Los riesgos transhumanistas analizados por un republicano francés
por Benigno Blanco
Los riesgos transhumanistas analizados por un republicano francés
Luc Ferry, filósofo y exministro de educación de Francia entre 2002 y 2004 en el gobierno conservador de Rafarrin, pone en alerta a Europa sobre los retos del transhumanismo y la economía colaborativa basada en las nuevas tecnologías en su reciente obra La revolución transhumanista. Cómo la tecnomedicina y la uberización del mundo van a transformar nuestras vidas (Alianza Editorial, 2022, 215 págs.). Es un libro interesante porque desde una óptica meramente laica y republicana a la francesa analiza el impacto que tendrán en nuestras vidas las nuevas tecnologías y la filosofía transhumanista que las acompaña y que nos llegan desde USA mientras Europa no acaba de enterarse de la revolución en marcha.
Los capítulos primero y segundo del libro (págs. 35 a 112) están dedicados al movimiento transhumanista y a las críticas al mismo de pensadores como Fukuyama, Sandel y Habermas. El capítulo tercero (págs. 113 a 154) analiza la nueva economía colaborativa soportada y hecha posible por las nuevas tecnologías (la uberización del mundo, en expresión del autor). En las págs. 155 a 188 Ferry explicita sus conclusiones y un anexo de 20 páginas explica los términos más usuales para manejarse en este nuevo mundo tecnológico y transhumanista construido a partir de la nanotecnología, la biotecnología genética, la inteligencia artificial y los big data.
Una larga Introducción (págs. 11 a 34) explica la -a priori sorprendente- decisión de Ferry de vincular transhumanismo y economía colaborativa en un mismo análisis. La razón es que Ferry ve en el transhumanismo “una corriente ceda vez más poderosa, apoyada por los gigantes de la web, siguiendo los pasos de Google, y dotada de centros de investigación con financiación casi ilimitada” (pág. 12) y “la economía llamada colaborativa mantiene vínculos profundos, aunque subterráneos con la ideología transhumanista” (pág. 29); y en ambas “no solo existe una estructura subyacente común tecnológica y filosófica, sino también política” (pág. 30) que es “un formidable mar de fondo ultraliberal, desregulador y venal” (pág. 32). Para Ferry el peligro es que las democracias “permanecen prácticamente mudas frente a las nuevas tecnologías que, sin embargo, cambian nuestras vidas de arriba abajo” (pág. 26), porque “las tecnologías nuevas tiene dos características que les permiten sustraerse muy fácilmente a los procesos democráticos ordinarios: se desarrollan a una velocidad desenfrenada (…) y porque los poderes económicos y los lobbies que tienen detrás son simplemente gigantescos” (pág. 27).
Ferry quiere advertir de los riesgos para nuestro estilo de vida democrático que suponen los fenómenos denunciados por él y su propuesta es apostar por la regulación democrática y política de las nuevas tecnologías tanto en su vertiente transhumanista como en la de la economía colaborativa, sin permitir que la mercantilización progresiva impulsada por la tecnología y la rentabilidad económica desborde a los Estados, advirtiendo del riesgo de que “si no somos capaces de regular, si nuestras democracias, superadas por la técnica y la rapidez de las innovaciones , resultan incapaces de hacerse cargo de los desgarros del mundo para fijar desde ya unos límites inteligentes y ajustados” (pág. 180) no seremos capaces de defender la libertad. “Es crucial que nuestras democracias no se vean superadas por la rapidez y por el carácter técnico de las revoluciones en curso (…) Hay que recuperar el control sobre la marcha de un mundo que se nos escapa cada día más…” (pág. 187).
Comparto la denuncia de Ferry y su reivindicación del control político y ético de los procesos puestos en marcha por las nuevas tecnologías. Comparto con este autor su denuncia de la preocupante primacía de los intereses económicos hoy en la definición de muchas políticas públicas. Comparto también su denuncia del oscurantismo y falta de transparencia con que se produce la interacción entre política e intereses privados en temas como éstos tan difíciles de seguir y comprender por el ciudadano medio (y lo mismo podría decir de los asuntos energéticos, climáticos o bélicos actuales, donde subyacen inmensos intereses económicos mientras a la opinión pública se le venden eslóganes de un simplismo indignante).
En lo que el libro de Ferry me parece insuficiente es en su forma de afrontar la movilización y formación de la opinión de la ciudadanía, pues el autor tiene una concepción de la ética muy insuficiente y una idea de la religión bastante pobre (o, incluso, claramente errónea). Así, su enfoque sobre la creación de una opinión pública comprometida con los valores humanistas que las nuevas tecnologías ponen en peligro se queda muy corta y superficial, pues no parece apreciar que en las grandes cuestiones éticas la democracia se sostiene en un sustrato moral pre político que -de hecho- en la historia ha promovido la religión y, en particular, el cristianismo.
Me temo que, por desgracia, los formalismos democráticos para adoptar normas no son garantía suficiente para proteger nuestras libertades frente a la fuerza destructora de las nuevas tecnologías usadas conforme a la ideología transhumanista. Si la democracia no se sustenta en una ética personal objetiva mayoritaria como la que supuso de hecho para la Europa moderna la moral aristotélica-cristiana, no cabe poner muchas esperanzas en la regulación. Al ensayo de Ferry, tan útil en sus denuncias, quizá le falte una mejor comprensión y un mayor aprecio a las verdaderas fuentes de la moral que soporta lo mejor de nuestras sociedades comprometidas con la dignidad humana y la libertad.
Benigno Blanco