Tuvo su momento este teólogo alemán, días de gloria cuando sus libros se vendían en abundancia y estaban en las bibliotecas de media intelectualidad europea. A mi me ha sorprendido a veces encontrar libros suyos en las biblioteca de amigos y conocidos que no tenían ningún otro libro de tema religioso, diría que ni siquiera la Biblia. Pero Küng se había convertido él mismo en una especie de biblia de la rebeldía teológica y la contestación a la jerarquía, y por eso estuvo de moda y lo leyeron incluso los que no tenían mucho interés en la teología católica y nunca leerían algo de De Lubac o Von Balthasar. También fue libro habitual entre los de seminaristas, religiosos y sacerdotes, pues se los recomendaban los mismos profesores en los seminarios y noviciados. Pero esos tiempos quedan ya lejos. En realidad han pasado pocos años, pero parece que fueran muchos más, pues los teólogos de la contestación y la rebeldía han quedado completamente obsoletos y, lo que es más importante, lejísimos de los intereses de los nuevos curas y seminaristas. Sobre los religiosos, me consta que hay de todo, depende de los superiores de turno. Muchos se han quedado en los años 70 y de ahí no se mueven, pero gracias a Dios otros religiosos (especialmente jóvenes) han entrado ya en el siglo XXI. Pues bien, todo este proemio es para presentar la última ocurrencia de Hans Küng, el cual, ya octogenario, tiene poquísimo tirón como teólogo (quitando unos cuantos irreductibles, muchos de ellos en su patria alemana) y para estar en el candelero algo tiene que hacer, y lo hace. Lo hizo poco tiempo atrás cuando se atrevió a pedir la renuncia del Papa por su decisión de levantar la excomunión al obispo Richard Williamson, por su postura negacionista del Holocausto. Si bien el prelado tradicionalista se cubrió de gloria con tales declaraciones, el pedir la dimisión del Papa fue otro disparate no menos clamoroso. Pero lo de ahora ha sido de traca: Recientemente ha acusado al Papa de encubrir a los curas pederastas. Lo ha hecho mediante un polémico artículo publicado en el periódico ´Süddeutsche Zeitung´, donde culpa a Benedicto XVI de tapar los abusos sexuales que se han cometido en las dos últimas décadas y que ahora están minando la autoridad de la Iglesia católica alemana, por los casos de pederastia. Días después volvió a las andadas: «La veracidad exige que el hombre que es responsable del encubrimiento a nivel mundial (de los casos de pederastia), concretamente Joseph Ratzinger, admita su propia mea culpa», ha dicho en su artículo titulado ´La responsabilidad de Ratzinger´. «Ninguna otra persona en la Iglesia ha tenido sobre su escritorio tantos casos de abusos como él», ha añadido con toda desfachatez e incluso más: «los intentó encubrir para no dañar la imagen de la Iglesia utilizando para ello la figura del ´secretum pontificium´». Dichas afirmaciones no solo contradicen el sentido común sino que además son especialmente increíbles para quien conozca a Joseph Ratzinger y su rigor intelectual y espiritual. Y eso que Hans Küng se precia de conocerle bien. Quizás sean efectos de una demencia senil, que a esas edades sería explicable, pero con todo mi respeto al escritor alemán, sus acusaciones no cuelan. Y, gracias a Dios, para que la verdad quede clara, el Promotor de Justicia de la Congregación vaticana para la Doctrina de la Fe, Mons. Scicluna, ha aclarado las cifras y las fechas. Reproduzco una pequeña parte de la entrevista que se le hizo (la tomo de la web de la Radio Vaticana), y que es de especial interés para el tema que nos ocupa: "Monseñor, usted tiene fama de “duro”, y sin embargo se acusa sistemáticamente a la Iglesia católica de ser tolerante con los llamados “curas pederastas”. Puede ser que en pasado, quizás también por un malentendido sentido de defensa del buen nombre de la institución, algunos obispos, en la praxis, hayan sido demasiado indulgentes con este tristísimo fenómeno. En la praxis, digo, porque en el ámbito de los principios la condena por esta tipología de delitos ha sido siempre firma e inequívoca. Por lo que respecta solamente al siglo pasado, basta recordar la famosa instrucción Crimen Sollecitationes de 1922. ¿Pero no era de 1962? No, la primera edición se remonta al pontificado de Pío XI. Más tarde con el beato Juan XXIII el Santo Oficio se ocupó de una nueva edición para los padres conciliares, pero la tirada fue solo de dos mil copias que no bastaron para la distribución, aplazada sine die. De todas formas, se trataba de normas de procedimiento en los casos de solicitudes durante la confesión y de otros delitos más graves de tipo sexual como el abuso sexual de menores. Sin embargo, eran normas en las que se recomendaba el secreto... Una mala traducción en inglés de ese texto dio pábulo a que se pensara que la Santa Sede imponía el secreto para ocultar los hechos. Pero no era así. El secreto de instrucción servía para proteger la buena fama de todas las personas involucradas, en primer lugar las víctimas, y después los clérigos acusados, que tienen derecho –como cualquier persona- a la presunción de inocencia hasta que se demuestre lo contrario. A la Iglesia no le gusta la justicia concebida como un espectáculo. La normativa sobre los abusos sexuales no se ha interpretado nunca como prohibición de denuncia a las autoridades civiles. No obstante, ese documento sale siempre a relucir para acusar al pontífice actual de haber sido -como prefecto del antiguo Santo Oficio- el responsable objetivo de una política de encubrimiento de los hechos por parte de la Santa Sede Es una acusación falsa y una calumnia. En propósito me permito señalar algunos datos. Entre 1975 y 1985 no resulta que se haya sometido a la atención de nuestra congregación ningún aviso de casos de pederastia por parte de clérigos. De todas formas, tras la promulgación del Código de Derecho Canónico de 1983 hubo un período de incertidumbre acerca del elenco de delicta graviora reservados a la competencia de este dicasterio. Sólo con el motu proprio de 2001 el delito de pederastia volvió a ser de nuestra exclusiva competencia. Desde aquel momento el cardenal Ratzinger demostró sabiduría y firmeza a la hora de tratar esos casos. Más aún. Dio prueba de gran valor afrontando algunos casos muy difíciles y espinosos, sine acceptione personarum. Por lo tanto, acusar al pontífice de ocultación es, lo repito, falso y calumnioso." Pues bien, como se recordará, es a partir del 2001 cuando salieron a la luz los escándalos en Estados Unidos, que como después explica el mismo Prelado fueron los primeros y la práctica totalidad de los que llegaron en esos años. Por lo tanto, si a partir de aquella fecha todo se hizo público (basta mirar la prensa) y la Santa Sede endureció las normas, y se preocupó de pedir perdón y atajar las causas, y antes de esa fecha los casos que llegaron a la mesa de Ratzinger fueron muy pocos, entonces, se ve claramente que lo que dice Hans Küng es inexacto, cuando no falso. Ha podido ser un error por su parte o una mentira gorda, depende de si sabía la realidad o sólo se la ha imaginado. El caso es que brevemente ha estado en el candelero, pero le ha lucido poco la cosa. Eso sí, de rebote nos hemos enterado mejor de cómo Ratzinger no ocultó nada.