chiara Lubich: El encuentro con Jesús abandonado, esto es, con Cristo sufriente que da sentido a nuestro propio sufrimiento. Pronto llegaría una de las pruebas más duras: Chiara perdió el uso de las piernas. Una dolorosa operación no sirvió de nada. El dolor era inmenso, y la joven atraviesa un túnel oscuro. Sin embargo, con visión de profunda fe, a una de sus amigas, confía: “Si tuviera que escoger entre caminar e ir al Paraíso, no tendría dudas, escogería ir al Paraíso. Ya sólo me interesa eso”.
Zanzucchi sigue contando que, cuando en el verano de 1990 los médicos decidieron interrumpir los tratamientos, pues la enfermedad era imparable, el 19 de julio, la joven informa a Chiara Lubich con estas palabras: “La medicina ha depuesto las armas. Al interrumpir los tratamientos, los dolores en la espalda han aumentado, casi no puedo moverme. Me siento tan pequeña y el camino que hay que recorrer tan duro… Con frecuencia, me da la impresión de que me sofoca el dolor. Es el Esposo que sale a mi encuentro, ¿verdad? Sí yo también repito contigo: ’si Tú lo quieres, yo también lo quiero’”.
Chiara Luce deseó prepararse de manera particular al encuentro con Dios. Eligió un vestido blanco y se le hizo probar a una amiga para ver el efecto que produce. Será el vestido para la "boda", su funeral. Es ella la que eligió las flores, los cantos, las lecturas y dio como consigna a su madre: "Cuando me prepares en mi lecho de muerte, mamá, no tendrás que llorar, sino repetir: "Ahora Chiara Luce ve a Jesús"". Así, el domingo 7 de octubre de 1990 -fiesta de la Virgen- a las cuatro de la mañana, dirigió las últimas palabras a su madre: "´¡Sé feliz porque yo lo soy¡´" Su último don fueron sus bellos ojos, que una vez trasplantados y donados por su propia voluntad antes de morir, permitieron a dos niños recobrar la vista.
Todo esto, como dije antes, lo podéis encontrar más desarrollado en varias páginas Web y yo invito a todos a que conozcan más la vida de esta joven llena de luz, pero de la luz auténtica, que es la de Dios. Ojalá este ejemplo hermoso sirva para muchos jóvenes en el mundo entero.