Se hace pecado para vivir como Hijo de Dios
por Un camino de fe
La liturgia de este domingo nos presenta la fiesta del Bautismo del Señor. Una escena de la Escritura que es narrada por los tres evangelios sinópticos. Este año la liturgia nos presenta el evangelio de Lucas desde el que haré algunas consideraciones que nos ayuden a vivir este día, e introducirnos a hacer memoria de nuestra condición de hijos que recibimos en nuestro propio bautismo, sabiendo que entre este bautismo de Jesús y el nuestro hay diferencias.
El bautismo de Jesús se produce en un tiempo de expectación para el pueblo de Israel. Este pueblo que había recibido la promesa de Dios de un Mesías está a la espera y aguardando el tiempo prometido. Los profetas habían anunciado la llegada del Salvador y su venida al mundo. Pero es en el tiempo final de la historia como la llegada de este Mesías se va conformando. Así, en los momentos de preparación de la manifestación pública del ministerio del Señor, nos encontramos con la figura de Juan el Bautista. Un hombre enviado por Dios para ser esa voz que clama en el desierto, ese profeta que anuncia la conversión a su pueblo, ese hombre que trae un bautismo de purificación. En definitiva, un Precursor que anuncia a un Salvador.
De este modo, Juan prepara al pueblo para el encuentro con Dios. El bautiza con agua para purificar a los hombres, pero quiere manifestar que él solo es una voz que va a proclamar y revelar Aquel que puede limpiar de modo definitivo el pecado del hombre, porque lo ha tomado sobre sí. Jesús es el Mesías que anuncia Juan, que viene a liberarnos para darnos una vida nueva en el poder del Espíritu. El Hijo de Dios quiere perdonar el pecado del hombre con el bautismo del Espíritu que le hace una criatura nueva para vivir de un modo nuevo. Jesús no viene a traer un bautismo ritual, sino que viene a perdonar el pecado del hombre con el poder de Dios.
De esta manera, Juan ofrece al pueblo un bautismo de purificación. Y este bautismo es al que se somete el Hijo de Dios. El Señor que no conocía el pecado, se pone en la fila del pueblo, de los pecadores, para llevar sobre sí el pecado de toda la humanidad. Él se convierte en el Siervo de Yahvé que carga sobre sí el pecado, el mal, para liberar al hombre y darle la vida nueva del Espíritu.
Jesús, el Hijo, siempre unido al querer del Padre, quiere también pasar por esta situación en la que se hace pecador ante el pueblo, pasando como uno de ellos. Por eso, el Señor ora al Padre para poder asumir lo que no era en beneficio de todos. Él, el todo santo, el inocente que no tiene mancha, se va a convertir en el Siervo que sufre por todos, en el Cordero que se entrega por toda la humanidad. Jesús es el orante para hacer la voluntad del Padre: hacerse pecado para salvar al hombre pecador.
En este sentido, Jesús va a ser bautizado con el bautismo de Juan, para asumir esa limpieza que el hombre necesitaba por su pecado. Y en ese momento en que el Hijo es bautizado por Juan, el cielo se abre. La respuesta de Dios al Hijo se hace visible y reveladora. Dios se manifiesta en el Hijo. Se abre el cielo y el Espíritu desciende de nuevo sobre la humanidad de Jesús para llevarle a la misión que le ha sido encomendada. El Espíritu baja en forma de paloma y entra en la carne del Señor para llevar su vida a una plenitud nueva. El Espíritu Santo que viene a Jesús le capacita para una entrega de manera definitiva; hace posible su donación como Hijo de Dios de modo pleno. Por eso, el Padre quiere confirmar al Hijo, y se oye su voz, que proclama a Jesús como Hijo en quien el Padre viene a complacerse. Para el Padre, Jesús es el Hijo que viene a hacer la voluntad de Dios en beneficio de todos. Es el Hijo amado que por amor al hombre asume una humanidad pecadora para liberar al hombre de la muerte y del mal. El Hijo se entrega por amor al hombre. Hace la voluntad de Dios y salva al hombre del poder de las tinieblas. El Señor, viene a salvar al hombre del pecado haciéndose uno con él. El Hijo acoge la voluntad del Padre, y por el poder del Espíritu puede entregar su vida, para redimir al hombre, y hacerle partícipe de su condición de hijo de Dios.
Así, el bautismo de Jesús le capacita para la misión. Asumiendo lo que no era, se entrega por el hombre para salvarlo. El bautismo del hombre le abre a su nueva condición. Desde su situación de pecado, queda limpio del mal para convertirse en hijo. El Hijo se hace pecado por el hombre, y este en su bautismo queda liberado del pecado para ser hijo de Dios, en el Hijo.
El bautismo en el agua nos hace hijos de Dios, y por el poder del Espíritu somos ungidos para poder ser otros cristos. En el Bautismo, Jesús es ungido por el poder del fuego del Espíritu. El hombre en su bautismo es de nuevo ungido para recibir el Espíritu que le hace una criatura nueva para vivir en plenitud su misión. Así, nuestro bautismo nos configura, por el poder del Espíritu, en el Hijo, para vivir como ungidos la misión del Padre hacia cada uno de nosotros.
Belén Sotos Rodríguez