Viernes, 22 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Carta de una oveja perdida en el Siglo XXI al teólogo Hans Küng

por Alejandro Campoy

Estimado Señor:

Me considero un fiel católico que sigue en la peregrinación de la fe en estos tiempos extraños en los que nos ha tocado vivir. Permítame que le sitúe: soy un sujeto que vive en una de las sociedades desarrolladas y avanzadas de Occidente, por lo que quizás me siento un poco ajeno a los problemas de tantísimos seres humanos en otros lugares del mundo. Pese a mis inquietudes y curiosidad por conocer, también me son un poco ajenas otras tradiciones religiosas, sobre todo las no-cristianas.

Supongo que esto hace de mi un sujeto de muy cortas miras y con escasos sentimientos de solidaridad universal para con toda la humanidad, pero esto se debe en parte a que vivo la existencia con una fuerte carga de angustia, que hace que todo gire en torno a mí mismo; le confieso que veo esa misma experiencia muy extendida entre todos mis semejantes occidentales.

Y sin embargo, aún me sigo considerando un fiel católico que camina por la vida en busca de Jesucristo. Y de vez en cuando miro de reojo hacia mis obispos, y también hacia Roma, donde se encuentra el Santo Padre Benedicto XVI. He leído la carta que usted ha remitido a todos los obispos católicos del mundo, y me he sentido desconcertado: en ella plantea usted una serie de actuaciones y reformas en la Iglesia Católica que no tienen nada que ver con mi angustia.

Sé que a mí se me escapan todas esas cuestiones de alcance universal que usted plantea, y que sólo soy una pobre oveja descarriada presa del miedo, la incertidumbre y la inseguridad respecto del mañana. Pero no puedo evitar formularle algunas preguntas, a usted, que es uno delos teólogos más importantes tanto del siglo XX como de este siglo XXI. Usted es una eminencia mundial, y yo sólo un ignorante. Le pido por favor que me atienda y aplique de este modo un poco de bálsamo en mi desasosiego.

Dice usted que el pontificado de Benedicto XVI está siendo el de las oportunidades desaprovechadas, tales como la posibilidad de un entendimiento con los judíos, cosa que yo creía que se estaba consiguiendo, con los musulmanes y con los pueblos nativos latinoamericanos. Seguro que todo eso es así, pero a mi me preocupa que la vida tenga realmente un sentido ¿existe Dios realmente? ¿tenían razón Feuerbach y Nietzsche? ¿me he inventado yo a Dios como consuelo ante la certeza irremediable de mi propia muerte?. Pido ayuda a mis obispos para enfrentar estas cuestiones.

Dice usted que se ha desperdiciado la ocasión para distribuir anticonceptivos en África y frenar la expansión del SIDA mediante preservativos. Bueno, la ciencia dice que no bastan los preservativos, pero eso es cosa de los especialistas. Dice usted que se ha desperdiciado la ocasión de firmar la paz con la ciencia moderna y que se ha perdido la ocasión de aplicar las reformas del Vaticano II. Verá, lo de la ciencia sí que me interesa. No soy capaz de creer que un hombre resucitara, eso no ocurre, es contrario a las evidencia de la naturaleza y a la razón científica. Simplemente, no puedo creerlo. La ciencia no puede decirme nada al respecto. Pido a mis obispos que me ayuden en este doloroso problema que también me carga de angustia.

Dice usted que se ha desaprovechado la oportunidad de reconocer la teoría de la evolución y de aprobar la investigación con células madres. No lo sé, la teoría de la evolución nunca me ha causado especial problema, no me importa proceder de un primate lejano. Lo que sí me inquieta es no ser más que un simple primate. Si eso es lo que soy, poco consuelo puedo hallar en que las nuevas investigaciones con células madre puedan aliviarme algunas enfermedades y dolencias poco antes de enfrentarme a mi segura muerte.

Dice usted que Benedicto XVI ha readmitido a los lefebvristas, ha potenciado la misa tridentina en latín, acoge a sacerdotes anglicanos casados y nombra para altos cargos a no se qué cardenales, y le acusa de alejarse cada vez más del pueblo de la Iglesia. Como usted quiera, pero yo soy una oveja de ese pueblo, y no siento que haya más lejanía, al contrario, busco y encuentro en mis obispos y en Benedicto XVI una referencia a la que mirar en la travesía de ese desierto materialista en el que camino. Poco me importa que la misa sea en latín o en japonés si en cualquier caso sigo preguntándome si sólo soy un animal autoconsciente o si quizás hay algo más.

Se detiene usted especialmente en cuestiones sexuales: el celibato sacerdotal y los escándalos de pederastia. Me parece muy bien, la naturaleza nos impulsa a la sexualidad y la ordenación penal, la moral y el más mínimo sentido común censuran la práctica de la misma con niños. ¿Pero podrá usted ayudarme a la hora de determinar si tanto yo como cualquier hombre o mujer, sacerdote, consagrada o ninguna de las dos cosas, es en su sexualidad algo distinto de un simple animal? Porque si sólo soy un animal más, una especie entre otras, tanto da lo que haga de mi propia sexualidad, por mucho que las prácticas y costumbres sociales, desarrolladas por nuestra especie y agrupadas bajo el término general de “cultura”, establezcan restricciones arbitrarias o acordadas sobre la propia naturaleza.

Y finaliza pidiendo usted un Concilio. Bueno, ¡que podría decir esta simple oveja a uno de los mayores teólogos de los útimos tiempos! Apenas nada. Pero aunque no tengo nada que decir sobre su carta a todos los obispos, sí puedo por el contrario pedirle a usted, en base a su inmensa autoridad moral, y de paso a todos esos obispos, que me ayuden. Recoja usted, por favor, mi grito de socorro, llegue hasta todos los pastores de la Iglesia: ¿podrían ayudarme a encontrar a Dios?

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