Escuchar al Señor
El discernimiento requiere una actitud de apertura que lo hace posible: saber escuchar. “Hay que recordar que el discernimiento orante requiere partir de una disposición a escuchar. Al Señor, a los demás, a la realidad misma que siempre nos desafía de maneras nuevas. Solo quien está dispuesto a escuchar, tiene la libertad para renunciar a su propio punto de vista parcial o insuficiente, a sus esquemas. Así está realmente disponible para acoger una llamada que rompe sus seguridades pero que lo lleva a una vida mejor; porque no basta que todo vaya bien, que todo esté tranquilo. Dios puede estar ofreciendo algo más, y en nuestra distracción cómoda no lo reconocemos”.
No se trata de dar recetas ya cocinadas. Algunos tratamientos pudieron ser válidos en otro tiempo y no en el nuestro. Los contextos varían con la historia. “Tal actitud de escucha implica, por cierto, obediencia al Evangelio como último criterio, pero también al Magisterio que lo custodia, intentando encontrar en el tesoro de la Iglesia lo que sea más fecundo para el hoy de la salvación… El discernimiento de los espíritus nos libra de la rigidez, que no tiene lugar ante el perenne hoy del Resucitado. Únicamente el Espíritu sabe penetrar en los pliegues más oscuros de la realidad y tener en cuenta todos los matices, para que emerja con otra luz la novedad del Evangelio”.
Una de las condiciones del discernimiento es comprender el ritmo de Dios. Él tiene sus tiempos en cada persona; no los podemos acelerar. Jesús en el Evangelio nos da ejemplo. Tuvo una paciencia inmensa con los discípulos. Los recibió después de haber caídos. Fueron sus evangelizadores por todo el mundo. No quiso bajar fuego del cielo sobre los que no le recibieron, ni arranca la cizaña antes de tiempo.
El motivo del discernimiento espiritual debe ser convenientemente señalado: “No se discierne para descubrir qué más podemos sacar a esta vida, sino para reconocer cómo podemos cumplir mejor esa misión que se nos ha confiado en el Bautismo. Eso implica estar dispuestos a renunciar hasta darlo todo. Porque la felicidad es paradójica y nos regala las mejores experiencias cuando aceptamos esa lógica misteriosa que no es de este mundo, como decía san Buenaventura refiriéndose a la cruz: «Esta es nuestra lógica»”.
Nada en nuestra vida queda al margen del discernimiento: “En todos los aspectos de la existencia podemos seguir creciendo y entregarnos algo más a Dios… Pero hace falta pedirle al Espíritu Santo que nos libere y que expulse ese miedo que nos lleva a vedarle su entrada en algunos aspectos de la propia vida. El que lo pide todo también lo da todo; no quiere entrar en nosotros para mutilar o debilitar sino para planificar. Esto nos hace ver que el discernimiento no es un autoanálisis ensimismado, una introspección egoísta, sino una verdadera salida de nosotros mismos hacia el misterio de Dios, que nos ayuda a vivir la misión a la cual nos ha llamado para el bien de los hermanos”.
Termina el papa el documento con una invocación a la Virgen: “Conversar con ella nos consuela, nos libera y nos santifica. La Madre no necesita muchas palabras, no lo le hace falta que nos esforcemos demasiado para explicarle lo que nos pasa. Basta musitar, una y otra vez: «Dios te salve María…»"